Una violeta de más
Una violeta de más (2020) © Francisco Tario
D.R. © Editorial Lectorum S.A. de C.V. (2019)
D.R. © Editorial Cõ
Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.
Cõeditor digital
Edición: Octubre 2020
D.R. © Imagen de portada: Julio Farell
D.R. © Diseño de Portada: Ana Gabriela León
D.R. © Prólogo: Alejandro Toledo
D.R. © Epílogo: Alejandra Amatto
Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.
Prólogo
Es el 29 de septiembre de 1931. El joven Francisco Peláez Vega está en Llanes, al oriente de Asturias, España, y su novia Carmen Farell permanece en la Ciudad de México. Se escriben regularmente y en la carta fechada ese día él le agradece: “Esa violeta que vino en tu carta la tengo en un libro de poesías que se llama Tabaré y que leí en el barco. He tomado de ella el beso que me envías y también a éste lo guardo en el fondo de mi corazón”.
Una flor de violeta y la carta: ese gesto de Carmen tendrá su eco lejano en un libro que se publicará más de tres décadas después y se llamará Una violeta de más. El último envío y el cierre de una obra. La dedicatoria es para Carmen: “Para ti, mágico fantasma, las que fueron tus últimas lecturas”.
He ahí la explicación sintética de por qué ese libro, éste (que el lector tiene en sus manos, a poco más de medio siglo de su publicación original), se llama así. En otra carta él imaginará un paraíso común de la pareja como un campo de violetas. Y la dedicatoria a Carmen, como refuerzo del título, se refiere a una costumbre familiar de que los escritos literarios de aquel que ya había firmado varios libros bajo el seudónimo de Francisco Tario fueran sometidos a la lectura en voz alta, para ponerlos a prueba, y eran comentados en casa (en el raro exilio madrileño) tanto por la esposa como por los hijos Sergio (el mayor) y Julio (el menor). Ella muere en 1967; y Una violeta de más aparece en México, en edición de Joaquín Mortiz (colección Nueva Narrativa Hispánica), al año siguiente, como si el fantasma de Carmen enviara con éste una violeta más o de más. Sus últimas lecturas.
Luego está el dibujo de la portada (el rostro de un caballo de ojos grandes, un sol brillante, la silueta de un paisaje con una cruz), en fondo violeta, con el crédito de Julio Peláez, el hijo menor, quien luego firmaría sus cuadros como Julio Farell. Para esta edición conmemorativa el mismo Julio ha recreado esos trazos.
Estos son algunos de los elementos que distinguen a esa primera edición de Una violeta de más. Se imprimieron 3 mil 200 ejemplares; el colofón tiene fecha del 10 de diciembre de 1968. En la contraportada se ve, en la parte superior, a un hombre calvo, de camisa clara, con lentes oscuros, en la acción de llevar un cigarrillo a los labios por una mano derecha que muestra una esclava de oro; aparece abajo la siguiente información: se habla de su nacimiento en el Distrito Federal en 1911 y sus residencias en esta misma ciudad, Acapulco y Madrid. Se lee, además: “Su biografía no se asemeja mucho a un curriculum vitae académico: persistente viajero mientras subsistió el prestigio de los transatlánticos y los expresos, futbolista profesional, pianista disciplinado, místico del naturalismo, aprendiz de astrónomo y explorador de fantasmas. Al fin comenzó a ordenar en relatos sorprendentes su imaginación, su sensualidad, su humor y su lirismo. Una década ya lejana vio aparecer sus seis libros anteriores, tan personales y tan innovadores en las letras mexicanas de aquellos años: La noche (cuentos fantásticos, 1943), Aquí abajo (novela, 1943), Equinoccio (1946), Breve diario de un amor perdido (1951), Acapulco en el sueño (1951) y Tapioca Inn (cuentos fantásticos, 1952). Desde entonces, el silencio. Hace poco tiempo la revista El Cuento, al recoger un hermoso relato de Tario, lamentaba su olvido”.
La lista no es completa: faltan La puerta en el muro (1946) y la plaqueta Yo de amores qué sabía (1951).
Sigue el texto de la contraportada: “Al publicarse ahora esta nueva serie de cuentos fantásticos, Una violeta de más, se romperá el silencio y la ausencia de este escritor singular. Sus cuentos siguen siendo sorprendentes y su imaginación intrincada y fascinante, pero el tiempo les ha dado una segura y cálida densidad. Lo mismo en el camino de la fantasía grotesca que en el del humor negro o el de la ternura para los desolados y los desvalidos, Una violeta de más nos rescata un Francisco Tario que ha madurado sus propios dominios. Y después de hacer reír, de sorprender y de inquietar a sus lectores, esta nueva colección les reserva la turbadora belleza del cuento que la cierra, ‘Entre tus dedos helados’, obsesionante y magistral”.
Hasta aquí la contraportada, con información suficiente para interesarse en la lectura y emprender, también, búsquedas variadas, por ejemplo del resto de la bibliografía tariana, entonces (durante los años setenta y ochenta) aún más o menos disponible en las librerías de la Ciudad de México, en las pertenecientes a los Porrúa o en la Antigua Librería Robredo (ubicada en el Paseo de la Reforma, en la glorieta de la palmera). El cierre del misterio, o uno de sus principios, estaba en enterarse de la muerte de Francisco Tario, ocurrida el 30 de diciembre de 1977 en España, por las notas necrológicas del semanario Proceso (en la columna Inventario de José Emilio Pacheco) y la revista Vuelta (texto firmado por José Luis Martínez). Quedó claro así que Una violeta de más había sido el cierre de una obra. Diez años después de la partida de Carmen, Francisco emprendió el último viaje.
En los archivos del escritor hallé un álbum con forros de tela roja a cuadros (con las páginas atadas por un cordón también escarlata) en el que Tario coleccionaba las notas periodísticas relacionadas con su trabajo. Me detengo en las de comienzos de 1969, reacciones críticas a Una violeta de más. Está, primero, la reseña de Ramón Xirau aparecida en el suplemento México en la Cultura de la revista Siempre! (12 de febrero), en donde éste postula que la literatura española es, en gran medida, fantástica (y ofrece una lista que va de los palmerines y las doroteas a los quijotes de Cervantes y Unamuno); y encuentra en los cuentos de Tario una doble y complementaria vertiente: “por una parte la delicadeza de los ambientes a la vez precisos y difuminados, a la vez encuadrados y rodeados de ensueños; por otra parte, la ironía que puede llegar a ser cruel”.
En el Diorama de la Cultura del periódico Excélsior (26 de enero) propone María Elvira Bermúdez que los de Tario son cuentos fantásticos puros. No obstante, dice: “No se limita sin embargo Tario a recrear técnicas fantásticas ya conocidas. En algún cuento, verbi gratia en ‘Como a finales de septiembre’, con la descripción morosa y el relato anímico crea un inefable ambiente de misterio. Lo mismo puede afirmarse de ‘El hombre del perro amarillo’. En otros, ‘El balcón’, ‘La mujer en el patio’, presenta seres inmoribles, seres que se resisten a morir y que prolongan su existencia a costa de la realidad misma. En el cuento ‘Entre tus dedos helados’ mezcla en forma asombrosa el sueño o el delirio con instantes de lucidez y levanta un edificio frío y oscuro, pero fabuloso donde el terror y la fantasía pueden avecindarse”.
Hay varias notas sin firma, una de ellas malhumorada… Y este apartado del álbum (al que le siguen unos doce folios en blanco, como registro sordo de lo que ya no hubo) cierra con una crítica de Héctor Aguilar Camín publicada en el periódico El Día (25 de marzo), quien parte de la afirmación de que no abunda en la literatura mexicana el género de lo fantástico para decir: “Escritores como Tario parecen una flor exótica y casi inconcebible en un medio donde nada brinda apoyo —tradición, bagaje histórico— al ejercicio escueto de la fantasía. Tario se brinda solo el apoyo con sus libros (acaso algunos relatos de Reyes, desde el más allá, y otros de Torri, colaboran también en este sentido). Una violeta de más se inserta en la tradición personal de un estilo y un mundo trabajados con una discreta y sólida fidelidad durante años. El libro refleja esta especie de total continuidad en su lógica consecuencia: dominio absoluto de un hábitat literario, posesión sutil y natural de sus secretos, exquisita libertad de desplazamientos y juego, sin cruzar jamás el límite perfectamente conocido de ese terreno propio: madurez”.