17 Instantes de una Primavera. Yulián Semiónov. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Yulián Semiónov
Издательство: Bookwire
Серия: Expediciones
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874039255
Скачать книгу
las conversaciones de Goering después del escándalo de su hermano Albert. Goering lo había trasladado de Viena a Praga con el cargo de jefe de exportación de las fábricas Skoda. Albert, que tenía fama de defensor de los desgraciados, escribió en papel timbrado del hermano una carta al comandante del campo de Mauthausen: «Libere inmediatamente al profesor Kisch. No hay pruebas serias contra él. Firmado: Goering». Sin el nombre. El comandante del campo de concentración, asustado, liberó a dos Kisch a la vez: uno era profesor y el otro, miembro de una organización clandestina. A Goering le costó mucho trabajo salvar a su hermano: lo protegió del golpe, contándoselo al Führer como si se tratase de una anécdota divertida. Esto salvó la situación y Himmler se retiró inmediatamente, haciendo todo el relato en el mismo tono jocoso del Führer.

      Lo principal, como pensó Isaiev, era lo que el Führer imputó a Goering después del bombardeo de Kiel: su lujo y aires de gran señor. Precisamente aquello que durante años trataron de utilizar los demás compañeros de lucha del Führer sin que éste lo admitiera, ahora el propio Hitler se lo echaba en cara a su sucesor.

      Sin embargo, aún después de lo ocurrido, Hitler le repetía a Bormann:

      —Nadie más puede ser mi sucesor. Sólo Goering. Primero, porque nunca se metió a hacer política por su cuenta; segundo, porque es popular, y tercero, porque es el objetivo principal de las caricaturas en la prensa enemiga.

      Hitler hablaba del hombre que había llevado a cabo todo el trabajo práctico para conquistar el poder, el hombre que había dicho con toda sinceridad -no a cualquiera, sino a su propia esposa-: «Yo no vivo, el Führer vive en mí…» Y no lo había dicho para las grabadoras, pues no imaginaba en aquel momento que algún día lo escucharían sus «hermanos de lucha», sino a ella, de noche, en su cama.

      El piloto combatiente de la Primera Guerra Mundial, el héroe de la Alemania del Kaiser, después del fracaso de la primera intentona nazi se escapó a Suecia. Allí comenzó a trabajar en la aviación civil. En una ocasión en que llevaba a bordo al conde Rosen, durante una terrible tempestad, aterrizó milagrosamente en el castillo Rocklstadt, donde conoció a Karina von Katzov, hija del coronel Von Fock. Se la quitó al marido y se fue a Alemania, encontró al Führer y participó en la manifestación de los nacionalsocialistas el 9 de noviembre de 1923; fue herido, se salvó milagrosamente del arresto, emigró a Innsbruck, donde ya lo esperaba Karina. No tenían dinero, pero el dueño del hotel les dio alojamiento gratuito. Era como Goering, un nacionalsocialista que sufría la tiranía de los judíos propietarios del setenta por ciento de los hoteles de Innsbruck. El dueño del hotel «Britania» invitó posteriormente a los Goering a Venecia, donde vivieron hasta 1927, cuando fue declarada la amnistía en Alemania. En medio año se convirtió en diputado del Reichstag junto con once nazis más. Hitler no había podido presentar su candidatura: era austríaco.

      Como debía prepararse para las nuevas elecciones, el Führer decidió que Goering dejase el trabajo en el partido y sólo fuese un miembro del Reichstag. En aquel momento su misión consistió en establecer contactos con los omnipotentes. El partido que se proponga conquistar el poder debe tener un amplio círculo de relaciones. Según decisión del partido, Goering alquiló una lujosa villa en Badenstrasse. Allí empezaron a visitarlo los príncipes Hohenzollern y Koburg, los magnates. El alma de la casa era Karina, una mujer encantadora, aristocrática, que cautivaba a todos. Era la hija de un alto funcionario sueco, convertida en esposa de un héroe de guerra proscrito, luchador, enemigo de la podrida democracia occidental que carecía de fuerzas para oponerse al vandalismo bolchevique.

      Cada vez que daba una recepción, llegaba temprano por la mañana el Parteileiter de la organización berlinesa de los nacionalsocialistas, Goebbels. Era un enlace entre el partido y Goering. Goebbels se sentaba al piano y Goering, Karina y Thomas, hijo del primer matrimonio, cantaban canciones populares. En la casa del líder nazi del Reichstag no soportaban los ritmos desenfrenados del jazz norteamericano o francés.

      Precisamente a esta villa, alquilada con dinero del partido, llegaron Hitler, Schacht y Tissen el 5 de enero de 1931. Precisamente en esta villa lujosa se pudieron oír las palabras de la conspiración entre magnates financieros e industriales y el líder de los nacionalsocialistas, Hitler.

      Después Hitler triunfó. Karina regresó a Suecia en avión donde murió de un ataque epiléptico. Su último deseo fue que Herman hiciese todo lo posible para convertirse él también en el futuro en un «obrero del Führer».

      A raíz del putsch de Rohm, muchos veteranos se opusieron al Führer aduciendo que había traicionado la causa porque había suscrito un pacto con el capital. En las organizaciones de base del partido se decía:

      —Goering ha dejado de ser Herman. Se ha convertido en un presidente. No recibe a sus compañeros de partido. Los obliga humillantemente a hacer cola en su oficina. Está rodeado de lujos…

      Al principio, sólo los miembros de fila del partido lo comentaban en voz baja. Pero en 1935, cuando Goering se construyó el castillo Karinhalle, en las afueras de Berlín, se quejaron a Hitler, no los nacionalsocialistas corrientes, sino los cabecillas Ley y Saukel. Goebbels consideraba que ya desde su estancia en la villa Goering había empezado a echarse a perder.

      —El lujo corrompe —decía—. Hay que ayudar a Goering. Nos es demasiado querido.

      Hitler fue a Karinhalle, examinó el castillo y dijo:

      —Dejen en paz a Goering. Al fin y al cabo sólo él sabe cómo tratar a los diplomáticos de Occidente. Que Karinhalle sea una residencia para recibir a huéspedes extranjeros… ¡Que lo sea! Herman lo merece. Debemos considerar que Karinhalle pertenece al pueblo y que Goering sólo vive aquí…

      Durante el día se dedicaba a cazar venados domesticados y por la noche pasaba largas horas en la sala de proyecciones. Podía ver cinco películas de aventuras seguidas. Durante la función tranquilizaba a sus visitantes.

      —No se preocupen —les decía—. El final es bueno…

      Información para un análisis (Goebbels)

      Stirlitz echó a un lado el papel con la gruesa figura de Goering y tomó la hoja con el perfil de Goebbels. Por sus aventuras en Babelsberg, donde estaban los estudios cinematográficos del Reich y donde vivían todas las artistas, era llamado «el torito de Babelsberg». En su expediente se conservaba la grabación de la conversación entre la esposa de Goebbels y Goering a propósito de las relaciones de aquél con la actriz checa Lida Baarova.

      —¡Se perderá a causa de las mujeres! ¡Qué vergüenza! ¡El hombre que responde por nuestra ideología, se deshonra por aventuras casuales!— le había dicho Goering a su mujer.

      El Führer le recomendó el divorcio.

      —A usted la voy a apoyar —dijo—, pero hasta que su esposo no aprenda a comportarse como un verdadero nacionalsocialista, hombre de alta moral y abocado al estricto cumplimiento del deber sagrado ante la familia, le negaré todas las entrevistas personales…

      Ahora todo esto había quedado relegado a un segundo plano. En enero de ese año, Hitler visitó la casa de Goebbels el día de su cumpleaños. Le llevó a su esposa un ramito de flores y le dijo:

      Cuando cuarenta minutos después Hitler se hubo marchado, Magda Goebbels dijo:

      —El Führer no hubiera visitado jamás a los Goering…

      Berlín estaba en ruinas, el frente pasaba a ciento cuarenta kilómetros de la capital del milenario Reich, pero la resplandeciente Magda Goebbels celebraba su victoria. Su esposo estaba junto a ella, su cara se había puesto pálida de felicidad. Tras una pausa de seis años, el Führer visitaba su casa…

      «Ahora esto carece de importancia —continuaba analizando Stirlitz—. Ahora todo esto es vanidad de vanidades…»

      Dibujó un gran círculo y comenzó a sombrearlo despacio con líneas precisas