Todo el silencio de los otros puesto bajo el alma de los
Shamanes
un sentimiento náufrago
que inunde los mares subterráneos
la claridad de los helechos fosforescentes
devorados
la cápsula en órbita de la mente
Para comenzar un poema se precisa
una expiación cualquiera
el mapa de una ingratitud pasajera
transfiguraciones reliquias orgullos
Espejismos
el alma de una momia un ónix ceniciento
dientes crueles
las rayas del pudor
el tigre del delirio / el espacio absoluto
Para terminar
destruir el poema y unir los elementos
necesarios incapaces de
morir con violencia
a lo que siguió una discusión sobre el espacio en los poemas que cayó de picada sobre Mallarmé y saltó a la poesía concretista brasileña, tem entrado gradualmente na nossa poesia a importancia da palabra em si: a palabra como valor plástico e encantatórico, como absoluto sônico declamaba Lindolf, como exploração mítica cada vez mais desligada da ganga discursiva, y de allí a Nanni Ballestrini que en Milán, hacia 1961, había realizado una desquiciante experiencia seleccionando fragmentos de textos antiguos y modernos, y alimentando con ellos una computadora, reorganizándolos y combinándolos en más de 3 000 posibilidades, increíble ¿no?, y de allí a otro libro no brasileño sino portugués, tenían que preguntarle a Faria, un libro titulado Electrònico-lírica, de Herberto Helder, Lindolf luciferino entusiasmadísimo, describiendo después una futura exposición que preparaba, titulada Naufragios, con poemas dentro de botellas transparentes con tapón de corcho, una fascinante velada que valdría la pena recordar, Lindolf subrayando que o princípio combinatório é, na verdade, a base lingüística da criação poética, o escribir por ejemplo que más tarde casi a medianoche, o pasada la medianoche, le prestó algunas de sus entrevistas sobre Gazapo y las primeras 80 páginas de su nueva novela a Carlos Cortínez, el estudiante chileno, y bajó por coca-colas y se encontró en la planta baja a las niñas de siempre, maravilloso gineceo todo sonrisas y contoneos mientras ensayaban como todas las noches, a cuarteto Those were the days, my friend, we thought they’d never end, we’d sing and dance forever and a day, y que la noche siguiente regresó Carlos y le devolvió las cuartillas y los recortes, que no le habían gustado, lo sentía mucho, que quizás si leyera un poco más, si lograra comprender el porqué de semejante rebuscamiento, en Chile jamás lo publicarían, y sobre todo de qué se trataba el libro precisamente, pero no, no participaba, y siguieron hablando de todo un poco, de Borges principalmente, ésa sí era literatura, de la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, de la antipoesía de Nicanor Parra, de la influencia de Mallarmé en Huidobro, de Himno entre ruinas de Octavio Paz, y luego salieron para ir a cenar al Union, me imagino que entenderás Trilce de cabo a rabo, le preguntaba a Carlos, a pie juntillas, y Carlos reía, al Personal y Admirado amigo no le preocupaba que no gustaran sus cuartillas, creía que no escribía para complacer ni para buscar ningún fácil aplauso, pero en el elevador se encontraron con el persa profesor de inglés, gordito y displiscente, que iba a cenar trajeado a casa de la linda Tahereh y se agregaron, y para su sorpresa se encontraron allí con Lindolf y Almeida Faria, y Tahereh claro que hizo una comida regia, de arroz delicadamente condimentado y carne lujuriosamente asada, y la algarabía les duró hasta las once de la noche y Faria lo acompañó de vuelta hasta su departamento y le pidió prestada su Autobiografía, sencillamente titulada con su nombre, pero precedida por un par de líneas que nombraban la colección y que a él le provocaban verdaderas ñáñaras, Jóvenes escritores mexicanos del siglo xx presentados por sí mismos, sólo a Emmanuel Carballo se le había podido ocurrir algo así tan esperpéntico, escribir entonces para establecer cierto diálogo, para iniciar la discusión, para empezar a platicar, para buscar a un interlocutor que se desconoce, para inscribirse en una sociedad secreta, para iniciarse, para ver cuántas páginas se llenan, para oír el ruido de las teclas de la máquina, como un placer exclusivo y perverso y privado, y a la mañana siguiente Almeida Faria le llevó una copia calurosamente dedicada de Rumor branco, su primera novela, y Tahereh lo invitó a desayunar y le leyó algunos poemas,
Invite me to a sandwich of love
I am tired of all the big lunches
the big preparations the big promises
remember I am not the woman out of Maogham’s Luncheon
I am the traveler
who has experienced the weight of too much baggage
who only thinks of a light sack
light stomach light memory
invite me to a sandwich of love
serve me in your hands
wrap my body in the warm paper of your breath
at the table of this cold winter night
y esa mañana él estuvo a favor de lo cotidiano, de la sencillez, del coloquialismo, del buen humor, de la informalidad, de la malicia, de la intrascendencia, de la sensualidad, y es que cómo no estar a favor si ella lo estaba mirando y él se sentía absolutamente indefenso ante esa mirada, escribir entonces como quien vuelve la cabeza hacia todos lados buscando a un conocido, una mirada cómplice, una mano amiga, un gesto de solidaridad, escribir como respirar, como quien tiene hambre y come, como quien tiene sed y bebe, como quien tiene sueño y duerme, como quien tiene fiebre y delira, como quien tiene ira y grita y aúlla, como quien camina sin miedo hacia la muerte, escribir por ejemplo que se pasó la mañana esperando al cartero y estuvo leyendo hasta terminarla, deslumbrado, Drame, de Philippe Sollers, y luego fue a la escuela de música y escuchó grabaciones de Salvatore Martirano (Underworld), y de Pauline Ontiveros, de Ed Salerno y de Ed Hawkins, y que después fueron a cenar en pequeño grupo a The Airliner y al teatro, pero él le dio su entrada a Almeida Faria y subió a ver un Godard a la salita de cine, Band of outsiders, que resultó muy provocativo, como si Godard desconfiara de sus imágenes fragmentarias y las repitiera con implacable insistencia, hasta convencerse de ellas, convirtiendo en un manierismo su búsqueda de un no estilo, aburrido de pronto, aplatanado, reiterativo, pero al mismo tiempo inquietante, cínico, antinarrativo y sobre todo antihollywood, y al salir con cierto sueño, cansado, El Personal y Admirado Amigo esperaba el camión bajo la Vía Láctea y la Osa Menor, Casiopea, y Venus, desde luego, la estrella vespertina, se oía correr el río y él trataba de reconocer a Centauro y otras constelaciones cuando pasó Freddy de Vree, el poeta de Bélgica que se había hecho traer su coche deportivo a través del Atlántico, y lo llevó de regreso, hablándole de algunas novelas experimentales holandesas, claro, ellos también estaban hasta el gorro de las viejas estructuras narrativas, novelas dificilísimas