Hay quienes podrán afirmar que los padres actuales son un fuerte factor de la supuesta inmadurez que se atribuye a los jóvenes actuales, que la combinación de estas conductas parentales, junto con la postergada salida de la casa paterna, no hace más que armar un combo poco saludable en términos de emancipación y crecimiento.
No nos toca a nosotros juzgar estas acciones. Sin duda, detrás de ellas, debe haber solo buenos propósitos de personas que quieren a sus hijos y buscan lo mejor para ellos. Es probable que haya también un fuerte temor a verlos sufrir, y alguna duda en torno a la tolerancia a la frustración o resiliencia, con la que sus hijos cuentan para sobrellevar las frustraciones propias de la vida.
Algo se juega en relación a la desvalorización del proceso de frustración y recuperación que nos ha alcanzado a todos en la vida. Pareciera estar presente con más fuerza la hipótesis de “a menores frustraciones, mayor felicidad”, y los padres han tomado un rol central en la cruzada de aislar a sus hijos de cuanta frustración les sea posible.
De cualquier manera, lo que nos interesa es recortar lo que está sucediendo para, a la luz de eso, poder pensar otras situaciones que se dan fuera de la familia con figuras de autoridad, así como pensar también algunos comportamientos de los jóvenes que, iluminados por las costumbres familiares, se nos vuelven más entendibles.
La injerencia de los padres en las decisiones de los hijos, o incluso en el paso a paso de sus vidas, imprimen postales novedosas de los últimos años, siempre con matices, pero impactando en algún punto de manera similar Por ejemplo, ya no nos asombra ver a madres en el hall de espera, acompañado a sus hijos a procesos de selección, o recibir e-mails o llamadas para obtener de maneras más rápidas feedbacks.
Esta hiperpresencia seguramente deja una huella o concepción de lo que ellos, como jóvenes, pueden esperar de los adultos que los guían en las distintas esferas. En el caso de un trabajo, la figura más cercana a esto es el jefe.
No debemos asombrarnos, entonces, de que la expectativa con respecto al rol del jefe esté corrida de los parámetros que históricamente se han tenido.
Describiremos qué cualidades consideran que un buen jefe debe tener, con los propios testimonios de los entrevistados.
Que te escuche y que esté presente cuando necesitas una ayuda, sin ser agobiante.
Distendido, que sea más un ‘amigo’ que te entiende y que si llegás tarde por algún problema no te esté castigando.
Que tenga confianza en mí a full.
Que me guíe, sí, pero que me dé libertad y sea flexible.
Que me acompañe, que me siga a la par, pero con presencia de líder.
Que pueda tener diálogo abierto con él, que me marque en qué voy bien y en qué no.
Que me deje ser, guiándome, y me permita relacionarme con otros en la empresa.
Que sea claro y conciso, copado desde lo personal y que esté cuando uno lo necesita.
Que entienda mis prioridades, que me dé oportunidades de aprender al darme a resolver ciertas cuestiones del trabajo.
Hoy busco más a un jefe que pueda defenderme y acompañe mis decisiones en lo laboral, tener su apoyo.
De un jefe espero encontrar una persona a la cual pueda copiar en lo laboral y en la parte humana. Un modelo a seguir.
Cuando me tocó ser jefe, pensé en cómo me hubiese gustado que me tratara a mí mi jefe, con respeto, sin castigos, y pensé ‘voy a manejar al equipo de la forma en la que tengan ganas de venir a trabajar’.
Para mí es importante que el jefe pueda tener conversaciones honestas, pero realmente honestas.
Que te transmita sus conocimientos, que sea capo en lo suyo, que sepa mucho.
Como vemos, la vara está alta.
En general, al insertarse en grandes compañías, lo que los jóvenes encontrarán serán jefes con muchas responsabilidades, tiempos reducidos y vocación de desarrollo de gente fuerte, media o baja, dependiendo de la cultura y valores de cada compañía y de la subjetividad de cada persona.
Pero en todos los casos, aun en aquellos en los que la vocación de ayudar al crecimiento de equipos sea alta, las expectativas de un rol cercano al de sus padres no se verá satisfecha.
Como vimos, se espera de los jefes que escuchen, que tengan confianza, que sean accesibles, muy “capos en conocimiento”, que los defiendan, que sean súper-honestos, que los guíen en libertad, que les den ganas de ir a trabajar y, para resumir, “que sean un modelo a seguir en lo laboral y en la vida”.
Este último testimonio es riquísimo: claramente se parece más a la expectativa de un hijo con un padre que a la de un empleado con un jefe.
Expectativas tan altas, no solo corren el riesgo de no verse satisfechas, sino que, además, hay altas chances de que generen frustración y desorientación, al menos en un momento inicial.
No es nuestro objetivo definir cuestiones de la generación Y como tal, tema que ya ha sido ampliamente debatido, sino de los jefes Y. Pero nos pareció importante, antes de ir hacia los jefes, describir primero este fenómeno de roles emparentados y expectativas de jefes-padres.
Liderazgo:
algo está cambiando
La llegada de la generación Y a puestos de mando hace visible una tendencia que, seguramente, se ha gestado a lo largo de los últimos años pero que, con su arribo, cobra forma más real y definida.
Nuestro objetivo ha sido, y continúa siendo, estudiar cómo es esta generación en su papel relativamente nuevo de líderes. Cómo llevan sus características de “liderados”, ya estudiadas en otros libros, hacia la construcción de su propia manera de liderar.
Creemos que este cambio se apalanca mucho menos en la apelación al uso de la jerarquía como aval de la relación líder-equipos, y está mucho más enfocado en una relación interpersonal en la que ambas partes puedan sacar algo provechoso.
Sin duda, para el líder Y, el modelo de gestión de personas es mucho más flexible, y se concibe más como jefe inspirador y coordinador que como autoridad rígida.