Kari salió de la ferretería con el coche lleno y el ánimo alto. Era muy agradable estar en un lugar donde todo el mundo conocía su nombre.
—Espero que estés despejada ya —advirtió Gage, entrando por la puerta de atrás sin llamar.
Kari no se molestó en mirarlo. En lugar de eso, llenó otra taza de café.
—Buenos días a ti también —saludó ella, girándose para mirarlo y tenderle la taza de café.
Entonces, se quedó sin palabras, al posar la mirada en los vaqueros gastados y la camiseta vieja que llevaba. Estaba tan sexy…
Después de desayunar, se prepararon para pintar, moviendo todos los muebles de la habitación hacia el centro.
—Tu abuela me contó que hiciste algunos trabajos extra antes de conseguir ganarte la vida como modelo. ¿Hiciste de pintora de casas? —preguntó Gage.
—No. Para eso, hay que pertenecer al gremio. Hice otras cosas, como pasear perros, llevar paquetes…
—¿Trabajaste de camarera?
—No. Estaba a dieta y ver comida cerca era una tortura. Lo que más me gustaba era cuidar casas. Vi sitios preciosos, con vistas maravillosas y sin cucarachas.
—¿Tuviste miedo alguna vez?
—A veces. Nunca había estado sola. Fue una prueba de fuego.
Gage disfrutó conociendo los detalles de su vida en Nueva York, pero no hizo la pregunta que realmente quería. ¿Lo había echado de menos?
—Las cosas estuvieron tranquilas cuando te fuiste —dijo él.
—Lo siento si… —comenzó a decir ella—. Siento si te resultó difícil cuando me fui. Nunca me atreví a preguntártelo.
Gage recordó aquellos días. Las cosas se saben rápido en un pueblo pequeño y todo el mundo sabía que había llevado el anillo de compromiso a la fiesta de fin de curso para dárselo a Kari. Después, estuvieron mucho tiempo preguntándole si de veras estaba bien.
—No fue tan malo —afirmó él.
Y era cierto. El golpe que había recibido en su orgullo no había sido nada comparado con cómo se le había roto el corazón. Nunca había estado enamorado antes. Que Kari se fuera tan fácilmente le había enseñado una difícil lección: amar a alguien no garantiza ser amado.
Hasta que Kari lo dejó, había dado por sentado que iban a pasar el resto de su vida juntos. Había planeado un futuro con una sola mujer. Al descubrir que ella no compartía su sueño… o no quería casarse con él… le había destrozado sus esperanzas y le había roto el corazón.
—Solía buscar tus fotos en las revistas de mujeres —admitió Gage.
—No puedo creer que las compraras —comentó ella, riendo.
—A veces. Pero iba al pueblo de al lado a comprarlas.
—Eso espero. La gente hablaría si supieran que alguien tan importante como tú en Possum Landing compra esas revistas —señaló Kari y dejó de reír—: Supongo que te cansaste antes de encontrarme.
—No. Te dije que había visto ese anuncio de cosmética para el pelo.
Y la había visto en más sitios. Había necesitado casi cinco años para dejar de pensar en ella.
—Fue mi primer gran trabajo.
—Me gustó el anuncio de lencería —comentó él—. Te quedaba bien el conjunto negro, pero me gustaba más el azul.
A Kari se le cayó la brocha de la mano. Miró a Gage, sonrojada.
—¿Lo viste?
—Sí.
Kari se aclaró la garganta y recogió la brocha.
—Sí, bueno, no sé cómo las modelos de lencería pueden soportarlo. Lo pasé mal llevando tan poca ropa, con todo el mundo mirándome. Además, estaba muerta de hambre, llevaba tres días sin comer para no estar hinchada. Comenzaba a estar un poco mareada por eso y temí poner una cara rara que no le gustara al cliente —aseguró y tembló un poco—. Nunca quise ver esas fotos cuando se publicaron. Eran parte de mi porfolio, pero las evitaba.
—Estabas muy guapa —afirmó él—. No sabía lo que guardabas bajo toda la ropa que solías llevar.
—Las partes del cuerpo normales.
—Ya, pero son los detalles lo que importa, querida.
Kari se rió.
Trabajaron en silencio durante unos minutos. A Gage no le importaba que no hablaran. Necesitaba acostumbrarse a estar cerca de Kari. En un momento de su vida, lo había significado todo, luego se había ido y él había tenido que imaginar la vida sin ella. El tenerla de vuelta lo hacía sentir confuso. Su cuerpo tenía muy claro lo que deseaba de ella, pero el resto de él no estaba tan seguro.
Pero no importaba, se dijo. Al fin y al cabo, Kari estaría allí poco tiempo. Lo que sólo significaba que si hacía el amor con ella volvería a enamorarse como un tonto. Y no iba a dejar que eso sucediera de ninguna manera.
—Siempre quise darte las gracias —dijo Kari.
Gage se fijó en que ella estaba teniendo cuidado en no mirarlo.
—Por lo que hiciste… o no hiciste, cuando salíamos —terminó ella.
Gage no tenía ni idea de qué hablaba:
—¿Qué hice?
—Ya sabes —contestó ella, encogiéndose de hombros.
—Lo cierto es que no.
—Nunca me presionaste. Ahora la diferencia de edad entre nosotros es insignificante, pero entonces lo era todo. Habías estado en el ejército y habías viajado por el mundo. Habías visto y hecho cosas y nunca … —explicó ella hasta que su voz languideció.
—¿Hablas de sexo?
Por segunda vez en una hora, Kari se sonrojó.
—Sí. Nunca me presionaste. Entonces no le di importancia, pero ahora sé que la tiene. Querías conseguir cosas de mí, pero nunca me diste la sensación de que estaba obligada a hacerlo para conservarte.
—No era así, Kari. Quería casarme contigo. No iba a dejarte tirada porque fueras joven e inocente.
—Lo sé. Sólo quería darte las gracias.
Gage se preguntó qué tipo de hombres había conocido ella para pensar que su comportamiento había sido algo fuera de lo normal.
—La primera noche que te vi, pensé que eras mi caballero andante —confesó ella.
—Estaba haciendo mi trabajo nada más, y tú fuiste muy afortunada de que pasara por allí.
—Lo sé —admitió Kari y sonrió con tristeza—. Estaba tan emocionada por haber sido invitada a esa fiesta con chicos universitarios… nunca antes había ido a una. Había estado en la fiesta de los diecisiete años de Sally, pero allí había habido sólo chicas y nada de alcohol.
—A menos de que hayas cambiado mucho, no te gusta beber —señaló él.
Kari rió.
—Oh, no quería beber, sólo quería estar allí con aquellos chicos tan mayores y populares. Yo nunca fui tan popular.
Aquello sorprendió a Gage. Recordaba que Kari había tenido muchos amigos en el instituto. Pero sabía que nunca había pertenecido a ninguna pandilla. En parte porque no había encajado bajo ninguna etiqueta y en parte porque había sido demasiado guapa. Solía intimidar a los chicos y alienar a las chicas.
—Tenían tanto miedo —continuó ella con un