Me levanto temprano para poder disfrutar de mis últimas horas en Puno y de las hermosas vistas del lago Titicaca, que destacaba por su color azul intenso y sus aguas calmas. Al fondo, estaban las montañas, como si de guardaespaldas se trataran.
A las 10.00 horas, tomo el ómnibus que me llevará desde Puno hacia Bolivia. Decido ir por Desaguadero, que, según me dicen y he podido contrastar con los mapas, es la ruta más directa, bordeando en varios tramos el lago. Al poco rato, llegamos a Desaguadero, pequeño pueblo fronterizo entre los dos países y cruzado por el río del mismo nombre que nace en el lago Titicaca.
Hay dos pueblos llamados Desaguadero, uno a cada lado de la frontera. Ambos son muy pequeños y las aduanas unas oficinas de muy poca dimensión.
Bajamos del ómnibus y, al cruzar la aduana del lado boliviano, veo que el muchacho que está delante de mí tiene un pasaporte uruguayo. Su pinta es un poco como la mía, pero más delgado, con barba y con su mochila al hombro. Realmente me sorprendió bastante porque, en todo el viaje, no había encontrado uruguayos, sino más bien argentinos, estadounidenses y australianos en su mayoría.
Me acerco y, mirándolo, le pregunto «¿Uruguayo?». «Sí», me contesta. «Yo también soy uruguayo», le digo. Empezamos a hablar mientras íbamos haciendo los trámites de la aduana. Resultó que era de la ciudad de Minas, capital del mismo departamento donde yo había nacido, e iba ya de vuelta hacia nuestro país después de haber hecho un viaje de algo más de dos meses por Perú.
Su nombre era Alejandro. Seguimos juntos el viaje y fuimos intercambiando opiniones y contándonos nuestras aventuras del viaje. Íbamos rumbo al sur, pero, de momento, hasta La Paz, donde teníamos que hacer el cambio de ómnibus para continuar hacia Oruro.
La llegada a La Paz fue espectacular, realmente es toda una experiencia. Aunque ya había estado en mi viaje de ida hacia Perú, donde tuve la oportunidad de descubrirla durante tres días, no dejaba de sorprenderme. Está situada en un cañón y rodeada por las altas montañas del altiplano, entre las cuales destaca el imponente monte nevado Illimani. Está considerada la capital más alta del mundo, a más de 3600 metros de altura.
La ciudad es un caos, llena de coches que circulan por doquier sin ningún orden ni códigos de circulación. Casi no hay semáforos, impera la ley del Oeste.
Es una ciudad colonial encantadora, con mucho colorido y con muchas iglesias y hermosos monumentos históricos de la época colonial española.
Continuamos viaje hacia Oruro, poco más de dos horas.
El viaje, aunque no tan largo, fue agotador, por los bruscos movimientos, pero valía la pena poder apreciar y disfrutar del paisaje. Por el camino, se veían abundantes llamas y alpacas.
Oruro es una ciudad muy pintoresca, también una de las más altas del mundo, y se encuentra rodeada de volcanes nevados permanentemente. La temperatura aquí ya es más baja, ya se nota el frío y la altura. Tenía en mi memoria datos sobre su carnaval, muy famoso y colorido, que es el más importante de Bolivia.
Hicimos noche en Oruro, en un hotel sencillo en el centro, para poder disfrutar de esta hermosa ciudad y descansar un poco.
Sábado 10 de mayo
Eduardo
Continuamos nuestro viaje en ómnibus hacia Potosí.
Como siempre, la carretera era muy sinuosa, pero con unos paisajes impresionantes que me hacían inmensamente feliz. Por fin, después de unas cinco horas, llegamos a la Villa Imperial de Potosí, situada a las faldas del cerro Rico.
Aquí se situó la mina de plata más grande del mundo y fue explotada durante poco más de un siglo por los colonizadores españoles.
Nos quedamos en un hotel sencillo, en el centro, donde pudimos descansar y disfrutar de nuestra última noche en Bolivia.
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