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puede considerarse, junto a Fernando de los Ríos, como uno de los teóricos de más entidad en la historia del socialismo español. Hombre de una sólida formación intelectual, se vio emplazado a una intensa actividad política, justamente cuando acababa de ganar por oposición la Cátedra de Lógica de la Universidad de Madrid.

      Julián Besteiro introdujo reflexiones y propuestas avanzadas para su época, intentó anticipar lo que en aquel momento podía intuirse que iba a ser el futuro del socialismo, insistiendo en la dimensión municipalista del socialismo. Tenía una concepción del socialismo íntimamente ligada al valor de la libertad. Con expresión actual podríamos decir que su eje maestro era el socialismo como profundización de la democracia, como perfeccionamiento de la democracia política, como avance en la democracia social y como desarrollo de la democracia económica e industrial.

      Si quisiéramos resumir sus concepciones políticas en unos pocos puntos, podríamos señalar tres: en primer lugar, el énfasis en subrayar el papel que las ideas —el pensamiento— desempeñan en el socialismo, y la necesidad de lograr una auténtica impregnación socialista de la cultura y de la sociedad; de ahí su concepción del socialismo como un gran movimiento de ideas. «En la lucha revolucionaria de nuestros días —decía en 1935— no serán los cañones ni la fuerza ciega de las materias explosivas lo que dé el triunfo; será la inteligencia, porque a la naturaleza social, como a la naturaleza física, no se la puede utilizar, ni dominar, ni vencer más que de un modo; conociendo sus leyes y sometiéndose a ellas.»1

      En segundo lugar, para Julián Besteiro existía una «unión indisoluble entre al alma del socialismo y el alma de la libertad».2 Podríamos decir, en expresión más actual, que también para él socialismo es libertad.

      Una buena parte de su esfuerzo intelectual y político se orientó a resaltar esa mutua imbricación y la necesidad de que el socialismo tuviera una inequívoca orientación democrática. Algunos escritos de Besteiro en los que insiste en la necesidad de la vía democrática al socialismo, o en los que argumenta a favor de los procedimientos democráticos, o en los que se opone totalmente a la posibilidad de cualquier dictadura o intento de bolchevización del PSOE, puede que resulten un tanto extraños y obvios cuando son leídos desde la óptica de nuestros días. Pero la realidad es que Besteiro vivió en una de esas épocas en la que era necesario «luchar por las cosas evidentes».

      En tercer lugar, una conclusión lógica a la que conducía la concepción democrática e inequívocamente pacífica del socialismo de Besteiro— lo que él calificó a veces como socialismo constructivo —era la democracia industrial. Es decir, para Besteiro el socialismo tenía que conducir no solo a la extensión política de los procedimientos democráticos, sino a su aplicación en la esfera social y económica. En la esfera social, para asegurar un conjunto de prestaciones sociales básicas (lo que hoy conocemos como Estado de Bienestar), y en la esfera económica en la perspectiva de desarrollo de la democracia industrial participativa. Para él, la finalidad fundamental del socialismo era «organizar en la vida nacional e internacional una democracia política e industrial lo más perfecta posible»,3 un «régimen de libertad y de democracia creado por los trabajadores no solo en la vida política —sostenía—, sino en la vida económica y en toda la vida social.»4

      Algunas, de esas concepciones conectaban a Julián Besteiro con los pensamientos del socialismo fabiano inglés. Sin embargo, su concepción del socialismo como cultura, como movimiento de ideas, su visión de la tarea del intelectual en el socialismo como una tarea pedagógica y militante a la vez, contribuyendo a la diseminación del conocimiento y las ideas, y promoviendo el debate político, presentan diferencias significativas con otros reformismos de la época.

      3. TRAYECTORIA Y LEGADO

      Desde el primer momento en que Julián Besteiro se incorporó al PSOE y entabló amistad con Pablo Iglesias, pasa a desempeñar importantes funciones de responsabilidad, primero en la UGT y posteriormente en el PSOE. Pablo Iglesias entendía que el futuro del socialismo español requería la implicación de diversos sectores sociales, especialmente los intelectuales. Lo que Pablo Iglesias veía en Julián Besteiro era a un intelectual honesto, congruente políticamente, que podía representar la imagen de un socialista capaz de ser aceptado y hacerse aceptar entre amplios conjuntos de la sociedad. Por eso Julián Besteiro es el líder socialista que obtiene más respaldo en las urnas en las elecciones a las que concurre, incluso en las de 1936, cuando ya se encuentra en minoría en el PSOE.

      Resulta curioso que el fiscal que acusó a Julián Besteiro en el juicio sumarísimo, al que se le sometió después de ser detenido en Madrid por las fuerzas rebeldes, puso especial énfasis en acusar a Besteiro de intentar presentar —y son palabras de la acusación— «una imagen elegante, respetable e intelectual del socialismo, que podía ser aceptable por las clases medias».

      El alegato sentido —y a veces dolorido— que hace en este libro quien fue su mejor y más directo colaborador político —Andrés Saborit— es un testimonio útil para objetivar, y para poder entender mejor, muchos de los acontecimientos políticos que se vivieron en el PSOE durante los años de la Segunda República y de la Guerra Civil.

      Una de las paradojas de este periodo fue, precisamente, que el sucesor natural —y señalado— de Pablo Iglesias fuera preterido y desplazado. Y, como resalta Saborit, «mal comprendido» e incluso vilipendiado. Y, en ocasiones, denigrado y calumniado desde sus propias filas. Lo cual es posiblemente lo peor —y lo más doloroso— que le puede ocurrir a un líder político.

      De ahí el esfuerzo realizado por Andrés Saborit en este libro para intentar recuperar su figura y su valor como hombre honesto y cabal, siempre fiel a su partido y a su compromiso, como militante solidario, cercano y modesto, un político honesto y congruente, que no busca —ni acepta— el aplauso fácil, ni practica la demagogia. Un demócrata convencido y, en definitiva, el gran hombre de Estado que España habría necesitado en momentos tan graves y difíciles. Un líder que defendía posiciones meditadas, siempre matizadas, e inequívocamente leales y disciplinadas.

      Por eso Andrés Saborit le sitúa entre las tres grandes figuras de la regeneración y la modernización que tanto necesitaba la España de la época, junto a Francisco Giner de los Ríos, fundador e impulsor de la Institución Libre de Enseñanza, y a Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Esa tercera gran figura —«santos laicos», como decían algunos— era un hombre, como resalta Saborit en estas páginas, al que «le importaba la libertad, la democracia, la República; más todo ello —añade— impregnado de fuerte contenido social».

      Esas tres grandes figuras —recuerda Saborit— sufrieron persecución y encarcelamiento, pero Besteiro fue el único que llegó a morir en la cárcel en condiciones penosas.

      Los meses finales de vida de Julián Besteiro constituyen todo un ejemplo de la grandeza humana y ética de su figura y del destino trágico de su trayectoria política.

      Besteiro no solo fue una persona entregada a la causa del socialismo, sino que fue sobre todo un líder para los momentos difíciles. Por ello, cuando los Ejércitos de la República se encontraban derrotados, cuando sus Instituciones básicas estaban dispersas y en crisis y cuando el Gobierno republicano y algunos altos dirigentes habían empezado a abandonar Madrid, la voz ya anciana de Julián Besteiro se escuchó por la radio proclamando una esperanza, una posibilidad de evitar mayores derramamientos de sangre, intentando poner fin a una guerra civil que Besteiro siempre quiso evitar, de la misma manera que siempre se opuso a cualquier violencia o tensionamiento peligroso.

      Aun en el último momento Besteiro creyó que era posible la racionalidad, que era posible poner fin a aquella guerra civil con una paz honrosa y razonable. Y se equivocó. Los vencedores no querían la paz. «Nos continúan haciendo la guerra porque deseamos la paz», se decía en el último número de El Socialista editado en el Madrid republicano.

      Cuando todo estaba perdido, Besteiro se negó a abandonar Madrid. «Me quedo con los míos» —dijo— «Correré la misma suerte que este pueblo sin igual, tan grande en el sacrificio»… «la gran mayoría, las masas