Y no dejaré de cantar las maravillas del éxtasis, pero no me malinterpretes. No intento convencerte de que has de alcanzar el nirvana. No es una meta. No puede convertirse en un objetivo. No puede convertirse en objeto del deseo. Está disponible. No tienes más que mirar, echar un vistazo atento. La vida es muy hermosa. Te llueve encima desde todas partes. A eso le llamo meditación. Eso es lo que el zen denomina zazen. Permanece sentado, en una espera infinita, observando, atento, consciente, sin ir a ninguna parte, y sucede el milagro de los milagros: lo que buscabas y no hallabas de repente sucede.
No existe en ello contradicción alguna, pero tu mente la creará, porque si tu mente no crea una contradicción, carecerá de función que llevar a cabo. Primero crea un problema y luego intenta hallar una solución. No permitas que la mente cree un problema donde no existe ninguno.
Me han contado algo sobre un médico. Llegó un hombre a verle; padecía un resfriado corriente. El médico le dijo:
–Haga una cosa. La noche está bastante fría. A medianoche, diríjase desnudo al lago y zambúllase en él.
El hombre contestó:
–¿Se ha vuelto loco? Estoy resfriado, ¡y a medianoche el lago estará helado! Pillaré una neumonía doble.
El médico dijo:
–No se preocupe. Tengo el medicamento perfecto para la neumonía, pero ninguno para el resfriado corriente. Estoy seguro de que le curaré. No tiene más que seguir mis indicaciones.
La mente no deja de crear problemas y luego intenta suministrar soluciones. ¿No te has fijado nunca en esa tontería? Extirpar la mente de cuajo. No permitas que cree un problema… Ésa es la solución.
De otro modo, la mente te ofrecerá una solución. En primer lugar, el problema será falso. ¿Cómo entonces podrá ser válida la solución? Si solucionas un falso problema, la solución deberá ser falsa. Entonces te ves atrapado en una regresión infinita. En la solución, la mente volverá a hallar problemas. Y de nuevo, se suministrarán soluciones. Y no saldrás nunca de ahí.
Si tu propia mente no puede ofrecerte una solución, entonces acudes a mentes más grandes; ellas pueden suministrar soluciones. Vas a filósofos, a gentes que sostienen teorías, doctrinas y escrituras en sus cabezas. Si no puedes hallar tu propia solución, busca con los expertos; y entonces ellos darán con una. Pero los expertos todavía tienen que ser de ayuda para alguien. Cincuenta siglos de historia de la filosofía no han ofrecido ni una solución para ningún problema. Por el contrario, no han hecho más que crear más… ¡Extirpa la raíz de cuajo!
Siempre que la mente intente crear un problema, primero trata de descubrir si la mente está intentando poner en práctica el viejo truco de siempre. Porque me parece a mí que la vida no puede ser más sencilla. No tiene ningún problema. No quiero decir que la vida no sea un misterio. Lo que quiero decir es que la vida no es un rompecabezas. Y que tú no puedes resolverlo.
La vida es un misterio formidable, pero muy simple. No puedes resolverlo. Puedes vivirlo, puedes disfrutarlo, puedes fundirte con él –abriéndose una puerta tras otra y convirtiéndose en un viaje de infinitas revelaciones; te aguardan revelaciones cada vez más grandes–, pero no es un acertijo que pueda resolverse. Cuanto más penetras en ella, más desconocida se torna. Cuanto más sabes, más sabes que no sabes.
Llega un momento en que todo conocimiento parece fútil. Ése es el momento en que la consciencia atraviesa una conversión: de la filosofía a la religión; de teorías fútiles y rancias a una fuente de vida fresca y viva para siempre.
La vida es un misterio; no puede resolverse. No tiene solución, no tiene respuesta. No intentes resolverlo. Eso es lo que la mente hace constantemente: resolver. ¡Córtala de raíz! Siempre que la mente intenta crear un problema, primero intenta verlo… ¿Dónde está el problema realmente?
Es tan simple como ya he dicho: sé aquí y ahora, y la iluminación te sobreviene. Ya te está sobreviniendo; lo único que ocurre es que no te das cuenta. Ya sucedió incluso antes de que nacieses. Sucede simultáneamente con tu vida. Tu propia existencia está iluminada. Un giro, una conversión… y el reconocimiento…
Y el reconocimiento sólo es posible si giras aquí y ahora. Si sigues moviéndote, persiguiendo sombras, entonces carecerás de tiempo y espacio para ir hacia dentro. Todo el futuro está fuera, y el presente dentro.
El presente no forma parte del tiempo. El presente es eternidad. Es ahora, eterno. Está dentro de ti.
Una vez que giras hacia dentro, empiezas a reír.
Se dice que cuando Bodhidharma se iluminó, empezó a reír, con una risa procedente del vientre. Empezó a rodar por el suelo y los discípulos se reunieron y dijeron: «¿Qué ha pasado? ¿Se ha vuelto loco?». La verdad es que así lo parecía. Llevaba nueve años sentado y nadie nunca había visto ni siquiera el atisbo de una sonrisa en su rostro. Era una persona muy severa y seria.
Durante nueve años miró continuamente la pared… Se sentó continuamente cerca de la pared y mirándola. Ni siquiera se dio la vuelta para hablar con nadie durante nueve años… Era un hombre muy serio. Había decidido que no se levantaría a menos que llegase a conocer la verdad. Dice la tradición que se le atrofiaron las piernas. Nueve años es mucho tiempo; puede que fuese así. Pero ésa no es la cuestión. Hay algo que está claro. Las piernas representan actividad, movimiento, deseo, dirección, una meta. Las piernas representan todo eso. Pero, claro, en esos nueve años desaparecieron todas las metas. No había adónde ir. Desaparecieron todas las motivaciones, todos los deseos. Y, claro, las piernas se le atrofiaron.
Y entonces, de repente, un día, este hombre rueda por el suelo riéndose… Debe haberse vuelto loco. La gente debió pensar que sentarse nueve años observando la pared provoca que te vuelvas loco. Pero ¿a qué viene toda esa risa? Se reía de todo el absurdo, de toda la ridiculez de la cuestión: de que había estado buscando lo que ya estaba en él y no se había dado cuenta.
Tu tesoro está en ti. Tu tesoro ya está en tu interior. Yo lo veo, pero tú no puedes verlo. Estar conmigo no es más que una oportunidad para que tú también veas lo que yo ya veo en ti.
Cuando vienes hacia mí, eres muy valioso. Cuando te acercas a mí, veo llegar a un buddha. Tú no eres consciente de ello. Quisiera postrarme y tocar tus pies, pero eso sería peligroso para ti, así que resisto la tentación. Ya estás loco y te volverías más loco. Pero eso es lo que me gustaría hacer.
Ya estás ahí donde desearías y donde te gustaría estar. Estás realizado. Veo que tu flor ya ha florecido, siempre ha estado florida, pero tus ojos miran hacia otro sitio.
Así que cuando hablo de iluminación, simplemente estoy haciendo constar un hecho sobre tu ser. No te estoy ofreciendo una meta que puedas desear. Y a continuación debo pedirte que estés aquí y ahora, porque ése es el modo en que podrás apreciar el florecimiento de tu ser. No hay contradicción en ello. Si te lo parece, vuelve a observar. Tu mente te ha engañado. Corta la mente de cuajo.
Un nuevo buscador, Jim Crossland, hace la segunda pregunta:
Osho, creo entender que ninguno de sus discípulos ha conseguido iluminarse. ¿Cómo puedo considerar que es mejor el idealismo de prepararme para perder el ego que el idealismo del que está hablando hoy?
¿Quién ha dicho que ninguno de mis discípulos se ha iluminado? No veo a nadie que no se haya iluminado. Todos son buddhas, gente iluminada que se autoengaña, embaucándose a sí misma, jugando al escondite consigo misma. Pero a vosotros no os resulta fácil verlo. Una vez que se ha visto la propia iluminación, entonces todo el mundo está iluminado. Todo el mundo, digo, está iluminado en el momento en que tú te iluminas. Entonces sabes que ésa es su elección. Si quieren seguir engañándose, pues muy bien, son libres de hacerlo. Si quieren seguir jugando a eso un poco más, pues muy bien. ¿Por qué no iban a hacerlo? Unas cuantas vidas más… Tú decides.
No sólo están iluminados mis discípulos,