–Tenemos que llamar a recepción ahora mismo –indicó ella.
–Antes de llamar, ¿puedes pasarme la bolsa que había junto a ella en el carrito? Igual tiene alguna pista de quién es. O, al menos, igual hay pañales para cambiarla.
–Claro. Espera.
Mari sacó una bolsa del carrito, dando gracias al cielo porque el bebé estuviera sano y salvo. Solo de pensar que alguien pudiera haberle hecho daño, apretó los dientes con frustración.
Después de entregársela a Rowan, descolgó el teléfono para llamar.
–Un momento, por favor –respondió una voz al otro lado del auricular y, acto seguido, comenzó a sonar un villancico por el hilo musical telefónico.
–Me han dejado la llamada en espera –informó a Rowan con un suspiro.
Él la miró con gesto de desesperación.
–Quien decidiera celebrar un congreso en esta época del año debe de estar mal de la cabeza. El hotel ya estaba lleno de turistas y ahora, encima, también de los asistentes a las conferencias.
–Por una vez, estamos de acuerdo –replicó ella, sin quitarle los ojos de encima al bebé y a Rowan. Con la pequeña en brazos, estaba todavía más atractivo, así que cambió la vista a la ventana, para pensar en otra cosa.
Los jardines del hotel estaban relucientes de decoración navideña. El país de su padre era una mezcla muy heterogénea de religiones y tenía una arraigada tradición cristiana, establecida por los portugueses.
Aunque Mari no solía celebrar en familia aquellas fiestas ni darles demasiada importancia, tampoco podía ignorar por completo el mensaje de paz y amor de la Navidad. Que un padre abandonara a su bebé en esa época del año le parecía especialmente dramático. Ansiando tomar a la niña en sus brazos para protegerla de todo mal, volvió a posar la vista en Rowan.
–¿Qué pasa? –preguntó ella, al ver que él rebuscaba dentro de la bolsa con el ceño fruncido.
–Puedes dejar de preocuparte porque alguna madre hubiera traído a su hija al trabajo de incógnito –señaló él, mostrándole una hoja de papel–. He encontrado esta nota.
–¿Qué dice? –preguntó ella, corriendo hacia él.
–La madre pretendía dejar el carrito, con la niña, en mi habitación –afirmó él y le tendió la nota–. Lee esto.
Doctor Boothe, es usted famoso por su generosidad. Por favor, cuide de mi niña, Issa. Mi marido ha muerto en un enfrentamiento fronterizo y no puedo darle a Issa lo que necesita. Dígale que la quiero y que pensaré en ella todos los días.
Mari releyó la nota, atónita, sin poder creer que alguien fuera capaz de renunciar a su hijo con tanta ligereza.
–¿La gente suele dejar bebés en tu puerta de forma habitual?
–Ha pasado un par de veces en mi clínica, pero nunca me había pasado algo así –repuso él, y le tendió el bebé–. Toma a Issa mientras llamo por teléfono. Tengo algunos contactos que pueden ayudarnos.
Mari dio un paso atrás.
–No tengo mucha experiencia con bebés.
–¿Nunca trabajaste de niñera cuando ibas al instituto? –preguntó él y se sacó el móvil del bolsillo mientras sujetaba al bebé en el otro brazo–. ¿O las princesas no cuidan niños?
–No fui al instituto. Me llevaron directa a la universidad –contestó ella. Como consecuencia, sus habilidades sociales y su sentido de la moda eran un desastre. Sin embargo, nunca le había importado hasta ese momento, reconoció, alisándose la falda arrugada–. A mí me parece que sujetas a Issa muy bien con un solo brazo.
Y no solo eso. Con la niña en brazos, tenía un aspecto irresistible. No era de extrañar que las revistas del corazón lo hubieran declarado uno de los solteros más deseados.
Sin poder evitarlo, Mari notó que le subía la temperatura. De todos los hombres del mundo, tenía que sentirse atraída precisamente por Rowan.
Debía de ser una cuestión hormonal, se dijo ella. Cualquier hombre en la misma situación la habría hecho sentir así… ¿o no?
Al menos, eso esperaba Mari. Porque no podía haber otra razón para explicar sus sentimientos hacia un hombre tan poco adecuado para ella.
–¿Puedo ayudarle? –respondió al fin la telefonista de la recepción del hotel.
Sí, quiso gritar Mari. Necesitaba que Issa estuviera a salvo. Y poner distancia con ese hombre tan atractivo que tenía delante.
–Sí. Han abandonado a un bebé en la puerta de la suite A5, donde se aloja el doctor Boothe.
No había manera de resolver el misterio de la niña abandonada esa noche, se dijo Rowan. La persona que había dejado a Issa en las manos de un desconocido, amparándose solo en su reputación profesional, debía de andar muy lejos en esos momentos.
Mientras Mari leía los ingredientes de un bote de leche de fórmula, él paseaba con el bebé, después de haberle sacado los gases. También habían pedido más pañales y ropa limpia.
Las autoridades no tenían ninguna noticia de que hubiera desaparecido un bebé que encajara con la descripción de Issa. Tampoco las cámaras de seguridad del hotel habían captado más que la espalda de una mujer alejándose del carrito. Mari había llamado a la policía, aunque no se habían mostrado muy alarmados, teniendo en cuenta que no había ninguna vida en peligro. El que la resolución del caso se retrasara solo daba más oportunidades a la prensa de descubrir la información. Rowan necesitaba tener las cosas bajo control. Sus contactos podían ayudarle con eso, pero no podían solucionar todo el problema.
Antes o después, la policía se presentaría con alguien se los servicios sociales. Al pensar en que ese bebé podía perderse en los abarrotados orfanatos del país, se le encogía el corazón. Por otra parte, aunque que no podía salvar a todo el que se cruzara en su camino, tampoco podía mirar con impasibilidad a esa pequeña.
Issa eructó de nuevo. Por lo rápido que se había bebido el biberón, Rowan sospechó que tenía más hambre.
–Issa está lista para tomar un poco más, si puedes prepararlo –dijo él.
Mari sacudió el siguiente biberón, mezclando la leche en polvo y el agua mineral con gesto estresado.
–Creo que está ya. Pero igual es mejor que compruebes si lo he hecho bien.
–Estoy seguro de que eres capaz de mezclar leche en polvo con agua, Mari. Tómatelo como si fuera un experimento de laboratorio –afirmó él con una sonrisa.
Al momento, Mari se sonrojó. ¿Tendría idea de lo guapa que estaba?, se preguntó Rowan.
–Si he puesto mal la proporción… –comenzó a decir ella, pasándose la mano por la frente sudorosa.
–No lo has hecho, confía en mí.
Con reticencia, ella le tendió el biberón, mirando a la niña.
–Es que parece tan frágil…
–Pues a mí me parece sana, bien alimentada y limpia –señaló él. Sin duda, alguien se había ocupado de cuidar bien a Issa antes de abandonarla. ¿Estaría su madre arrepintiéndose ya de su decisión? Eso esperaba–. No hay ninguna señal de que haya sido maltratada.
–Es adorable –comentó ella con una sonrisa llena de ternura.
–¿Seguro que no quieres tenerla en brazos mientras hago una llamada?
Mari meneó la cabeza.
–¿Vas a llamar a tus contactos?
Rowan sonrió ante su intento de distraerlo y librarse de que le pasara al bebé.