Traté de infundirle algo de sentido común, pero hablar con Robina cuando tiene una idea metida en la cabeza es como tratar de hacer entrar en razón a un potro de dos años de edad. Esa medio derruida casa rural de seis ambientes sería la salvación de la familia. Una mirada de éxtasis transfiguró el rostro de Robina mientras hablaba de ella. Viendo su expresión, cualquiera pensaría que era un santuario. Robina se encargaría de cocinar. Se levantaría temprano, ordeñaría a la vaca y recogería los huevos de las gallinas. Llevaríamos una vida sencilla, aprenderíamos a valernos por nosotros mismos. Sería muy bueno para Verónica. La educación superior podía esperar: había que darle una oportunidad a aquellos ideales más elevados. Verónica haría las camas y limpiaría el polvo de las habitaciones. Por la noche, con su costurero en el regazo, se sentaría a coser mientras yo hablara, contándoles cosas, y Robina se balancearía suavemente hacia adelante y atrás sobre su labor de punto, como el hada del hogar. Mami, siempre que estuviera lo suficientemente fuerte, podría venir con nosotros. Flotaríamos a su alrededor y ella se ocuparía de nosotros con manos amorosas. El agricultor inglés debe saber algo, a pesar de todo lo que se dice, así que Dick podría organizar clases prácticas de labranza. Ella no lo dijo con crudeza; pero dio a entender que, rodeado de buenos ejemplos, Dick incluso podría llegar a interesarse en el trabajo honrado y acabar por aprender a hacer algo útil.
Robina habló, debo decir, durante un cuarto de hora. Cuando acabó, me pareció una hermosa idea. Las vacaciones de Dick apenas habían comenzado. Durante los próximos tres meses no tendría nada más que hacer que, usando su propia expresión, pudrirse de aburrimiento. En cualquier caso, eso lo mantendría alejado de los problemas. La institutriz de Verónica se iba. Por lo general, las institutrices de Verónica se iban al cabo de un año de haber llegado. A veces creo que debería poner un anuncio buscando una señora sin conciencia. Al cabo de un año suelen decirme que su conciencia no les permite permanecer más tiempo; no sienten que estén ganándose el salario. No es que la niña no sea encantadora ni que sea estúpida. Simplemente es que, como dijo una señora alemana a quien Dick había estado dando lo que él llamó lecciones de inglés de recibimiento, ella no se traga nada. La idea de su madre, en cambio, es que se ceba. Quizá si pusiéramos a Verónica en barbecho viéramos alguna mejora. Robina, hablando para sí misma, sostuvo que un período tranquilo y útil, lejos de la compañía de las niñas tontas y de las otras niñas más tontas todavía, haría de ella una mujer sensata. No es frecuente que los anhelos de Robina tomen esa dirección; y cuando lo hacen no me parece bien frustrarlos.
Tuvimos algunos problemas con Mami. Que estos tres niños suyos se convirtieran en hombres y mujeres capaces de dirigir una casa de seis ambientes le pareció una especie de sueño, una fantasía. Le expliqué que estaría allí, en todo caso, dos o tres días a la semana, para echarle un ojo a las cosas. Aunque no se mostró entusiasmada, acabó cediendo ante el solemne compromiso de Robina mandarle un telegrama a casa a la primera tos de Verónica.
El lunes cargamos un carruaje de un solo caballo con lo que consideramos esencial. Dick y Robina fueron en sus bicicletas. Verónica, protegida por unas cuantas mantas, se acomodó en la plataforma trasera. La tarde del miércoles, en tren, me uní a ellos.
1 Anne Hathaway (1556 - 1623), esposa del poeta y dramaturgo William Shakespeare. (N.d.T)
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