—¿Le importaría explicarlo, señorita Ryan?
—Hace dos noches, Emily vino a verme, señor Knight —empezó Rebecca.
—¿Que fue a verla? ¿Salió del colegio por la noche para ir a visitarla? ¿Es esto normal? —preguntó, algo indignado—. No creo que una chica de dieciséis años debiera tener permitido ir sola a la ciudad para ir a ver a una profesora. ¿Es que no hay reglas al respecto en este centro?
—Si me deja acabar, explicaré que yo vivo en el colegio.
—Tenemos lo que llamamos «madres docentes» —explicó la directora—. Cada grupo de chicas está dirigido por una de ellas. Viven aquí y supervisan a las niñas fuera de las horas de clase y se aseguran de que todo va bien. Es bastante frecuente que tengan visitas durante la noche, especialmente de las más pequeñas que acaban de llegar y echan de menos su casa.
—Usted es una mujer joven —dijo él—. ¿Por qué diablos ha elegido vivir en un colegio?
—Como le estaba diciendo, señor Knight —continuó Rebecca, sin contestar—, Emily vino a verme para hablar de una situación… bastante desgraciada. —añadió, mirando a la señora Williams para buscar apoyo.
—Estoy esperando —dijo él, al ver que Rebecca se quedaba en silencio mientras buscaba la mejor manera de darle la noticia—. ¿Es que toma drogas?
—No —respondió Rebecca—. Estoy segura de que usted es consciente, señor Knight, de que, durante los últimos dos años, su hija ha sido…
—Muy difícil —la interrumpió él—. ¿Por qué no me dice lo que me tiene que decir, señorita Ryan? Por mucho que intente endulzarlos, los hechos no van a cambiar. Sí, he sido perfectamente consciente de lo que ha sido mi hija. Y creo que usted también será consciente de que estoy perdiendo la paciencia.
—Si le soy sincera, me quedé algo atónita cuando ella llamó a mi puerta a las dos de la mañana. No es habitual que Emily se sincere con sus profesoras. Le gusta mostrarse fuerte y no revelar sus puntos vulnerables. Antes de que usted vuelva a interrumpirme, le diré que todas las chicas de dieciséis años son vulnerables, sea cual sea su tipo de actitud en la vida.
—La creo, señorita Ryan. Yo no tengo experiencia con las niñas adolescentes.
—Y eso incluye a la suya propia —le espetó Rebecca, sin poder evitarlo.
—Limítese a los hechos, señorita Ryan, y mantenga sus opiniones al margen.
—Creo que lo que la señorita Ryan está intentando decir —intervino rápidamente la señora Williams—, es que estamos bastante acostumbradas a tratar con chicas rebeldes con las que solemos ser bastante indulgentes. Una charla firme es más que suficiente. Un internado puede resultar algo agobiante, al menos al principio. Se sienten desorientadas y, en algunos casos, reaccionan sin pensar. Estos problemas, a pesar de no ser frecuentes, ocurren y sabemos cómo tratar con ellos.
—De acuerdo —dijo él. Sin embargo, no le quitaba los ojos de encima a Rebecca, lo que hizo que ella se empezara a sentir incómoda.
Además, Rebecca decidió, al ver que él no dejaba de mirarla, que la seguridad en sí mismo que en un principio la había atraído de él se había convertido en arrogancia. Aquella era la forma perfecta de definir a aquel hombre.
—Estaba muy nerviosa —prosiguió Rebecca—. La hice sentarse y ella me dijo… siento mucho tener que decírselo, señor Knight, su hija me informó de que… que está embarazada.
Aquella palabra provocó un silencio total. Pasaron segundos, minutos sin que él dijera nada.
—Tal vez ahora pueda entender por qué creímos que era mejor que viniera aquí, señor Knight —dijo la directora—. Sé que todo esto ha sido una desagradable sorpresa para usted pero…
—¿Cómo diablos han permitido que eso ocurra? —exclamó él, en un tono de voz muy alto—. Usted dijo que vive en el colegio para asegurarse de que todo va bien. Pues a mí me parece que no ha hecho un buen trabajo, ¿no le parece? ¿Qué estaba usted haciendo cuando mi hija se deslizaba por los pasillos de noche para irse a la ciudad con un hombre? ¿Se sabe la identidad de ese mal nacido?
—En primer lugar, Emily no está en mi planta…
—Entonces, ¿por qué fue a contarle su problema?
—Porque…
—Tal vez —intervino la señora Williams—, es porque la señorita Ryan es una de nuestras profesoras más jóvenes. Muchas de las chicas le piden consejo. Ella es muy querida entre ellas…
—Sí, bueno. Pero precisamente lo que ahora quiero saber no es el buen carácter de la señorita Ryan. ¡Lo que quiero es que me den una maldita explicación!
—Emily no ha entrado en detalles, señor Knight —respondió Rebecca, con las manos algo temblorosas—. No quiere decir quién es el chico en cuestión ni tampoco cómo ocurrió. No es probable que se escapara por la noche. Las puertas de entrada se cierran con llave y, además, hay un vigilante nocturno. Es mucho más probable que se encontrara con él durante el día, seguramente en un fin de semana, que es cuando a las chicas se les permite tener algo más de libertad una vez que llegan a una cierta edad. Aquí no las mantenemos bajo llave. Esperamos inculcarles los códigos morales suficientes para que ellas sepan guiarse…
—¿Por qué no nos dejamos de monsergas? ¡Lo que están tratando de decirme es que no aceptan ninguna responsabilidad sobre lo ocurrido! Es una pena que la vida de una niña se vea arruinada para siempre pero, en lo que a ustedes respecta, lo único que tienen intención de hacer es lavarse las manos. ¿Tengo razón?
—¡Claro que no la tiene! —le espetó Rebecca, sintiéndose cada vez más nerviosa por la insistente mirada de él—. Es algo muy triste para todos, no solo para su hija. Pero ha ocurrido y ella va a tener que vivir con las consecuencias. Recriminándonos a nosotras y recriminándola a ella no va a conseguir que cambie, señor Knight. Lo único que va a conseguir es que a ella le sea mucho más difícil afrontarlo.
—Entonces, ¿qué es lo que va a ocurrir ahora? ¿Van a tener alguna de ustedes dos la amabilidad de decírmelo? —replicó con furia él—. No. Permítame adivinarlo. Tiene que recoger sus cosas y abandonar el colegio inmediatamente. Se interrumpirá su educación pero ella será una buena lección para todas las demás. ¿He dado en la diana?
—¿Y qué elección tenemos, señor Knight? —preguntó la señora Williams, que parecía agotada. Se había pasado las últimas horas pensando en las consecuencias que aquello podría tener para el colegio—. No nos queda otra opción que no sea que usted saque a Emily del colegio. Naturalmente, tendrá hasta el fin de semana para recoger todas sus cosas.
—Naturalmente… Entonces, ¿se les ocurre a alguna de ustedes cómo se puede solucionar este problema? Aunque usted se limite a sentarse en esa silla con la espalda bien recta —dijo él, refiriéndose a la directora—, y no acepte responsabilidad alguna sobre lo que ha pasado, esta no puede ser la primera vez que…
—Es la primera vez, señor Knight —afirmó la mujer—. No tenemos precedentes.
—Ella necesitará su apoyo —intervino Rebecca.
—Tengo que decir que eso va a ser algo difícil —confesó él, con un brillo cínico en los ojos—. Me ha sido imposible tratar con ella desde que vino a vivir conmigo hace dos años. ¡Pero esto es el colmo!
Rebecca pensó que esa no era la historia que, entre lágrimas, Emily le había contado. La chica le había confesado que su padre nunca le dedicaba ni un minuto de su tiempo desde que ella había ido a vivir con él cuando su madre murió en un accidente de esquí. De niña, había tenido poco contacto con él ya que sus padres se habían divorciado cuando ella tenía dos años y su madre había evitado que ella tuviera una relación con él. De hecho, se lo había prohibido