Amar es la capacidad de darse plenamente uno al otro. A la vez, Dios nos dijo, a cada uno, que nos ama. Es darle lugar a que Él esté en uno.
¿Por qué existen los celos? (los naturales, no los enfermizos). Porque cuando uno ama, pone parte de su ser en otro.
Quien ha vivido amistades muy profundas, ha vivido la experiencia de llegar a ser entre los dos plena unidad, una sola sustancia, sabe que amar es poner parte de su ser en el otro. Más aún: los que se aman se van haciendo muy parecidos. Es el caso de los matrimonios, se los ve muy parecidos desde afuera, aunque aún existan diferencias. Ocurre que, si tomamos como parámetro un total de cien puntos, es probable que coincidan en noventa y siete y aquellos pocos puntos que faltan, son los que a ellos les parece que los están haciendo sentir alejados, porque miran el problema desde dentro. No obstante, en el caminar juntos, esos puntos de divergencia se irán reduciendo. Vemos, además, que tienen el mismo modo de pensar, que hacen las mismas opciones, que defienden los mismos valores. En una palabra, fueron amando lo mismo.
¿Cómo es entonces, decimos que amamos a Dios, y pensamos tan distinto a Él? ¿Cómo podemos decir que amamos a Dios, mientras nuestro corazón no ama lo que Él ama? ¡A veces hay tanta diferencia! Sólo se puede decir a Dios: “te amo sobre todas las cosas”, cuando se está amando lo que Él ama. La voluntad quiere lo que Él quiere, cuando se está pensando lo que Él piensa, cuando la inteligencia concibe las cosas como las concibe Él. En definitiva, es el trabajo de la fe. Como decía Boecio: “la fe es ver como con los ojos de Dios”.
Cuando la fe es trabajada en uno como capacidad de ver como Él ve, se está amando lo que ama Él y desechando lo que Él no ama. Pensando como Él piensa y no pensar lo que Él no piensa. Si es así, podemos decirle: «Señor, realmente te amo».
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Lo plantea Jesús como segundo mandamiento, aunque muy cerca del primero, porque prácticamente, es igual al primero. Aparecen aquí dos amores; a uno de ellos Jesús lo está dando por supuesto: “como a ti mismo”. No es pecado amarse a uno mismo. En oportunidades pensamos: esta persona es egoísta porque se quiere a sí mismo. No, el egoísta no se quiere a sí mismo, porque hay algo que le molesta dentro de su propia vida que no termina de “digerir”, que no lo hace feliz.
Amarse a sí mismo es querer lo mejor, el bien, la felicidad para uno, porque para eso hemos sido creados. Es querer la salvación, porque hacia allá vamos, al encuentro definitivo con Dios. Amarse a sí mismo es querer todo eso para sí. Por eso, el Señor dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Si uno quiere el bien para sí, la felicidad y la salvación para sí, hay que desear también para el otro: su bien, su felicidad y su salvación. Y quererlo significa ponerse a su servicio.
Entonces: nada más grande para brindarnos a Dios, que amarlo. Amarlo significa: con todo nuestro ser, corazón y mente. Esto implica que el corazón ama como Él ama: ama a todos.
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