La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Martínez Nateras
Издательство: Bookwire
Серия: La izquierda mexicana del siglo XX
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786073033954
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siglo xix. Incluso el barón berlinés se asombraría de la forma en que ha aumentado la brecha entre ricos y pobres. En el estudio Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político, que Gerardo Esquivel Hernández preparó en 2015 para Oxfam México, es posible leer los siguientes datos del oprobio: 1% de la población concentra 21% de la riqueza, y 10% concentra 64%. Además, esto va en aumento. Entre 2007 y 2012 la cantidad de millonarios a nivel mundial disminuyó en 0.3%. En ese mismo periodo, en México aumentó un alarmante 32 por ciento.

      ¿Es posible que la duración tenga un límite? Se diría que, al modo del Holoceno, su transcurrir compite con la eternidad. Sin embargo, desde el 1 de enero de 1994 sabemos que el tiempo puede replantearse.

      La invención de una época

      “¿Cuándo somos de veras lo que somos?”, pregunta Octavio Paz en Piedra de sol. O, dicho de otro modo: ¿en qué medida podemos sentirnos contemporáneos de nuestra era? No basta vivir el día para ser digno del presente. Nietzsche observó que el pensamiento sólo es en verdad contemporáneo si cuestiona su época; pertenece a ella en la medida en que la critica. Entiende la tradición para modificarla. En este sentido, no hay nada más contemporáneo que el cambio. Cada etapa se distingue por su ruptura con la anterior.

      El zapatismo es contemporáneo en la medida en que ha planteado una oposición social a lo que ya ha durado en exceso. No busca retroceder la rueda de los días rumbo a una arcadia perdida, el nostálgico momento del origen, ni descarrilar el ferrocarril del progreso. Busca algo más definitivo y ambicioso: otro tiempo.

      Su influencia se puede rastrear en numerosos movimientos sociales: de los indignados de Porto Alegre a la izquierda griega, pasando por Podemos, la nueva formación política española. Pero sus más hondas aportaciones están por estudiarse. Una de ellas tiene que ver con la “duración apuñalada”, el uso político del tiempo.

      Siguiendo a Nietzsche, Giorgio Agamben comenta que ser contemporáneo significa descubrir insuficiencias en aquello de lo que una época se enorgullece más, es decir, en lo que tiene de “tradicional”. Esas fisuras delatan algo singular: lo que podría ocurrir. La esencia del presente es su indefinición, aquello en lo que está por convertirse.

      Calendario en piedra, la pirámide conocida como El Castillo, en Chichén-Itzá, expresa a la perfección este sentido del tiempo. Cada uno de sus cuatro flancos tiene 91 escalones. En total suman 364. El escalón 365 es la cima; ese día no se cuenta porque se está viviendo: es el presente, aún indescifrable.

      La conciencia crítica opera desde el escalón 365; pertenece a la cadena temporal pero anticipa otra lógica, que no se ha escrito y ya puede imaginarse.

      “Contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo para percibir, no su luz, sino sus sombras”, dice Agamben. La frase podría hacer pensar en un tremendismo de la historia; no es así: la sombra es caldero de fulgores por venir. Quien se educa en la noche, percibe mejor los destellos.

      En el sitio arqueológico de Toniná un recinto alude a esta tarea. Se trata de un espacio sin ventanas donde los astrónomos se encerraban durante días para adiestrarse en la oscuridad. Al salir de esa mansión de la noche eran capaces de detectar el más mínimo resplandor. ¿Qué moral podemos extraer de esa práctica?: quien se educa en lo oscuro, distingue resplandores.

      Al contemplar el cielo nocturno se advierte en destellos que pertenecen a mundos ya desaparecidos, cuya luz sigue viajando hacia nosotros. No todo lo que brilla es un buen augurio. Sin embargo, esas luces lejanas pueden servir de orientación para recorrer caminos próximos. La tarea no es sencilla y hace pensar en el título de una novela de Italo Svevo: ver en la oscuridad significa atisbar lo que no quiere ser visto: El aprendizaje del dolor.

      No tiene sentido alterar el presente por el sólo gusto de ser contemporáneo y marcar así el inicio de otra época. El cambio debe ser necesario. Por ello, toda transformación genuina busca superar un sufrimiento. Esta tarea, nada sencilla, provoca transitorios dolores del parto. A propósito del surgimiento de Irlanda como país independiente W. B. Yeats escribió: “Una terrible belleza ha nacido”. Vulnerar el tiempo para que nazca otro tiempo abre heridas. En 1934, asediado por las persecución estalinista, Ósip Mandelshtam escribió en su poema “El siglo”:

      Mi siglo, mi bestia,

      ¿hay alguien que pueda

      escudriñar en tus ojos

      y soldar con su sangre

      las vértebras de dos siglos?

      ¿Puede la sangre derramada servir de sanación? Con excesiva frecuencia, el oprobio y la injusticia se sobrellevan en nombre de la paz. El descontento es visto como una anárquica invitación al caos y se prefiere hablar de “reformas”, versiones tímidas de la mejoría.

      Ante el temor de ser cómplice de la violencia, el pensamiento conservador se refugia en el análisis del presente y abdica de su responsabilidad ante el futuro: prefiere no hablar de lo que no conoce. La imaginación —principal agente del cambio— es vista como un recurso peligroso, desestabilizador, que confunde el deseo con el análisis racional y sólo conduce al evanescente territorio de lo utópico.

      Hace un par de años escuché a un intelectual televisivo describir su postura política de este modo: “Algunos piensan que México está muy bien, otros piensan que está muy mal. Yo soy heterodoxo: considero que está regular”. La mayor parte de las reflexiones acerca de nuestra realidad social pertenecen a la “heterodoxia de lo regular”; pretenden aportar una novedad al reiterar lo ya conocido y fincan su independencia en el inmovilismo de no estar ni a favor ni en contra. En nombre de lo demostrable, lo tangible, lo estadístico, cancelan los sueños del porvenir y el instante se vuelve ideología. ¡Bienvenidos al reino donde sólo existe el presente! ¿Para qué transformar la historia si se puede hacer zapping en pos de otra oferta? El presentismo entiende que la voluntad “elige” a través del rating, el consumo, el domingo electoral.

      A contrapelo de este conformismo, algunos movimientos sociales recuperan ilusiones que parecieron canceladas con la caída del Muro de Berlín. En el cementerio de Highgate, en Londres, la tumba de Marx reproduce su última tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; lo que hace falta es transformarlo”. El comunismo no fue el brebaje “curatodo” que la Revolución soviética prometió en su alborada, pero la necesidad de asociar el pensamiento con la modificación de la realidad no ha perdido urgencia. “Tomar el cielo por asalto”, la consigna de Marx, impulsa el cambio, pero también anticipa las inevitables heridas que provoca la búsqueda de la esperanza.

      ¿Tiene sentido pensar para no modificar el mundo? De eso tratan de convencernos los presentistas, heterodoxos de la regularidad. Otros, menos resignados, consideran que la teoría desemboca en hechos o, como se afirma en las aulas de la Universidad de la Tierra, que tener ideas sólo sirve “si se piensa sudando”.

      La línea, el círculo, el caracol

      El subcomandante Marcos recogió numerosos pasajes de sabiduría del Viejo Antonio. Uno de ellos dice: “Cuando se sueña hay que ver las estrellas allá arriba, pero cuando se lucha hay que ver la mano que señala la estrella”. La invención del futuro comienza en nosotros: el cambio está a la mano, en los cinco dedos que forman una estrella.

      Acaso la principal hazaña del zapatismo consista en su condición contemporánea, en concebir otro tiempo, una época distinta que da vía libre al futuro sin olvidar el origen.

      El tiempo líneal del consumo capitalista fue puesto en entredicho por las mujeres y los hombres de pasamontañas. Walter Benjamin representó el progeso como un ángel que todo lo arrasa y René Magritte, como la locomotora que escapa sin control de una chimenea. Paradoja del calendario filosófico: sólo quien evita que los días se reproduzcan del mismo modo es digno de este día.

      El presentismo de los políticos profesionales avanza con el vendaval del progreso, siguiendo la vía de la locomotora. Lo contemporáneo busca otro horario.

      En enero de 1994 la entrada