–Estupendo –no era la imagen que le había pintado Brock, pero ya sabía que los dos hermanos rara vez veían las cosas de la misma manera.
–Es evidente que Brock y yo no tenemos muy buena relación, ¿verdad?
Jason se encogió de hombros.
–Tendremos que esforzarnos más en ocultar nuestras diferencias –continuó Flynn–. La empresa necesita un frente unido –volvió a bajar los pies al suelo y apoyó los codos en la mesa–. Supongo que te estarás preguntando por qué te he traído a mi despacho.
–Soy el hombre del momento.
Flynn adoptó una expresión seria que aumentó considerablemente el parecido con su hermano.
–Vamos a olvidarnos de la empresa por un momento –se pasó la mano por el pelo como si le costara encontrar las palabras–. Bueno, lo diré de la forma más directa posible… No dejes que el trabajo sea más importante que tu mujer.
Jason apartó su comida. No era aquello lo que esperaba oír, y no sabía cómo tomárselo.
–Lauren se marcha a Nueva York esta tarde –se le formó un nudo en el pecho al imaginarse el silencio que lo esperaba al llegar a casa–. Lo nuestro se acabó.
–Aún no es demasiado tarde, Jason. No habéis firmado el divorcio. Escúchame bien, porque te hablo desde la experiencia. Yo dejé que mi familia y mi trabajo se interpusieran entre Renee y yo, y desde entonces no he dejado de lamentarlo. ¿De verdad quieres acabar como Brock, viviendo exclusivamente para tu trabajo?
Brock vivía en un apartamento situado en aquel mismo edificio. Era una vivienda de lujo, pero Jason prefería su casa.
Su casa vacía… que no empezó a ver como un hogar hasta que Lauren habló de llenarla de muebles y plantas.
–Es una opinión muy discutible –le dijo a Flynn–. Lauren y yo sabíamos dónde nos estábamos metiendo, y hemos intentado encontrar la mejor solución posible.
–No te pareces al Jason Reagert que todos conocemos. ¿De verdad vas a rendirte tan fácilmente?
¿Qué demonios sabía Flynn? Jason se había pasado la última semana intentando convencer a Lauren por todos los medios de la maravillosa vida que podían compartir.
¿Sólo una semana?
La amarga verdad lo golpeó como un puño. No quería ser esa clase de persona, el hombre que se lamentaba de no haber hecho todo lo posible por la mujer amada.
Sí, la amaba. Él no era como su padre, quien nunca se habría preocupado por la felicidad de Lauren ni se habría quedado boquiabierto ante una ecografía.
Una semana no era tiempo suficiente cuando se trataba de luchar por una vida en común, pero sí bastaba para descubrir lo que sentía por Lauren. Ella era la mujer perfecta para él, en todos los sentidos. Como amiga, como amante, como esposa y como madre de su hijo.
Flynn tenía razón. Nada podía ser más importante que ella, y desde luego no su trabajo. Y él no iba a dejar que el trabajo controlara su vida igual que le había pasado a su padre. Iría a buscar a Lauren a Nueva York y, si hacía falta, montaría allí su propia empresa de publicidad. Lo que fuera con tal de estar con ella.
En cuanto acabara la reunión con Prentice aquella tarde, tomaría el primer vuelo a Nueva York para recuperar a su mujer.
Lauren miró la casa de Jason por el espejo retrovisor mientras el taxi se ponía en marcha. Su breve matrimonio había acabado sin escenas ni despedidas, ya que Jason había respetado su deseo y se había marchado al trabajo antes de que ella se despertara.
Su vida era tan caótica como si fuera un cuadro de Picasso.
La ciudad se extendía ante sus ojos, recordándole todo lo que había compartido con Jason en una sola semana. Eran recuerdos maravillosos que siempre llevaría consigo.
Amaba a Jason, pero no podía vivir a su lado si él no sentía lo mismo por ella.
El teléfono móvil empezó a sonar en su bolso, sobresaltándola. ¿Sería Jason? Lo sacó rápidamente y miró la pantalla. Era su madre.
Pensó en devolverlo al bolso y que siguiera sonando. Había hablado con su madre el día anterior sobre los murales de los cuartos para niños, y en ese momento no tenía fuerzas para aguantar una conversación. Pero sólo estaría retrasando lo inevitable, de modo que se llevó el móvil a la oreja.
–Hola, mamá. ¿Qué quieres?
–Sólo llamo para saber cómo estás.
Lauren puso una mueca de extrañeza. Hacía mucho que su madre no hablaba en un tono tan tranquilo.
Rápidamente sofocó el menor atisbo de esperanza. Lo más probable era que estuviese a punto de sufrir otra crisis nerviosa.
–Me siento mucho mejor –físicamente, al menos. Emocionalmente estaba por los suelos–. De hecho, ahora mismo voy de camino a Nueva York para atender algunos asuntos de trabajo.
Esperaría a otro momento para hablarle del divorcio. Y se preparó para escuchar los inevitables consejos y ruegos de su madre para pasar juntas cada hora del día.
Apretó fuertemente el teléfono.
–Es fantástico, Lauren. Me alegro de que todo te vaya bien –su madre hizo una pausa y Lauren oyó que respiraba temblorosamente–. Escucha, cariño… te he llamado por un motivo en particular.
A Lauren se encogió el estómago. Nunca podía estar segura de lo que iba a contarle su madre, pero, fuera lo que fuera, siempre acababa en llantos y ataques.
–Te escucho.
–Es algo que me cuesta mucho decir, así que te pido que no me interrumpas.
Lauren reprimió una carcajada histérica. ¿Cómo iba a interrumpirla si su madre nunca le dejaba hablar?
–Cuando quieras, mamá.
–Hoy he ido al médico. No al médico de cabecera, sino… al que dejé de ir hace un tiempo –sus palabras cobraron velocidad–. Hemos concertado una serie de citas para los próximos meses.
Lauren no estaba segura de haber oído bien. ¿Sería posible que…?
–Eso está muy bien, mamá –dijo con cautela–. Es una buena noticia.
–No me interrumpas, cariño.
–Lo siento –sacudió la cabeza, aturdida por la sorprendente revelación–. Sigue.
–Me ha recetado un nuevo medicamento que ha salido al mercado y voy a empezar a tomarlo enseguida. No es fácil para mí hacerlo, pero quiero ser la mejor abuela que pueda. Quiero estar lo más sana posible para disfrutar del pequeño que vas a tener –se oyó el tintineo de la cadena de las gafas. ¿Estaría retorciéndola con nerviosismo? Seguramente. Aquél era un paso gigantesco para Jacqueline–. Eso era todo, cariño. Ya puedes hablar.
No era la primera vez que su madre buscaba la ayuda de un médico para luego abandonar el tratamiento, pero Lauren rezó para que aquella nueva iniciativa fuera la definitiva.
–Sé lo difícil que ha sido para ti, mamá, y me siento muy orgullosa. Gracias por llamarme para decírmelo.
Su madre nunca le había dicho cuándo iba al médico. Tenía derecho a guardarlo en secreto, naturalmente, pero lo hacía para fingir que no tenía ningún problema. Que pudiera confesarlo abiertamente era una auténtica proeza. Por delante quedaba un camino largo y difícil, pero acababa de dar el paso más importante.
–Te quiero, mamá.
–Yo también te quiero, cariño –susurró su madre. Volvió a oírse el tintineo de la cadena y la comunicación se cortó.
Lauren