Mi abuelo paterno, don Antonio Silva Hernández, trabaja y trabaja como linotipista de El Tiempo en los años treinta: tengo a la mano una misteriosa fotografía de él que mi papá siempre tenía a la mano en su escritorio de maestro.
Mi abuelo materno, el senador liberal Alfonso Romero Aguirre, escribe y publica el libro ¿Por qué me duele que no me haya dolido la clausura de El Tiempo? a finales de los años cincuenta: pasa que el periódico de su propio partido ha dejado de tenerlo en cuenta.
Vengo yo. Me siento a leer el periódico, de las noticias a las columnas, de los deportes a los crucigramas, desde que tengo uso de razón: vivo, de los setentas a los noventas, en una familia de profesores y de abogados en la que hay que saber qué está pasando en el país.
Me dedico a escribir ficciones en el siglo nuevo, pero leo y releo, en las páginas políticas de El Tiempo, las reseñas de los debates de mi abuelo, las luchas de mi tío y las conquistas de mi mamá.
A mi amigo Daniel Samper Ospina, que