—¿Qué está pasando? —me pregunta Adam.
Sello los labios temblorosos.
—Ni idea, tío.
—El otro día oí a unas chicas debatir sobre esto en Harvard Square —explica Coby después de beberse su segunda (y última) botella de Sam Adams. Pone los ojos en blanco de manera dramática—. Elegían a los tíos más sosos. ¡Tyler Seguin! ¡Sidney Crosby!
—Yo me acostaría con Crosby —salta Dmitry—. Ni siquiera me tendría que imaginar a una chica para que se me empalmara. Solo tendría que pensar en sus estadísticas.
Mientras una ristra de carcajadas se abre paso en la mesa, noto que me vibra el móvil en el bolsillo. Lo saco.
HAZEL: ¿Qué haces esta noche? Estoy en casa aburrida.
Le respondo con un mensaje rápido y le cuento que he salido con los chicos.
HAZEL: ¡Usad condones!
Me río en alto, y llamo la atención de Coby.
—¿De qué te ríes tú por ahí? —me pregunta con el ceño fruncido—. Más te vale no estar quedando con una chica. Nos has prohibido los rollos, ¿te acuerdas?
—He prohibido las distracciones —corrijo.
Y hasta ahora ha funcionado. McCarthy estaba en la mejor de las formas en el entreno de esta mañana, lo que demuestra que su flirteo con Brenna Jensen era la causa de su desastroso rendimiento. No ha salido con nosotros esta noche porque quería quedarse en casa y ver todos los partidos grabados disponibles de esta temporada de Princeton para estar preparado mañana. ¿Veis lo que ocurre cuando se eliminan las distracciones impertinentes?
—Además, no estoy hablando con una chica para quedar —añado—. Estoy hablando con Hazel.
—Oh, guay, salúdala de mi parte —ordena Coby.
Hazel fue mi «cita» en un evento del equipo el año pasado, así que la mayoría de mis compañeros la conocen. A Coby, en particular, enseguida le cayó en gracia. Doy por sentado que le gusta cualquier persona que tenga pechos. Y cualquier persona rubia, al parecer, sin importar el género.
—¿Piensas darme su número algún día? —se lamenta.
—No. No te dejo tontear con mis amigas. —No quiero a Chilton cerca de Hazel. Es un mujeriego y le rompería el corazón. Es demasiado inexperta para tratar con alguien como él.
Si soy sincero, creo que nunca ha tenido un novio formal. Supongo que se enrolla con gente, porque es una mujer atractiva de veintiún años, pero nunca la he visto con un hombre. Me había preguntado si tal vez era lesbiana, pero tampoco soy consciente de que haya estado con una mujer, y sí que la he pillado alguna que otra vez echándole un vistazo a algún tío. Creo que, simplemente, no tiene mucha práctica. Y Coby tiene demasiada.
Un fuerte silbido corta el aire a través de la música rock que suena a todo volumen en el bar. Viene de la mesa de billar. Los dos hombres que están allí de pie han abandonado su juego para mirar la puerta boquiabiertos.
Sigo sus miradas y… uf.
Brenna Jensen entra a toda prisa y atraviesa la sala. Está para comérsela.
Lleva unas botas de piel negras con tacones de aguja, una minifalda, una chaqueta de cuero negra, el pelo marrón chocolate suelto alrededor de los hombros y los labios carnosos de color rojo sangre.
Otra chica de pelo oscuro entra detrás de ella. También es guapa, pero Brenna capta toda mi atención. Sus ojos oscuros están que arden, y todas las moléculas de ese calor van directas hacia mí.
—Connelly. —Llega a nuestra mesa y muestra sus dientes en una sonrisa irónica—. Chicos. Un placer encontraros aquí. ¿Os importa si os acompaño?
Hago ver que su llegada no me ha afectado. Por dentro, la sospecha me corroe como una víbora.
—Claro. —Señalo la única silla vacía—. Aunque me temo que solo hay un asiento libre.
—Está bien, no nos quedaremos mucho rato. —Se dirige a su amiga—. ¿Te quieres sentar?
—Qué va. —La chica está claramente divertida por todo esto. Sea lo que sea—. Voy a llamar a Lamar. Ven a buscarme cuando estés. —Camina hacia la barra con el móvil pegado a la oreja.
—Qué calor hace aquí dentro —apunta Brenna—. Todos estos cuerpos enlatados en esta caja de zapatos generan mucho calor. —Se baja la cremallera de la chaqueta.
Lo que lleva debajo provoca que a todo el mundo se le salgan los ojos de sus órbitas.
—Uf, joder —masculla Coby.
El top deja al descubierto su vientre plano y suave, y tiene un corte lo suficientemente bajo como para mostrar un escote impresionante. No lleva sujetador, por lo que veo el contorno de los pezones, dos botoncitos duros que presionan el material acanalado. Empiezo a notar una erección que me roza la cremallera.
Evalúa a mis compañeros de equipo antes de centrarse en mí.
—Tenemos una charla pendiente, Connelly.
—Ah, ¿sí?
Vuelve a barrer la mesa con la mirada. Les da un repaso exhaustivo a todos y cada uno de los chicos, incluso al humilde Adam de primero. A mi pesar, el escrutinio más largo se lo otorga a Coby, cuya lengua lleva un rato por los suelos mugrientos del Dime.
—Venga, siéntate ya —digo, pesimista.
—Espero que no te importe. —Arquea una ceja, se acerca a Coby y se acomoda directamente en su regazo.
Él emite un ruido ahogado. En parte de sorpresa y en parte de ilusión.
La miro con los ojos entrecerrados.
Me sonríe.
—¿Qué pasa, Jakey? Me has dicho que me siente.
—Creo que una silla habría sido más cómoda —digo con un tono algo borde.
—Oh, estoy muy cómoda aquí. —Pasa un brazo esbelto alrededor del cuello de Coby y apoya la mano en su ancho hombro. Mide metro ochenta y siete y pesa ciento ocho kilos, lo que hace que Brenna parezca una enana en comparación.
No me pasa por alto la forma en que él curva la mano alrededor de su cadera para mantenerla allí.
—Jensen —la aviso.
—¡Jensen! ¡Ey! —Brooks, que sale a respirar, por fin se percata de la llegada de Brenna—. ¿Cuándo has llegado? ¿Está Di Laurentis contigo?
—No, Summer se ha quedado en Hastings.
—Oh, qué mal. —Se encoge de hombros y vuelve a su juego de hockey de amígdalas con nuestra futura camarera desempleada.
—A ver, esta es la situación —dice Brenna. Puede que esté en el regazo de Coby, pero solo tiene ojos para mí—. Obligaste a Josh a cortar conmigo.
Levanto el botellín de cerveza y doy un trago lento mientras considero lo que acaba de decir.
—A cortar, ¿eh? Creía que no salíais.
—No lo hacíamos. Pero lo teníamos bien montado. Me gustaba.
Es extrañamente honesto por su parte. No creo que la mayoría de las mujeres disfruten al admitir lo mucho que les gustaba la persona que las acaba de dejar. Noto una extraña sensación en el estómago al pensar que, tal vez, McCarthy le gustaba de verdad.
—Me gustaba la sensación de sus manos en mi cuerpo —continúa con una voz gutural y, de repente, todos los hombres de la mesa se tragan cada palabra que dice—. Me gustaban sus labios…, sus dedos…
Adam, el de primero, emite una tos ahogada. Lo silencio