Se afirma que en los años de abundancia los trabajadores son en general más perezosos que lo habitual, y en los de carestía más laboriosos. Se ha concluido, a partir de ello, que una subsistencia copiosa relaja sus esfuerzos y una escasa los incentiva. No puede dudarse que un poco más de abundancia de la habitual convertirá a algunos trabajadores en perezosos; pero no es probable que tenga el mismo efecto sobre la mayor parte, ni que los hombres en general trabajen mejor cuando están mal que cuando están bien alimentados, cuando están desanimados que cuando están animados, cuando están habitualmente enfermos que cuando gozan generalmente de buena salud. Nótese que los años de carestía son entre el pueblo llano años de enfermedad y mortalidad, lo que inevitablemente disminuirá el producto de su trabajo.
En años de abundancia, los sirvientes abandonan frecuentemente a sus patronos y confían su subsistencia a lo que puedan obtener con su propio esfuerzo. Pero la misma baratura de las provisiones, al incrementar el fondo destinado al mantenimiento de los sirvientes incentiva a los patronos, especialmente a los granjeros, a emplear un número mayor. En estas ocasiones los granjeros esperan obtener un beneficio mayor de sus cereales por contratar unos trabajadores más que por la venta de los mismos en el mercado a un precio bajo. La demanda de trabajadores aumenta mientras que el número de los que están dispuestos a satisfacer dicha demanda disminuye. Por eso el precio del trabajo a menudo aumenta en los años de abundancia.
En periodos de escasez, la dificultad e incertidumbre de la subsistencia hacen que todas esas personas estén ansiosas de regresar a sus empleos. Pero el elevado precio de los alimentos, al contraer los fondos destinados al mantenimiento de los sirvientes, vuelve a los patronos más dispuestos a reducir que a aumentar los que tienen contratados. Asimismo, en años de escasez los trabajadores independientes pobres frecuentemente consumen los pequeños capitales que utilizaban para suministrarse los materiales de su trabajo y se ven obligados a convertirse en jornaleros para sobrevivir. Hay más gente buscando un puesto de trabajo de la que puede conseguirlo; muchos están preparados a aceptar unas condiciones peores a las habituales, y en tales años los salarios tanto de los sirvientes como de los jornaleros suelen hundirse.
Los patronos de todas las clases, por lo tanto, entablan mejores tratos con sus sirvientes en años caros que en años baratos, y los encuentran más dóciles y sumisos en los primeros que en los segundos. Es por ello natural que consideren a los años caros como los más favorables para la laboriosidad. Los terratenientes y los granjeros, las dos clases más abundantes de patronos, tienen además otra razón para sentirse satisfechos con esos años: las rentas de unos y los beneficios de otros dependen estrechamente del precio de los alimentos. Por añadidura, sería totalmente absurdo pensar que las personas en general trabajan menos cuando lo hacen para sí mismas que cuando lo hacen para otras personas. Un pobre trabajador independiente será normalmente más activo que un jornalero que trabaje a destajo; uno disfruta del producto total de su labor, el otro debe compartirlo con su patrono; el primero, en su situación de independencia, es menos susceptible a las tentaciones de las malas compañías, que en las grandes fábricas a menudo arruinan el ánimo del segundo. La superioridad del trabajador independiente con respecto a los sirvientes que son contratados por un mes o por un año, y cuya manutención y cuyos salarios son siempre los mismos sea que se esfuercen mucho o poco, será probablemente aún mayor. Y los años baratos tienden a incrementar la proporción de trabajadores independientes sobre la de jornaleros y sirvientes de diversa suerte, mientras que los años caros tienden a disminuirla.
Un autor francés de gran sabiduría e inteligencia, el señor Messance, recaudador de la taille en la circunscripción de St. Étienne, procura demostrar que los pobres trabajan más en los años baratos que en los caros, y compara la cantidad y el valor de los bienes elaborados en esas ocasiones en tres industrias distintas: una de tejidos ordinarios de lana en Elbeuf; otra de tejidos de lino y otra de seda, ambas muy extendidas en la zona de Ruán. Según sus cálculos, basados en datos tomados de registros públicos, la cantidad y el valor de los artículos producidos en esas tres industrias han sido en general mayores en años baratos que en años caros, y la diferencia siempre ha sido máxima en los años más baratos y mínima en los más caros. Las tres manufacturas parecen ser estacionarias: su producción puede variar algo de año a año, pero en líneas generales ni avanza ni retrocede.
La manufactura del lino en Escocia y la de tejidos ordinarios de lana en el West Riding de Yorkshire son industrias en crecimiento, cuya producción en general, aunque con oscilaciones, aumenta tanto en cantidad como en valor. Y al examinar los registros que han sido publicados sobre su producción anual, no he podido detectar ninguna conexión significativa entre sus variaciones y la abundancia o escasez de los distintos periodos. En 1740, un año de gran escasez, ambas industrias retrocedieron marcadamente. Pero en 1756, otro año de acusada escasez, la manufactura escocesa experimentó un progreso notable. La industria de Yorkshire, en cambio, decayó y su producción no recuperó el nivel que había registrado en 1755 hasta 1766, tras la derogación de la ley del timbre americana. En ese año y el siguiente superó con mucho cualquier nivel anterior, y no ha dejado de crecer desde entonces.
La producción de todas las grandes industrias que se exporta a mercados distantes debe depender necesariamente no tanto de la escasez o abundancia que experimenten los países productores como de las circunstancias que determinen la demanda en los países consumidores, de si hay paz o guerra, de la prosperidad o depresión de otras manufacturas rivales y del buen o mal humor de sus principales clientes. Además, una buena parte del trabajo extra que probablemente se realiza en los años baratos jamás es recogido por los registros públicos de las industrias. Los sirvientes que abandonan a sus patronos se transforman en trabajadores independientes. Las mujeres vuelven a la casa de sus padres y normalmente tejen su propia ropa y la de sus familias. Incluso los trabajadores independientes no siempre trabajan para la venta al público sino que son empleados por algunos de sus vecinos en manufacturas de uso familiar. El producto de su trabajo, por lo tanto, frecuentemente no aparece en esos registros que se publican de cuando en cuando con tanta ostentación, y a partir de los cuales nuestros comerciantes e industriales a menudo pretenden vanamente anunciar el auge o la caída de los mayores imperios.
Aunque las variaciones en el precio del trabajo no sólo no se corresponden siempre con las variaciones en el precio de los alimentos, sino que muchas veces son totalmente opuestas, no debemos por ello pensar que el precio de los alimentos no tiene influencia alguna sobre el precio del trabajo. El precio monetario del trabajo está necesariamente determinado por dos circunstancias: