Zahorí III. La rueda del Ser. Camila Valenzuela. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Camila Valenzuela
Издательство: Bookwire
Серия: Zahorí
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789563634044
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hace mucho frío afuera y acabas…

      —Manuela –la miró, la detuvo–: voy a ir.

      —Te esperamos.

      Manuela se levantó, abrió el cierre de la carpa y salió. Antes de que Marina hiciera lo mismo, apretó fuerte su mano:

      —No fue en vano. Te lo prometo.

      Marina afirmó:

      —Sí sé. El hecho de que todavía estés aquí… si te hubiera pasado algo…

      —Estoy bien. No me va a pasar nada. No me voy a ir.

      Vio lágrimas caer por las mejillas de Marina y no pudo contener las suyas.

      —¿Qué vamos a hacer sin ella, Maida? –dijo y se largó a llorar sin trabas.

      Magdalena la abrazó.

      —Lo mismo que hicimos cuando se murió el papá y la mamá: salir adelante.

      —Pero es distinto. Antes ni siquiera sabíamos quiénes éramos de verdad y ahora tenemos una tropa de oscuros que vienen por nosotros, y Blyth sigue dentro del cuerpo de Damián… todo esto es mi culpa, si yo no hubiera…

      —Para –dijo y tomó un poco de distancia para mirarla a los ojos–: nada de esto es tu culpa. No nos sirve caer en eso. Tenemos que ser fuertes para terminar con esta guerra y no seguir perdiendo a las personas que queremos. ¿Bueno?

      —Bueno.

      —Ahora, vamos a despedirla como a ella le hubiese gustado.

      —La Meche se merecía un velorio en la casona, un funeral en el que incluso estuviera la Eva Millán, no esto. No así –Marina intentaba guardar las lágrimas, pero no podía.

      —Es todo lo que tenemos. Y, al menos, vamos a poder hacerle un entierro –pasó la mano una vez por su pelo corto color ceniza –. Espérame afuera.

      Marina asintió, la abrazó una última vez y salió de la carpa. Solo cuando vio su sombra alejarse y escuchó voces en el exterior, llevó sus manos a la cara para taparse los ojos, y lloró. Fue un llanto corto e intenso, lo suficiente como para soltar algo de la pena y rabia que llevaba dentro.

      Inspiró profundo al mismo tiempo que Gabriel entraba a la carpa. Soltó el aire, abrió los brazos y llegó a ella. Lloraron juntos solo un rato. Magdalena se aclaró la garganta:

      —Casi.

      —Casi.

      Se abrazaron de nuevo, manteniéndose ahí, y Magdalena volvió a hablar:

      —¿Te dijo algo?

      Gabriel tomó algo de distancia.

      —Estuvo la mayor parte del tiempo semiconsciente, hablaba con tu abuelo y con tu mamá. Pero apenas supo que estabas mal… no sé cómo, parte de ella volvió.

      —No me digas eso.

      Gabriel tomó su cara con ambas manos.

      —No tienes por qué sentirte responsable. Tú sabes cuáles eran las creencias de la Meche.

      —El renacimiento en el Otro Mundo.

      Le dio un beso, volvieron a abrazarse.

      —Te espero afuera.

      Gabriel salió y ella quedó sola dentro de la carpa.

      La cabeza ya no le dolía y su conciencia había vuelto.

      Aun así, seguía sintiendo frío.

      Cavaron entre todos para evitar que los oscuros sintieran su energía. Cuando alcanzaron la profundidad necesaria, las tres hermanas bajaron el cuerpo de Mercedes. Lo cubrieron de a poco, sin pronunciar palabra alguna. A Magdalena le hubiera gustado tenerle flores; lirios blancos, sus favoritos. Tuvo que conformarse con un entierro en silencio.

      En otras circunstancias hubiera hablado. Quizás habría dicho que su abuela era una persona reservada y con muchos secretos, pero también fuerte y leal. Así era Mercedes, una mezcla ambigua de distancia y cercanía, palabras y vacíos.

      Miró a su alrededor. Los gestos del clan de agua eran muy distintos a los hijos del fuego perdido y León. Sus hermanas y Gabriel se venían abajo como si la misma Mercedes sacara su mano de la tierra para atraerlos hacia ella. En cambio, los demás mostraban preocupación en sus cejas tensas y miradas ausentes; no se hallaban realmente ahí, sino en la guerra. No podía culparlos, una parte de ella también lo estaba.

      Marina tomó su mano y, esta vez, pudo apretar de vuelta con fuerza. Lloraron juntas mientras Manuela arrojaba el último montón de tierra sobre la tumba. Pensó que apenas lo hiciera los instaría a todos a concretar un plan o que, de lo contrario, serían los hijos del fuego quienes lo harían. Pero no hubo un solo murmullo.

      No hubo viento, sonidos; quizás solo la respiración.

      Ese era el momento de despedir a Mercedes.

      Lo demás tendría que esperar.

      El cielo se comenzó a teñir de un azul claro cuando decidieron volver al campamento. No habían dormido ni comido y el frío de la mañana era casi insoportable. Pese a todo eso, hacer fuego no era una opción: el bosque parecía hecho de hielo y aunque encontraran algo para quemar, alertarían a los oscuros sobre su paradero. Luciana y Manuela abrieron el mapa. Los demás las imitaron a excepción de Marina, que revisó detenidamente los Anales del Agua.

      Se acercó a Marina mientras escuchaba el intercambio de ideas entre Luciana y Manuela.

      —¿Qué buscas? –le preguntó.

      Tenía la intuición de que se trataba de Damián, pero esperó a que fuera Marina quien le respondiera.

      —No entiendo –dijo mientras seguía pasando las páginas, sus ojos seguían rojos e hinchados–: generaciones y generaciones han encerrado oscuros, pero no hay nada aquí que diga cómo sacar a Blyth del cuerpo de Damián.

      —Marina, no es el momento para hacer eso.

      —¿Cómo que no? Blyth acaba de matar a la Meche.

      —Por eso mismo… salvar el alma de Damián es imposible.

      —No, tiene que haber una forma.

      Manuela le señaló a Luciana un punto en el mapa y luego fue hasta ellas:

      —Ya hablamos de esto: no hay nada en los Anales, porque no hay forma de revertir la maldición. Así que les aconsejo que la próxima vez que ataque, cosa que hará, usen sus talismanes.

      —En toda esta historia, Damián es el único inocente: no podemos pelear contra él usando todo el poder que tenemos, lo mataríamos.

      —Oye, bájame el tono, si aquí nadie quiere matarlo. Y entiende que esto es una guerra: son ellos o nosotros.

      —No lo voy a hacer.

      —Explícale tú, por favor.

      —Nos está afectando a todos, no solo a ti –comentó Magdalena y pudo sentir el golpe que recibió Marina–. Y no podemos ayudarlo. No hay forma de hacerlo.

      —Miren… yo solo quiero salvar su alma.

      —Pero no puedes –sentenció Manuela.

      —¿En serio me están diciendo que piensan matar a Damián?

      —Damián ya está muerto, Marina –contestó Manuela–. Ni siquiera tú lo puedes sentir.

      —Necesitamos detenerlo antes de que se vuelva invencible –agregó Magdalena.

      —No.

      —A nosotros tampoco nos gusta la idea, pero no hay otra opción –insistió.

      —Pero es Damián... No lo voy a sacrificar.

      —No hay alternativa.