Es este libro entonces un importante aporte a la recopilación de memorias y trayectorias indígenas de una de las zonas más cuantiosas del pueblo camiare del Norte de la Provincia de Córdoba. Al difícil y accidentado trabajo en «el archivo», a la permanente escucha y toma de nota de los abuelos y, a la reconstrucción, por un lado del dibujado concepto de territorio, por el otro, a alumbrar la potencialidad de la territorialidad indígena. Pero este libro es, sobre todo, el reflejo de la re-existencia, como pueblo indígena invisibilizado, oprimido, inaudibilizado; y como mujer, que incansablemente trabaja día a día para revivir y reivindicar los derechos humanos que como sociedad nos atañe.
Como miembros de espacios académicos, especialmente de la Universidad Nacional de Córdoba, es nuestra responsabilidad entonces continuar caminos para vincularnos con las experiencias históricas y el «diálogo de saberes» (o de vivires) entre la ciencia y la experiencia histórica de memorias, cuya riqueza ha sido negada e invisibilizada por los dueños de la tierra (muchos de ellos, dueños del conocimiento). Con este tipo de aportes enérgicos no solo será nuestra responsabilidad trabajar con ellos, sino el placer de poder aprender de ello.
Lic. Lucas Palladino
Profesor asistente Departamento de Geografía Universidad Nacional de Córdoba Director del Proyecto de Extensión Universitaria: «Tierra de Comechingones. Reconstrucción territorial y mapeo colaborativo de sitios patrimoniales comechingones en San Marcos Sierras»
Introducción
La paz no es simplemente acabar con la guerra.
La paz llegará cuando se respeten los derechos indígenas a la tierra,
la cultura y la autodeterminación.
No puede haber paz por medio de la destrucción
o sumisión de la población indígena…
Sólo ven nuestra agua, nuestra tierra, nuestros árboles.
No les importamos.
Quieren la tierra, sin la gente que vive en ella.
Waldo Darío Gutiérrez Burgos[1]
A partir de la imposición del discurso de la historia oficial se asocia y aún hoy se relaciona el uso y la propiedad del territorio con el concepto de progreso. Cuando se plantea el concepto de progreso no se entiende al originario en ese contexto: eso sucede porque para los pueblos y los individuos naturales de este territorio, el progreso como tal no existe. Nosotros buscamos, aspiramos, seguimos el camino para el buen vivir, para lograr una vida plena tal como nosotros interpretamos qué es una vida plena. El hombre occidental entiende el progreso como incremento de su capital económico. Un originario aspira al crecimiento espiritual, a su realización plena como ser humano desde el punto de vista de la calidad de vida. Entre la calidad y la cantidad está la diferencia. Cuando hablamos de calidad de vida, decimos que necesitamos llegar a los más altos niveles de educación, porque necesitamos tener nuestros médicos, nuestros abogados, nuestros ingenieros… En definitiva, que se cumpla el derecho soberano a recibir un trato igualitario, conservando el derecho a ser diferente. Inclusive teniendo en cuenta que «buen vivir» no siempre es sinónimo de ser feliz.
Es importante también el respeto a nuestra autodeterminación, tanto como la libre determinación; y cuando menos, el derecho a participar en las gestiones de gobierno de nuestros territorios ancestrales, teniendo en consideración que estos territorios superan ampliamente los que hoy conservamos y habitamos.
El mundo occidental otorga al territorio un valor economicista, mientras que para nosotros éste simboliza la vida misma; nuestra soberanía alimentaria y, por ende, las herramientas para no padecer hambre; nuestra soberanía respecto de la medicina y el equilibrio psicoespiritual; la continuidad de nuestra cultura, de lo mejor de nuestras formas de vida. La posibilidad de vivir a pleno nuestros derechos.
Porque la reivindicación de nuestros territorios es solo el principio de la historia, a partir de la recuperación de éstos, de nuestro retorno a una vida con el derecho ancestral que nunca se debió haber perdido, y no el objetivo de nuestras acciones.
Pasar del diálogo a la construcción de un proyecto conjunto es el futuro en esta construcción social que debemos afrontar como país. Este proceso de transformación del discurso en proyecto, plasmado en una realidad posible y plausible, debería contemplar y abarcar todas las dimensiones que existen dentro de un proyecto de patria: educación, agricultura y soberanía alimentaria, comunicación, territorios, política, salud, cultura, etcétera.
Esta investigación intenta dar un marco de entendimiento al contexto histórico, social y espiritual del reclamo por el territorio ancestral de la comunidad indígena Tulián. Para ello, apelamos al resumen del expediente de un juicio, sumando por un lado algunas referencias a la espiritualidad y la historia oral de nuestro pueblo y, por otro, importantes aportes de historiadores y pensadores de la cuestión indígena.
No es fácil comenzar a hablar de nuestra historia, simplemente porque no poseemos un punto de partida claro. Tanto el sistema educativo como la historia oficial y los historiadores siempre mintieron, nos contaron una fábula. Hoy somos un país que se construyó sobre la base de un discurso tan bien planeado que la mayoría de la población actual piensa que el hecho de reconocer nuestra existencia significaría dar pasos hacia atrás, tanto en lo histórico como en lo cultural. Por eso es necesario que aclaremos algunas cuestiones que resultan ser fundamentales a la hora de contextualizarnos históricamente, fundamentar acciones y actitudes que con el paso del tiempo parecen haberse diluido en la deshumanización. Por eso es necesario que comencemos a contar desde el principio.
I. Territorio
¿Qué es una nación?
Un alma, un principio espiritual
forjado a lo largo del devenir histórico
de una herencia común.
Ernest Renan[2]
Nuestro territorio es un ser vivo, un cuerpo con partes diferenciadas y ensambladas entre sí, como todo ser vivo.
En él, el primer elemento que encontramos es el viento, el primer elemento que viene hacia nosotros. El viento representa la voz de nuestros abuelos, nos trae el mandato que ellos deciden hacernos llegar. Este mandato que sale de lo más profundo de la Pacha (de la Madre Tierra) nos llega a nosotros como un murmullo que escuchamos a través de nuestra piel, que interpretamos genéticamente porque conocemos lo que dice; de esta manera despierta nuestra memoria genética.
Pero también existen dos tipos de viento: el viento del este, que es el aliento de vida, y el viento del sur, que es la fuerza que nos impulsa a cumplir ciclos vitales y alcanzar logros colectivos. El viento del este representa el primer elemento y el viento del sur el segundo elemento de nuestro territorio. El tercer elemento es el aire, como necesaria complementariedad de ausencia de movimiento, silencio y quietud para el equilibrio humano.
El viento influye directamente sobre todas las poblaciones, sean humanas, animales o vegetales, porque determina las rutas naturales de germinación de las plantas, la fertilidad del suelo, la temperatura del ambiente, la circulación de la energía.
Allí surge el cuarto