Nuño de Guzmán entró al pueblo de Tonalá en marzo de 1530. Cuando estaba con sus anfitriones a punto de comer, se escuchó un gran tropel y voces de los amigos que decían: «¡Arma! ¡Arma! ¡Enemigos! ¡Traición!». Era la gente de Coyula, que se dirigía armada a Tonalá y al parecer quería matar a la cacica. Entonces Nuño le dijo a ella que lo quería hacer caer en una trampa y era fingido el buen recibimiento (Tello, 1968: 115). Mientras tanto:
...los capitanes y gente de guerra de la nación tecuex[e], supieron que había venido Nuño de Guzmán con sus españoles y yndios mexicanos; se juntaron luego con los principales […] y con grandes exclamaciones decía[n] a voces: ya viene el Dios de los tlaxomultecas (Tello, 1968: 115-116).
En la plaza de Tetlán se empezó a escuchar:
...sabed que ya viene el Dios de los Tlaxomultecas; aparejaos, animaos y esforcaos, haced hondas para que ape[e]dremos al Dios de los Tlaxomultecas, porque esta arma es a la que más teme, y a éste hemos de procurar matar, […] hacer muchas flechas, aderecad vuestros arcos y tened aparejadas las macanas para que matemos a este Dios que tanto daño nos viene a hacer. A lo qual respondieron todos: Si el Dios de los Tlaxomultecas no pereciere en tres días, damos palabra de irlos a coger a ellos y matarlos y comerlos, haciendo tamales de sus carnes (Tello, 1968: 115-116).
Cinco pueblos fueron los que salieron al encuentro de los españoles:
Tonalán, los de Coyulán, los nahualtecas, chiltecas y los tzitlaltecas, los que salieron a pelear con los españoles con sus arcos, chimales y macanas (Tello, 1968: 116).
[…] saliendo al encuentro los capitanejos, hicieron en el suelo tres rayas, dando a entender ser aquel campo destinado para la batalla de cuyas líneas no permitirían se diese un paso… (Mota Padilla, 1920: 61).
La gente de Nuño iba por «…una calle abierta desde la casa de esta señora a dar al cerrillo y a la entrada de ella asestaron los tiros, y los yndios de guerra no hacían sino hacer vallas en la calle, diciendo que no pasasen de allí porque los matarían» (Tello, 1968: 116). Y se ordenó a la artillería comenzar y tuvieron una sangrienta batalla en la que el gobernador y capitán, Nuño de Guzmán, hubiera perdido la vida de no haber entrado en su defensa el capitán Cristóbal de Oñate.
Cuenta fray Antonio Tello que en la batalla de Tonalá fue visto Santiago en el cerro Xictepetl o cerro del Ombligo, hoy de la Reina:
…en este puesto los desbarató el apóstol a vista [...] [del] exército y de los yndios, y fue la primera aparición del santo apóstol en el Nuevo Reino de la Galicia […] los indígenas se bajaron a una quebrada, y estos se escaparon todos; pero los que subieron al zerro […] fueron los yndios coyultecas, y otros de los pueblos dichos, sin que quedase uno… (Tello, 1968: 116).
Al respecto, en Tonalá una leyenda cuenta que después de que los indígenas bajaron la barranca se escondieron en algunos refugios rocosos como cuevas y cuando salieron de ahí llevaban pegados en sus caras y cuerpos animales rastreros con los que habían estado conviviendo. Por eso traen animales las máscaras de los tastoanes. Otras personas cuentan que los traen porque representan las heridas que les dejó la espada de Santiago.
El mismo día de la batalla, Nuño de Guzmán tomó posesión del pueblo para sí, y al otro día se juntaron los jefes de la región, que le fueron a dar obediencia (Tello, 1968: 117).
El misionero fray Antonio de Segovia edificó una capilla justo donde fue visto Santiago, en memoria de la supuesta aparición del apóstol cuando ocurrió este fuerte enfrentamiento de los conquistadores con indígenas de Tonalá, para defenderlos de los naturales que los agredían por estar en sus propiedades y tomando posesión de las tierras y todo lo que había en ellas (Tello, 1968: 116).
Sublevación en la Guadalajara de Tlacotán
Uno de los levantamientos indígenas del occidente de México en contra de los españoles tuvo lugar en la villa de Guadalajara, cuando se asentaba cerca del pueblo de Tlacotán. Los naturales de varios pueblos se unieron para sorprender a los iberos, quienes causaban muchos estragos en los lugares adonde llegaban.
Los más valientes guerreros eran los tochos y caxcanes que habitaban al norte del río Santiago, quienes dieron muerte a Pedro de Alvarado y treinta personas más. Alvarado, a quien llamaban el Sol, era uno de los capitanes a quienes más temían los indígenas. Luego de su muerte, ocurrida en 1541, el gobernador Cristóbal de Oñate se encontraba en grandes aprietos porque los setenta españoles que quedaban y acompañaban a Alvarado querían irse y él tan sólo contaba en Guadalajara con veinticinco de a caballo y de a pie; de los setenta decidieron quedarse doce,11 que tenían deudos y hermanos en la ciudad. De esta manera, ya contaba con treinta y cinco soldados (Tello, 1973: 206).
Cristóbal de Oñate envió un mensaje al virrey para enterarlo de la situación en que se encontraba Guadalajara. En julio de 1541 entró Diego Vázquez a la ciudad con cincuenta hombres y el capitán Juan de Muncibay, un español muy distinguido; con ellos sumaban ochenta y cinco hombres, suficientes para defenderse (Tello, 1973: 207-209). Los enemigos de los españoles eran principalmente los del:
Río y Valle de Xuchipila hasta Jalpa, y los del Valle de Tlaltenango de cabo a rabo, y el Valle de Tlacotlán y Barrancas, y que todos confederados trataron para que no se les fuesen los españoles, con los casiques de Matatlán, [...] [el cacique de Matatlán fue] a Tonalán y les dixo se alzasen [...] porque [...] acometerían los caxcanes a la ciudad (Tello, 1973: 200-211).
Pero no cedieron porque dijeron que los españoles eran sus amigos. Los indígenas fueron con el cacique de Atemajac a Tequizistlán y Copala, pueblos con población insuficiente para enfrentar a los españoles en el río. También acudieron a «…Yschcatlán a tratar con el cacique pero un indígena tartamudo llamado Francisco Gang[u]illas, le dijo al cacique que él y los demás del pueblo no querían alzarse contra los españoles» (Tello, 1973: 209-211), que era mejor que prendieran a los enviados de Matatlán.
En septiembre de 1541, el gobernador Cristóbal de Oñate empezó a averiguar cuáles caciques de los alrededores habían conspirado contra los españoles. Los indígenas dijeron en sus confesiones que «…el día que habían de yr a la ciudad los enemigos, que eran los de Atemaxac Zaavedra, de Copala, de Yschcatlán y el de Tequizistlán, todos ellos del valle de Tonallán, para el día seis del mismo mes los mandó ahorcar» (Tello, 1973: 213).
Los naturales habían dicho que se levantarían en octubre, y los españoles no decidían irse a Tonalá porque, decían:
...tan grandes perros son los unos como los otros, y estando entre nuestros enemigos, no tenemos de quien fiarnos. Decidieron quedarse y construir una Casa Fuerte, [...] dos torres con sus troneras, que cada una guardaba dos calles y cogían toda la cassa (Tello, 1973: 214).
Los españoles hacían muchas plegarias a Dios de noche y de día. Tenían soldados y gente de a caballo para vigilar la villa y los caminos, e indígenas a su servicio. Estos eran los que llevaban leña y comida para los caballos, «…pero los yndios del pueblo de Tlacotlán [que estaba a una legua de la ciudad] que eran de tres mil, se los impedían y les amenazaban con matarlos si seguían abasteciendo a los españoles» (Tello, 1973: 215).
Cuando los soldados fueron a Tlacotán a conseguir lo necesario para comer se encontraron con la sorpresa de que no había nadie en el mercado ni en ninguna parte porque sus amigos, en quienes confiaban, se habían alzado contra ellos (Tello, 1973: 215-216).
En 1541, en la víspera del día de San Miguel, los pueblos levantados se dirigían a