Autores como De Hidalgo Tablada vieron con claridad estas contradicciones. Para este agrónomo y promotor de la modernización del campo, no debían confundirse las críticas a los vinos «artificiales», producidos gracias a los conocimientos de la química y los avances de la tecnología, con una resistencia al progreso de las ciencias y la industria. Afirmaba que nada tendría en contra de ellos si, como el vapor en el transporte terrestre y marítimo o la electricidad en las comunicaciones a distancia, las industrias del vino y los licores hubieran logrado mejorar el producto final mediante procedimientos más simples y económicos que los «naturales» utilizados hasta entonces. No era el caso, subrayaba De Hidalgo Tablada, pues el resultado no era, ni de lejos, el mismo, y, además, nunca podría serlo: por más que la química hubiese identificado hasta el último componente del vino, nunca sería capaz de sintetizar algo ni siquiera parecido al vino procedente de la uva cultivada en el campo (De Hidalgo, 1887c). Por todo ello, la crisis de los alcoholes industriales enfrentó a los grandes intereses económicos, agrícolas y comerciales vinculados al vino con el viejo debate sobre las fronteras entre lo natural y lo artificial, que tenía siglos de antigüedad y que se prolonga hasta nuestros días.
1. «El informe sobre alcoholes», Semanario Farmacéutico, XVI (7), 13/11/1887, p. 56.
2. «¡Qué trasiego de nombres químicos! ¡Qué modo de manejar el etílico y el amílico! ¡Qué confusión tan lamentable y qué afán de exhibir conocimientos improvisados!», exclamaba Gimeno (Gimeno, 1887: 9).
3. «Los alcoholes de industria», El Diario de Murcia, 09/08/1887, pp. 1-2.
4. «Última hora», El Constitucional, 18/08/1887, p. 3.
II. La (in)visibilización del riesgo de las fumigaciones cianhídricas al inicio
del siglo xx
Ximo Guillem-Llobat
Figura 1
Leandro Navarro y un operario muestran la toxicidad del ácido cianhídrico. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914).
Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X
Las sociedades capitalistas más enriquecidas entraron en el siglo xx con una creciente preocupación por las plagas del campo (Whorton, 1974; Jas, 2007). El desarrollo de una agricultura de exportación cada vez más intensiva y basada en el monocultivo daría lugar a plagas más frecuentes y devastadoras; y con ellas llegarían nuevas regulaciones y el desarrollo de nuevos métodos de control (Romero, 2016). Estos métodos de control fueron fundamentalmente biológicos y químicos, y así fueron sustituyendo los métodos mecánicos que se habían aplicado con anterioridad. Se identificaron especies parásitas o predadoras de algunas de las plagas que afectaban los principales cultivos y se crearon insectarios para su reproducción y posterior introducción en el medio. Pero tampoco se descuidó el estudio de la lucha química contra las plagas. Empezaron a probarse toda una serie de compuestos de eficacia variable en la eliminación de una u otra plaga y entre ellos fueron tomando un especial protagonismo algunos de reconocida toxicidad como el arsénico, al que nos referiremos en el capítulo siguiente, y el ácido cianhídrico (hcn), en el que profundizaremos en este caso. En el análisis histórico de estos casos se constata la compleja relación entre percepción del riesgo y regulación. Si nos acercamos al proceso de introducción de estos plaguicidas ¿Podemos afirmar que su efectiva regulación depende de la capacidad de la ciencia para establecer los límites de uso seguro de estos compuestos o el riesgo asociado a ellos?
La imagen que abre este capítulo pertenece a uno de los primeros documentales rurales producidos en el Estado español: Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico. El documental, que empezó a producirse en 1912 y tuvo como principal impulsor y protagonista al ingeniero agrónomo Leandro Navarro Pérez (1861-1928), muestra las bondades de uno de estos nuevos métodos de control, la fumigación cianhídrica. Cabe destacar, sin embargo, que más allá de los debates sobre la eficacia de dicho tratamiento, en este caso nos encontramos con un producto que se caracterizaba por su alta toxicidad. Como era bien sabido en aquel contexto, una exposición de unos pocos segundos al cianhídrico podía resultar letal (Vingut, 1999). Pero, ¿cómo se presentaron en la comunicación académica y sobretodo en la divulgación los riesgos asociados a dicho método de control de plagas? ¿Y qué nos sugiere dicho caso histórico sobre la gestión del riesgo químico en el ámbito de la agricultura? Estas serán algunas de las cuestiones que trataremos en este capítulo.
La toxicidad del ácido cianhídrico no estaba sujeta a debate aunque, como veremos, en algunos ámbitos se obvió a través del silencio y no tanto de una defensa explicita de su inocuidad. Relatos como aquel de un químico de Viena, Scharinger, que murió un par de horas después de que cayeran dos gotas de cianhídrico en su brazo, circulaban a través de la bibliografía médica de principios del siglo xx (Cebrián Gimeno, 1930). Sin embargo, dicha sensibilidad hacia el riesgo asociado al cianhídrico y a algunos de los reactivos utilizados en su producción (como el cianuro sódico y potásico) no aparece de manera clara en el documental de Navarro. El documental, de unos 18 minutos,5 empieza con un texto corto que indica que «este gas, también denominado ácido prúsico, produce la muerte instantánea de los animales sometidos a su acción». Al texto le sigue una secuencia (de la cual forma parte la imagen que introduce este capítulo) que no deja lugar a duda con relación al sentido que se le quiere dar a esta afirmación. Su elevada toxicidad en el mundo animal se interpreta en términos de eficacia como plaguicida y no en relación al riesgo que comporta. Solo así se puede entender que la secuencia muestre a Navarro sin ninguna protección generando el cianhídrico dentro de una campana de vidrio que contiene una paloma. El vídeo muestra la rápida muerte de la paloma y aunque Navarro se retira al generar el ácido cianhídrico, se puede observar la rapidez, casi explosiva, con la que se produce el gas y como este sale de la campana justo en el momento en el que un operario se acerca para acabar de colocar una manta sobre la campana (tal y como se observa en la imagen inicial de este capítulo). Sin duda, existe una cierta exposición al cianhídrico aunque sus caras parecen mostrar un esfuerzo por aguantar la respiración. A esta secuencia le sigue un nuevo texto en el que se vuelve a hacer referencia a la «cualidad tan intensamente venenosa de este gas» pero la secuencia posterior no evidencia ningún riesgo sino el trabajo tranquilo de los ingenieros en el reconocimiento del arañuelo del olivo, la plaga que era combatida con el ácido cianhídrico. Por tanto, probablemente el carácter venenoso del gas hacía nuevamente referencia a su eficacia y no a los peligros de salud ambiental que podía comportar.
En lo sucesivo, el documental ya no vuelve a hacer ninguna referencia explícita a la toxicidad del producto pero nos muestra su aplicación en el campo y esto nos permite evaluar hasta qué punto se tuvieron en cuenta las medidas de seguridad consideradas en otros ámbitos como, por ejemplo, en la formación de los capataces fumigadores. Este documental, como otros que elaboró el mismo Navarro, fue proyectado y presentado en contextos muy diversos. Sus públicos objetivo no fueron por tanto necesariamente capataces agrícolas, y esto podría explicar que el detalle con el que se presentaron los riesgos no tuviera por qué coincidir con el que encontraríamos en los materiales dirigidos a aquellos que llevarían a cabo las fumigaciones. Sin embargo, la existencia de fuertes contradicciones entre las prácticas