El término darshan, que procede del hinduismo, se refiere a visión, en el sentido de aparición, no tanto como revelación o milagro, sino como el acto de ver lo divino dentro de sí mismo. Darshan es estar en presencia de lo divino, conectar con el Todo, con el Uno del que formamos parte, una mirada que te conecta con tu esencia y con tu ser verdadero. En la darshan conectas con el corazón y el poder curativo del cuarto chakra, con el deseo de compartir y dar a los demás.
En las siguientes páginas vamos a viajar a las ideas, formas y costumbres de una cultura milenaria, que puede ofrecer las herramientas que uno busca para alcanzar su giro personal, para salir de esa ya famosa zona de confort en la que todos estamos metidos. Este libro es una invitación a vivir la vida cotidiana desde otra perspectiva, más próxima a la persona que uno es, simplemente introduciendo ciertas prácticas, ideas y nociones que hacen de los asiáticos una de las civilizaciones más avanzadas no solo en lo económico, sino sobre todo en lo humano.
Cuando uno conecta con la persona que es, todo es más sencillo, más fácil. Las cosas aparecen cuando se necesitan, las decisiones fluyen sin dificultad y las barreras desaparecen. No se trata de un descubrimiento inmediato e instantáneo. Esto no es la píldora de la felicidad, sino un proceso en el que día a día uno va aprendiendo a comportarse de otra forma.
Aquellos que buscan lo inmediato, que se olviden de obtener la recompensa, porque se necesita toda una vida para conocerse y es un trabajo diario.
Aquí y ahora: simplemente lo que propongo es elegir otra mirada, basada en lo que he aprendido viajando por el continente asiático. Despertar del estancamiento de nuestras vidas cotidianas, en las que adoptamos un rol de víctima, con máscaras que apenas reconocemos o que ni siquiera somos conscientes de llevar.
Darshan es la mirada para llevarte al interior de la persona que tú eres, la que abre tu vida a otros caminos, más allá del orden cotidiano, en el que te has mantenido hasta ahora. Mi propósito es compartir lo que viví viajando, destilando en diez sutras cotidianos la sabiduría de Oriente y parte de la riqueza del continente asiático.
Obviamente, la riqueza de esa cultura milenaria no puede encapsularse en tan solo diez conceptos, por lo que el lector debe tomarlo como un punto de partida, casi como una invitación a adentrarse, por sí mismo y de forma vivencial, en las fuentes de Asia, aprovechando que hoy el mundo va rompiendo sus fronteras y acercando sus límites.
No es preciso ser un robinsoniano escapista que huye a la Polinesia, sino simplemente encontrar pautas y prácticas que puedan dar equilibrio a nuestra vida cotidiana, tan neurotizada por el poder de la mente y con una identidad basada en el ser laboral.
Las páginas que siguen a continuación son tan solo un punto de partida para desprenderse de ciertos hábitos y tendencias. Es decir, para alinearse mejor con la persona integral que llevamos dentro. La recompensa no es un tesoro material, no tiene nada que ver con ganar más dinero o tener más proyección social, sino con una mayor sensación de bienestar o equilibrio. Algo difícil de medir y tan inaprensible que a veces tan solo se mide por la calidez de una mirada, la relajación de un rostro o por el candor de una llama que brota en el corazón.
Como me dijo un maestro hindú en Rishikesh, lo aprendido no es de nadie, es de todos. «Todo es para ti, pero no tuyo.»
La sabiduría de Asia es un manantial, un gran mar del que todos podemos beber. Somos gotas de agua encapsuladas en nuestra pequeña botella, y si rompemos la barrera del cristal, podremos ser parte de ese gran océano del que todos procedemos.
Toma las siguientes páginas como una visión personal surgida de una experiencia y anímate a dar forma a la tuya.
1. Shanti, shanti
Sutra: Desacelerar lo cambia todo
Shanti, shanti fueron las dos palabras que más escuché en mi primer viaje a la India.
Cada vez que me precipitaba a hacer algo, comportándome como un típico urbanita procedente del mundo capitalista industrializado, un hindú me respondía con esta expresión. Tardé un tiempo en comprenderla, pero una vez que lo hice, ya no la olvidé.
Aunque puede entenderse como paz en un sentido espiritual, dentro de la cotidianeidad y las calles de la India, shanti, shanti es lo que los americanos expresarían como «Take it easy» o nosotros los españoles como «Para el carro» o «Tómatelo con calma».
¿Cuántas veces escuché a mi sabia abuela decir aquello de «Ve despacio que tengo prisa»? Por desgracia, no le hice caso, y cuando pisé Asia por vez primera, era un acelerado occidental hiperactivo.
Una de las claves para ser feliz es darse cuenta de lo que sucede. Sentir e integrar las vivencias resulta fundamental, pero en nuestras aceleradas vidas, solemos perdernos en la inacabable agenda pendiente que arrastramos.
Nos dejamos llevar por la hiperactividad, porque nos hace sentir importantes y tapa todo tipo de problemas o emociones que no queremos reconocer.
El «Ahora no tengo tiempo» o el «Es que no paro» son algunas de nuestras frases favoritas. Unos van como una moto, otros reconocen el estrés o lo utilizan de pretexto...
No niego que en ocasiones la vida nos somete a situaciones que requieren cierta urgencia, pero no está de más valorar aquello que verdaderamente es importante.
Hay que aprender a dar sentido al tiempo, midiendo la hiperactividad desbordante y no hay que caer en el engaño de creer que el estar muy ocupados nos hace más felices.
El ser humano necesita integrar, antes de meterse en otra cosa, ya sea en el terreno emocional, sensorial o intelectual. El mundo moderno nos ha hecho insaciables y, cuando tenemos algo, ya queremos algo más. De modo que al final vivimos en la insatisfacción de no tenerlo todo o no alcanzar lo inabarcable. En el patrón de respiración de muchos occidentales, la pauta es inhalar de forma compulsiva, acorde con la hiperactividad, no tener conciencia de la retención de aire y exhalar de forma brusca, ineficiente y escasa. Solo pensamos en acumular aire, no en soltar, ni en dar tiempo para oxigenar las células.
En las primeras sesiones de yoga, el alumno aprende a respirar, alargando los tiempos de inhalación, retención y exhalación. De pronto, descubre que una simple relajación o pausa en la respiración puede cambiar sus pautas de conducta y su estado mental.
La respiración es uno de los recursos principales, no solo para calmar la mente, sino para hacer circular la energía de la luz universal que está en todas partes y también en nosotros. Se trata de respirar de forma muy sutil, suave y pausada. De esto habla también el T’Ai I Chin Hua Tsung Chih, conocido como El secreto de la flor de oro, un texto que, en el prólogo de la traducción de Richard Wilhem, Carl Jung considera un tratado de alquimia, además de texto taoísta de yoga chino. Personalmente, lo considero una de esas joyas que Oriente nos ofrece y que releo a menudo, comprobando cómo evolucionan sus contenidos con el curso de mi propia vida. Es uno de esos libros que inicialmente fue transmitido de forma oral y que cristalizó dentro de un círculo esotérico de China. Su primera edición data del siglo VIII, pero no llegó a Occidente hasta 1929 con la traducción alemana de Richard Wilhem, de la que se hizo una versión americana dos años más tarde. Luego fue reeditado en varias ocasiones durante la contracultura americana de los años sesenta.
«Cuando te sientas a meditar, debes mantener el corazón tranquilo y la energía concentrada. ¿Cómo podemos acallar y calmar el corazón?
Mediante la respiración.
El corazón simplemente ha de ser consciente del flujo de la inhalación y la exhalación; no se debe escuchar mediante los oídos. Si no es escuchada, entonces la respiración es la luz; Si es luz, entonces es pura.»1
La