–Le hablé de mis planes. Él viajaba mucho y me dijo que en el futuro me llevaría con él. Pensaba que si yo abría un negocio de hostelería ya no querría marcharme de aquí.
Roland sabía que ella deseaba formar una familia y él no quería que su esposa trabajase. En eso, era igual que su padre. Los dos pensaban que el deber de una esposa era apoyar a su marido y hacerle la vida más fácil.
El banco había rechazado su plan y, con él, el sueño de su vida. Roland le había dicho que, cuando estuvieran casados, podría ayudarle en su trabajo como director de marketing atendiendo a los clientes.
Ella había logrado convencer a Roland de que, mientras tanto, necesitaba contar con unos ingresos para poder tener su independencia. Eso no le había gustado, pero había accedido con la condición de que trabajase en Saxon´s Folly. Ella había declinado su oferta porque adivinaba que eso podría significar algún tipo de contrapartida por su parte y deseaba llegar virgen al matrimonio.
Su vestido blanco de novia era otro de sus sueños rotos. Igual que el de su virginidad. Sintió un escalofrío al venirle a la memoria el recuerdo de una boca junto a su cuello y unas palabras ardientes susurradas al oído.
Amy se estremeció de placer cuando los dedos varoniles le acariciaron la piel desnuda que brillaba como pétalos de rosa blanca a la luz de la luna. Aquel éxtasis era un error, un espejismo. Pero ella no se atrevía a decirle que parase. Le consumía el deseo y la pasión que sus caricias habían encendido en ella.
Trató de olvidar aquellas imágenes lascivas. Nunca debía haberse rendido a la tentación. Había roto su castidad por dejarse llevar. Era tan culpable como Roland.
Durante los dos años que habían estado saliendo y luego durante el año que habían estado comprometidos, nunca había pensado que Roland pudiera serle infiel. La fidelidad era para ella parte consustancial del amor. Había creído que estando juntos podrían llegar a conocerse mejor y vivir una historia romántica.
Pero Roland no compartía sus creencias.
Cuando ella se enteró de que él estaba con otra mujer, le dio un ultimátum. Roland echó la culpa de todo a su trasnochado voto de castidad. Le dijo que si se hubiera acostado con él, no habría necesitado ir a buscar fuera lo que tenía en casa. Esa noche, le hizo dudar de sus valores, de sus creencias. Empezó a creer que era culpa suya que él se acostara con otras mujeres y no le fuera fiel.
Le había hecho dudar de todo. De sus sentimientos y sus principios. Incluso de quién era.
La oscuridad ocultaba el color febril que sus caricias habían dejado en su piel ardiente de deseo. Se sintió asaltada por una lasitud embriagadora. Podía fingir que era un hermoso sueño, que la pesadilla de la noche anterior se había desvanecido para siempre, que había despertado por la mañana en los brazos de su amado y que todo estaba bien…
Heath observó el color de sus mejillas encendidas, pero ella eludió su mirada.
¿Sabría que deseaba besarla y saborear sus labios hasta dejarlos del color rosa que teñía sus mejillas? Estaba tan sexy…
Ralph se había puesto a hablar de las previsiones del tiempo y Heath asentía con la cabeza sin escucharle. Tenía toda la atención puesta en Amy. Cuando por fin ella giró la cabeza y lo miró a los ojos, pareció decirle sin palabras que sabía exactamente lo que estaba pensando.
Heath borró la sonrisa de sus labios.
La dulce Amy, la inocente Amy… Él siempre la había deseado.
Ella hizo un gesto de desaprobación con los labios. Un mohín delicioso que le hizo desearla aún más. Deseaba besarla con pasión hasta que el capullo rosa de su boca floreciera en sus labios. Le guiñó un ojo. Ella lo miró fijamente pero sin el menor atisbo de alegría en los ojos.
Ralph estaba mirándolo también. Heath se sintió turbado al ser sorprendido mirando embobado a su hija como un idiota enfermo de amor.
–¿Estás preparado? –preguntó Ralph.
Heath parpadeó nuevamente sorprendido. ¿Preparado? ¿Para qué?
¡Ah! Sí. Claro que sí. Hacía años que lo estaba.
–Sí, estoy preparado para mañana –respondió Heath, tomando un trago de su copa de oporto.
No podía creer que al final lo hubiera conseguido. Iba a casarse con Amy al día siguiente. Se sintió invadido por una euforia descontrolada.
–Nunca imaginé que Amy pudiera casarse contigo algún día –dijo Ralph, dirigiendo una mirada de cariño a su hija–. Aunque, bien pensado, no sé por qué. Hacéis una buena pareja.
–Estaba comprometida con Roland –dijo Amy, dejando la taza de golpe sobre la mesa.
–Creo que Heath será mejor para ti.
–¿Por qué dices eso, papá?
Heath apoyó la cabeza en el respaldo de la silla con aire expectante. Estaba muy interesado en conocer la opinión que su futuro suegro tenía de él.
Ralph hizo bailar el vino dentro de la copa unos segundos y luego echó un buen trago.
–Porque has sido siempre muy hogareña y Roland no paraba nunca en casa. Siempre andaba por ahí zascandileando.
–Ese era su trabajo –replicó ella–. Y yo lo aceptaba. Incluso llegó a decirme que, cuando nos casáramos, le gustaría que fuera con él para ayudarle a atender a los clientes.
Su padre negó con la cabeza.
–Roland era muy inquieto, nunca estaba a gusto en ningún sitio. Habrías acabado odiando estar siempre tras sus pasos.
Heath comprendió que Ralph era más perspicaz de lo que había imaginado. Demostraba haber conocido muy bien a Roland. Su hermano adoptivo había sido siempre un trotamundos y un mujeriego. Pero eso Amy no lo sabía.
–¿Crees que me habría encontrado insatisfactoria? ¿Que le habría aburrido? –preguntó Amy a su padre con los ojos echando chispas.
Heath reprimió una sonrisa ante la ridiculez de las preguntas.
–No, hija. No estoy tratando de criticarte, pero Roland era… como era. Salvaje e inquieto.
Amy se echó a reír.
–Estás confundido, papá. Esa es la descripción de Heath. Fíjate en él.
Ralph miró a Heath con ojos expertos para no perderse un detalle. De repente, Heath tuvo la sensación de que su futuro suegro sabía de él más de lo que sospechaba.
Esperó expectante el resultado de su evaluación.
–No sé, hija. Nunca me creí toda esa basura que se decía de él. Heath siempre ha estado donde se le ha necesitado, ha trabajado duro y siempre ha sabido estar en su sitio –dijo Ralph, dejando su copa de vino sobre la mesa–. Pero no corresponde a un padre hablar a su hija del hombre con el que va a casarse.
Heath soltó poco a poco el aliento que había estado conteniendo. Su secreto estaba a salvo. Se sintió reconfortado sabiendo que alguien había cuestionado la veracidad de los actos que le habían creado tan mala fama.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Amy a su padre.
Ralph dirigió a Heath una sonrisa de complicidad.
–Creo que ya he dicho suficiente. Es hora de marcharme.
Esa sonrisa le dijo a Heath todo lo que necesitaba saber. Empujó la silla hacia atrás y se levantó.
Amy fue con él hasta la puerta para despedir a su padre, pero Heath vio que ella no tenía ninguna intención de irse.
Cuando Ralph se marchó, Heath le pasó el brazo suavemente por