a temblar
a tropezar
a parar.
Los murciélagos se arremolinaron cada vez más cerca,
sólo que murciélagos no eran.
Cenicienta ahora podía ver
que en realidad parecían ser…
“Papel… son hojas de papel negras,
Lenti,
¡del más pesado y lujoso
papel!”
Las negras hojas de papel
eran esparcidas por el viento.
Al pueblo se dirigía la mayoría,
pero una sola hoja descendía
lenta sobre Cenicienta.
Y se deslizó
hasta su mano…
era un volante
en papel negro profundo que manchaba
de Cenicienta los dedos.
E impreso en la hoja
con la tinta más espesa y roja…
“Tal parece que un príncipe se muda
a la vieja mansión abandonada”,
dijo Cenicienta, mientras lento caminaban
de regreso a la tumba de su padre,
sabiendo muy bien
que una invitación
a un baile,
cualquier baile,
nunca sería,
nunca podría
ser para ella.
Los ojos de Letargo eran dos charcos acuosos
cuando se arrodilló junto a Cenicienta;
sus resuellos ruidosos
resonaban a través de su frágil osamenta.
Un manzano crecía doblado y desbordante
sobre el sepulcro de su padre.
Cenicienta tomó una manzana
más roja que el sol grana
y la entregó a su amigo fiel.
En su corazón, sabía
que su amado Letargo
pronto partiría
y ella sola se quedaría
con ellas.
Su supuesta familia
en la casa,
la casa que era de ella,
que debería haber sido de ella,
pero a ellas pertenecía.
Una casa que alguna vez
había brillado de alegría,
pero ahora
estaba hundida en la oscuridad.
La cabeza de Letargo descansó
en el regazo de Cenicienta,
cada aliento tomaba más tiempo
que el anterior.
El sol se hundió más bajo,
más rojo, en el cielo.
Sabía que este día llegaría
su amigo era viejo, lo sabía,
y sabía que tendría que irse.
Pero haberlo sabido
no lo hacía más sencillo.
Los afanosos resoplidos de Letargo
se convirtieron en traqueteo.
Cenicienta acarició sus mejillas,
sonriendo mientras las orejas del caballo se movían
como antes hacían
cuando ella hacía sonar su cubeta de comida.
Letargo le dedicó una última mirada
con esos líquidos ojos
y
su
respiración
se detuvo.
Cenicienta no lloró,
para esto se había preparado.
Todo cambiaría ahora.
Letargo había sido su única salida.
Su supuesta familia
nunca se aventuraba a los campos,
nunca se acercaba a Letargo
que nunca fallaba una mordida.
Cenicienta extrañaría su compañía
y su protección
ahora que sola estaría.
Levantó una pala
y comenzó a excavar.
Y entonces llegó de golpe
aquello que esos carruajes
le habían recordado.
Se veían
como…
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