Pues bien, lo que aquí deseamos analizar se halla en esa vía característica que abre, para combatir la falta de sentido o la desesperanza, nuestra creatividad estética. Ello, por cuanto esta vía o cauce actúa a este propósito de un modo original, y además constituye un asunto aún no explorado con la atención necesaria. Nos estamos refiriendo, por tanto, al fomento de la creatividad personal, artística o estética como forma peculiar de revaloración de la propia existencia.
A este respecto, cabe reseñar cierta experiencia personal. En cierta ocasión, una mujer europea, ya madura, con medios económicos suficientes e hijos crecidos, insatisfecha con su relación conyugal y su propia vida, desde largo tiempo atrás, pidió a quien esto consigna que redactara para ella unas líneas en las que le ofreciese algún argumento válido, algún sentido al que pudiera aferrarse en su caso para seguir apreciando su propia existencia. Respondí, como era previsible, que un motivo de peso para vivir se encontraba en las personas concretas que la querían y a las que podía hacer, viviendo más, tanto bien con su mero existir. Sin embargo, este argumento no le pareció adecuado. Acaso, imaginó que, incluso sin ella, los otros seguirían viviendo felices, o que hasta ella suponía una cierta carga o peso para la dicha ajena, ya que lo era para sí misma. El caso es que entonces no se le brindó a esta mujer otra fecunda, poderosa razón: la creatividad que ella albergaba en sí, y que había mostrado con gozo para ella misma y para muchos otros, de muy variadas formas, en ciertos terrenos, y que podía seguir desplegando todavía con inmenso fruto. Sin embargo, hoy, investigaciones psicopedagógicas de gran actualidad están revelando que el recurso a la propia creatividad estética proporciona cierta resiliencia al sujeto ante la angustia y la pérdida de sentido, y que se transforma en un alegato sólido en favor del valor de conservar la vida y salud personales.
Una de las múltiples, casi inabarcables, derivaciones de este amplio y sugerente terreno, por ejemplo, se halla en los lazos detectados entre la evitación del suicidio y el cultivo de la sensibilidad artística. Existen, en efecto, experiencias acreditadas, de tipo psicológico y educativo, enmarcadas en la unión interdisciplinar entre lo pedagógico y la «arte-terapia», acerca de cómo la sensibilización estética puede servir como recurso preventivo frente a la extensión de la práctica del suicidio. Según tales estudios, desarrollar la expresividad artística en los sujetos posibles de tales prácticas y en su entorno contribuye, sin duda, en su escala, de alguna manera, a prevenir y aminorar la frecuencia o la proliferación de tales actuaciones.
El resumen que sigue del trabajo de investigación que citamos nos adentra en este asunto con lucidez:
El acto voluntario de provocar la propia muerte (González-Forteza, Ramos, Vignau y Ramírez, 2001) ha causado un gran impacto al ser humano desde la antigüedad. Siendo un fenómeno que se ha incrementado de forma alarmante en todo el mundo, es de vital importancia llevar a cabo acciones para su prevención. La presente intervención tuvo como objetivo propiciar la reflexión sobre el suicidio y las estrategias de afrontamiento, a través de un taller psicoeducativo con técnicas de arte terapia. La muestra estuvo conformada por 40 estudiantes del Sistema Avanzado de Bachillerato y Educación Superior (SABES) cuyas edades oscilaron entre los quince y diecinueve años. Los resultados evidenciaron que el arte puede emplearse como una herramienta que permite diversificar las estrategias de afrontamiento ante situaciones estresantes de la vida cotidiana, disminuyendo así el riesgo de recurrir a un acto suicida. De esta manera se concluye que el taller psicoeducativo permite proporcionar aprendizajes relevantes sobre el suicidio, así como facilitar la identificación de señales de advertencia, generando redes de apoyo para los adolescentes en el contexto educativo.10
RAZONES DEL BENÉFICO EFECTO DE LA CREATIVIDAD PERSONAL EN LA SALUD INTEGRAL Y EN LA ESTIMA DEL PROPIO EXISTIR
El arte salvó, en gran medida, a Beethoven de las garras de la desesperación y del suicidio. De nuevo, acudamos a sus propias palabras acerca de ello:
(La muerte) Si viene antes de que yo haya tenido la oportunidad de desenvolver todas mis capacidades artísticas, a pesar de mi dura suerte, vendrá demasiado pronto, y yo seguramente desearé que venga más tarde [...].11
Como se ve, para nuestro artista, el anhelo de desplegar sus potencias, capacidades y posibilidades artísticas supusieron un motivo para no desear la llegada de la muerte, y por ende una causa para desear seguir viviendo. Ahora bien, ¿cabe aplicar esto a otras personas y, si fuera así, por qué?
Enseguida conviene aquí no olvidar que la propia creatividad artística y estética no es algo reducido, en exclusiva, a ciertos sujetos privilegiados, tales como Beethoven u otros genios y artistas. Ya Sternberg12 y López Quintás13 han mostrado que todos podemos y debemos ser creativos, desarrollar nuestra creatividad personal en mil campos y de modos muy diversos.
Pues bien, la causa más honda de lo fecundo de la creatividad singular, a la hora de estimar la propia existencia, tal vez radica en una relevante nota de dicha creatividad. Se trata de su tenor profundamente «personal».
En efecto, nuestra creatividad posee un rasgo que contribuye a revelar su intensa capacidad para valorar nuestra existencia particular: su carácter hondamente personal, su especial singularidad, su estar ligada indisolublemente a la propia identidad, vinculada estrechamente a nuestra subjetividad más profunda. En efecto, en ella se manifiesta nuestra «originalidad personal», que a su vez muestra nuestra «unicidad». Esto es: la creatividad personal está profundamente vinculada a nuestra «irrepetibilidad». Ahora bien, comprender que cada uno de nosotros constituye alguien —no algo—, un sujeto —y no un objeto— insustituible e incomparable, ayuda enormemente a estimar nuestro inmenso valor como personas, como seres inconfundibles y distintos.
Ligado con este motivo se encuentra el hecho de que la creatividad estética comporta un fecundo cauce de expresión de la propia subjetividad. De este modo, contribuye a satisfacer la honda necesidad humana de comunicarnos con otros y de hacerlo con un alcance o sentido profundamente personal. Gracias a esta aptitud, en efecto, nos relacionamos y encontramos con los otros, con nosotros mismos y con el resto de lo real, lo que supone una dimensión esencial, fundamental de nuestro ser personal. Lo estético y artístico nos brindan, así, un ámbito de manifestación, de diálogo y de vinculación mutua. Al contribuir a la expresión de nuestro ser y valor, y al posibilitar la relación con los otros, la creatividad formal opera como un revulsivo en la estima de nuestra dignidad.
Por otro lado, la creatividad específicamente artística o estética conecta con valores de un hondo alcance —como los de belleza, gracia, elegancia, originalidad, expresividad, etc.—. Estos valores transparentan el hecho de que existen realidades de una extrema fecundidad que no son puros instrumentos, que no tienen un carácter solo instrumental, que no se limitan a resultar simples medios para lograr otros fines distintos, cual meras herramientas sin significado en sí mismas. Lo estético alcanza y nos conduce más allá del orden de los puros instrumentos o medios, del exclusivo valor de lo útil. Lo estético enseña a valorar realidades dignas en sí, sin necesidad de que sirvan o resulten útiles para algo más allá de ellas. Esto, tal como enseñó Kant en su reflexión crítica en torno al juicio estético,14 pues lo estético, en su sentido lúdico, no sirve para otra cosa lejana o distante, sino que, como sucede con otras realidades, reviste y posee ya valor en sí. La verdad, la belleza o el ser no son simples medios que valgan por su utilidad; y la estética nos adiestra en esto, nos enseña esta sabia lección. De ello, podemos extraer un fruto inmenso, pues también ocurre así con la propia existencia, cuyo valor se ve ligado al de nuestra identidad personal. Esto último, incluso en medio