–¿Abby? –su madre la llamó desde las escaleras.
–Voy –respondió de manera automática.
Bajó al piso inferior y se reunió con su madre en la cocina.
–He preparado un té.
–Sí, gracias.
–Abby…
–¿Qué tal tu viaje? –se apresuró a preguntarle para evitar toda pregunta respecto a Sam.
–Lleno de incidentes –suspiró. Con expresión preocupada, miró a su hija–. No te líes con él, Abby –le suplicó–. No es de confianza.
–¿Que no es de confianza?
–Exacto. Conocí a alguien así una vez. Todo energía y pasión. Pero no duró. Peter es el único hombre que te conviene.
–No –negó Abby–. No lo es.
–¡Pero tú no conoces a ese hombre!
–No, pero quiero conocerlo –admitió en voz baja–. ¿Qué tal estaba Lena?
–Bien –llevó los tes a la mesa, tomó asiento y esperó a que Abby se sentara frente a ella–. Cree que debería vender la casa.
–¿Y?
–Y yo lo creo también. Oh, Abby –exclamó cansada–. Yo creía que tu futuro estaba asegurado. Me alegré tanto cuando te comprometiste…
–No lo quiero –repuso Abby.
–¡Pero no puedes amar a Sam! ¡Si apenas lo conoces!
–No. ¿Y qué pasó con ese hombre del que te enamoraste?
–Se fue con otra –respondió, ruborizada–. Hace mucho tiempo de eso.
–¿Pero todavía te duele ese recuerdo?
–Sí.
–¿No querías a papá?
–¡Por supuesto que sí!
–Pero no era lo mismo, ¿verdad? –le preguntó en voz baja. «Porque el primer amor nunca se olvida», añadió para sí. Quizá a ella le estuviese ocurriendo lo mismo. Tal vez Sam hubiera sido, y lo siguiera siendo, su primer amor. Si acaso volvía con ella–. ¿Realmente piensas que debes vender la casa?
–Sí. Es demasiado grande para una sola persona, y necesitamos pagar las deudas, ¿no? Las compañías de crédito no esperarán para siempre, y el interés no hace más que aumentar.
–Sí, pero… –le tomó una mano–. ¿Estás segura?
–Sí –aspirando profundamente, añadió con valentía–: Ya he visto un bungaló que está cerca de la casa de Lena… Será mejor que empecemos de nuevo. Y eso resolverá todos nuestros problemas, ¿verdad?
–Sí –«algunos de ellos», añadió en silencio. Y Sam regresaría. Por supuesto que sí.
Se quedaron hablando hasta tarde, haciendo planes, y por la mañana, como Sam no apareció, Abby intentó adoptar una actitud estoica y fracasó. Fue a la agencia inmobiliaria, puso la casa en venta, y luego fue a ver con su madre el bungaló que le gustaba rezando para que Sam no apareciera en su ausencia. Nunca supo si lo hizo o no. Ciertamente no se presentó al día siguiente, ni al otro.
No hubo ninguna nota, ninguna explicación; simplemente se marchó tal y como había llegado. Abby no conocía su dirección, no sabía cómo contactar con él. El profesor Wayne ignoraba dónde vivía, de hecho apenas sabía nada de su vida personal.
Un hombre procedente de ninguna parte. Un hombre en quien no podía dejar de pensar. Un solo beso no había bastado. En absoluto.
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