Una llave de paso o llave de corte es un dispositivo de metal usado para dar paso o cortar el flujo de agua, gas o luz por una conducción. Cuando nos vamos de vacaciones o cerramos la casa por un viaje, tenemos especialmente cuidado con las llaves de paso, para evitar posibles inundaciones o incendios. Ahora, cuando toca el paso definitivo, cerrar la llave de paso es como decir que todo está en orden, controlado, que nos hemos despedido de las personas que queremos y hemos podido expresarnos con ellas, que al recibir la unción y el perdón sacramental sentimos la fuerza de Dios y que ya llega el momento de descansar en paz. En realidad, cerramos una llave y se nos abre otra posibilidad de fontanería, de canales, más bien de ríos y manantiales que nos desbordan de Amor, gracias a la acción del «gran Fontanero» que es el Espíritu de Cristo resucitado.
O sea, que la muerte no atranca, sino que abre una vida. Es lo que la hace deflagrar. La Iglesia antigua hablaba del día de la muerte como dies natalis, día del nacimiento. «En cada uno de nosotros existen energías de amor que esperan las condiciones aptas para ser desarrolladas y cumplidas», señala Paolo Scquizzato.
Pero, en ocasiones, cuesta morir, la agonía es lenta y larga, puede surgir la rebeldía, la pasión por continuar en este mundo... Una reciente película dirigida por Jean-Pierre Améris ahonda en esta idea. La historia de Marie Heurtin (Francia, 2014) narra las dificultades de una adolescente sordo-ciega de catorce años que comienza a comunicarse gracias al gran esfuerzo e ingenio de la hermana Marguerite, que padece una enfermedad pulmonar. Hay una escena en que la religiosa está en su lecho de muerte. La superiora entabla un lúcido comentario con ella sobre la complejidad del morir, incluso en personas consagradas a Dios:
–Dime, hija mía, ¿por qué no quieres hablar con esa niña una última vez?
–No estoy preparada.
–No te queda tiempo para prepararte, pero esta pequeña sí está preparada. Has trabajado tanto... Ella sabe que la dejarás y lo ha aceptado, pero tú no. Tú no has aceptado tener que dejarla.
Morir nos sienta fatal es el título de un libro de Mª Ángeles López Romero. Y en nuestra cultura nos sienta peor todavía. Curioso esto que nos pasa a los hombres y mujeres de hoy: más longevos que en tiempos precedentes, más preparados que nunca, no sabemos si más lúcidos sobre nuestro devenir y, sin embargo, más reacios a reconocer y mirar de frente la única certeza que tenemos desde el día en que nacemos: que todos y cada uno de nosotros nos vamos a morir. Aunque muchos tratan de que la muerte pase inadvertida en nuestra sociedad, es una realidad que está ahí y que en muchas ocasiones hemos de acompañar y sufrir. Jesús, con su Palabra, ilumina nuestra realidad de seres limitados que están en las manos de Dios. El que cree en Jesús no morirá para siempre, tendrá la luz de la vida. Como recitaba José Luis Martín Descalzo:
Morir solo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Christian Bobin, con gran impacto entre creyentes y no creyentes en Francia, al escribir sobre la muerte es altamente esperanzador:
Ignoro dónde están aquellos a los que amé y que ya murieron. Solo sé que no están en los cementerios, aun cuando el sol se incline cada día ante sus tumbas para hacer brillar sus nombres. No me imagino nada del más allá; si acaso, algo parecido a esos campos que llevan mucho tiempo sin cultivar y a cuyos propietarios es imposible encontrar, ni siquiera buscando en los pesados registros color malva de las alcaldías. Cristo recorre esa tierra sin cultivar que ha escapado a la tiranía de lo útil.
Otra imagen bonita para arrimarnos al ámbito celestial es la de la tradición mesopotámica e israelita. Estaban convencidos de que el cielo era una tienda de campaña, y las estrellas, pequeños agujeros a través de los cuales brillaba el reino de los cielos. Al benedictino Notker Wolf le gusta esa imagen «porque muchas cosas de la vida son agujeros por los que se ve la eternidad. Todo lo positivo que vivo ahora es una pequeña rendija en la oscuridad, una ranura en la pared de la eternidad a través de la cual se puede ver su brillo».
Un triple eje
Recientemente me comentaba José Luis Celada, periodista de Vida Nueva, que había asistido al funeral, en la parroquia de la Cena del Señor, de Madrid, de una señora de unos sesenta años que había muerto a causa de un cáncer. El sacerdote, en la homilía, aplicó un esquema con una triple mirada: hacia la familia, el propio difunto y Dios. Lo hizo de una manera sencilla, pero otorgándole contenido a algunas cantinelas que repetimos muchas veces, sin concederles su valor y honda significación.
– Palabras para la familia: «Te acompaño en el sentimiento». Estas y otras frases expresan solidaridad, empatía, compasión y cercanía, tan necesaria en los momentos del duelo. Considero muy oportuna la observación que hace la teóloga Cristina Inogés sobre lo que significa «acompañar en el sentimiento»: «Cuando una persona pierde a un ser querido, es importante estar cerca de ella, que sepa que no está sola. No hay que estar tratando de distraerla, hay que ayudarla en el proceso del duelo, acompañarla en la nueva forma de relación que entablará con el ser querido». La misión del que va al tanatorio o a un entierro no es distraer, sino acompañar. En algunos velatorios, con tal de distraer, a veces lo que se logra es el efecto contrario. En este aspecto es bueno que revisemos nuestro lenguaje y nuestras frases. Hay maneras de dar el pésame que no ayudan: «Ya habrás descansado, con lo mayor que era tu padre y el tiempo que te llevaba cuidarlo», «Dios aprieta, pero no ahoga», «tú puedes con esto y con más»...
Necesitamos expresar nuestro dolor, llorar, sentir consuelo. De ahí que adquieran tanta importancia los abrazos y los gestos de afecto auténtico. Además, si no sabemos qué decir, antes de meter la pata, mejor el silencio, la cercanía afectuosa y, sobre todo, la escucha atenta. No hay que llenarlo todo de palabras. «Quien llora a un ser querido –reconoce Anselm Grün– carece de suelo bajo los pies. De ahí que necesite personas que le apoyen en su dolor, para que así pueda encontrar un nuevo estado».
No es extraño que Rosaline, hermana de Jacques Hamel, sacerdote degollado por jóvenes yihadistas en su parroquia al noroeste de Francia en 2016, en declaraciones recogidas por Vida Nueva Digital, afirmase: «La gente no se da cuenta de que este sufrimiento está todavía en nosotros, que todavía está vivo, que cada uno lo gestiona a su manera [...] Nos dicen cosas absurdas, como que “la vida sigue”. Otros dicen que están conmocionados, tocados, pero a veces sin preocuparse realmente de lo que vivimos. Nosotros no pudimos ir a socorrer a mi hermano [...] Cuando estamos en momentos bajos, lo revivimos, pero la gente no se da cuenta».
– Palabras al difunto: «Descanse en paz». Es el deseo de la Iglesia en oración que ese hermano o hermana que nos ha dejado esté gozando de la paz de Dios. Es entrar en el corazón de Dios, que es un corazón traspasado, del que brotan la sangre y el agua, los sacramentos de la Iglesia, que son fuente de vida. Es un corazón que nos atrae, hace que carguemos con la cruz y aprendamos de su pedagogía cordial. Es un corazón que no se deja vencer por la carga ni por la muerte. Frente al desánimo, el dolor, el sinsentido, el desgarro de tantos que sufren, las palabras de Cristo son aliento y descanso. Van dirigidas también a los moribundos: «Venid a mí» (cf. Mt 11,25-30). En él aprenderemos a descansar y a morir en paz con el alivio de su compañía. El corazón de Cristo mira por sus hijos, las necesidades de estos son sus necesidades, especialmente las de los más pobres y arrinconados por la injusticia del mal, las estructuras de insolidaridad y el egoísmo. Y por aquellos que surcan el tránsito hacia una nueva vida.
Los cristianos hemos de hablar con más naturalidad de la «hermana muerte», que diría san Francisco de Asís. Y hacerlo con la esperanza que nos brinda la fe en aquel que por nosotros murió y resucitó. Jesús venció a la muerte, y este enemigo último de la humanidad ya no es un aguijón que nos aniquila, sino puerta que nos abre al corazón del Padre.