AZUL: Pocas palabras se introducen con mayor amplitud en la composición del slang y los coloquialismos que bordean el slang que la palabra AZUL. Expresiva por igual tanto del mayor de los desdenes como de todo aquello que los hombres más aprecian y más aman, sus múltiples combinaciones, cualesquiera los diversos matices de significado, saludan al filólogo en cada giro. Todo un Proteo, resiste cualquier intento de rastrear los porqués de muchos de los giros lingüísticos de los cuales forma parte…
(Farmer y Henley: Slang y sus análogos)
De manera que un conjunto aleatorio de significados se ha reunido calladamente en torno a la palabra igual que se juntan las pelusas. Es lo que la mente hace. Una sola palabra, un solo pensamiento, una sola cosa, como enseñó Platón. Cubrimos nuestros conceptos, como a los peces, con nubes de red. Policías y bobbies van de azul. Los captamos y asociamos. Los orígenes imaginados reducen los ruidos de choque y contradicción, como cuando por la calle uno grita asesino azul15. Está el azul para el bebé varón, el azul de las leyes cielo azul16, azul para el pantalón vaquero, azul para el cerdo17. Del fogonero, un salmón, y del sábalo, una especie de trucha, se dice que tienen el lomo azul y tal cual (blueback) se les llama en Yorkshire, Maryland, Virginia, Maine. Desde los tiempos más antiguos ha sido emblema de la servidumbre: entre los galos, para humillar a las meretrices en los correccionales, como color del mandil del tendero, para las libreas y uniformes de toda clase, el vestuario del lacayo.
Blue: brillante, de ciertas afinidades con fuego, pira (bael), de ciertas afinidades con calvo (ballede)18, de ciertas afinidades con vistoso (bold). Curioso. Bien, la barnacla que llaman calva es un ganso azul. Y estas verdiazules y escurridizas fuentes insertan suavemente, como en mangas engrasadas, cada uso por separado en una sencilla –eso pensamos– e imparcial máquina de pensar ordenada en cuadrícula. Qué más dan los grados, lo profundo de las diferencias, los contrastes de tamaños. La misma media azul se ajusta a cualquier pierna. Qué más dan las narices de esas patatas de Nueva Escocia, las narices azules son la consecuencia de la congelación sexual, o son narices demasiado tiempo enterradas en libros subidos de tono, o demasiado a menudo restregadas con severidad arriba y abajo contra muslos en lana azul. No solo es el amor el deseo y la búsqueda de la totalidad. Es una de las pasiones de la mente. Más aún, si hay entre una perfecta mixtura de significados uno que posea un atractivo más inmediato, como de entre los contenidos de un bolsillo es un objeto un caramelo de menta, este asumirá un centro como el sol y requerirá al resto que haga dóciles turnos para girar en derredor.
Este pensamiento es en sí un centro. No regresaré a él.
Poses y actitudes azules, pensamientos azules, gestos azules… ¿es la forma o el contenido lo que se torna azul cuando se dan aquellos?… palabras y fotos azules: una joven posa ante la puerta del remolque de su familia, pechos cohibidos y triángulo atemorizado, vacía su mirada ausente… me pregunto por cuánto vendería su padre las instantáneas. Lo que mejor recuerdo, los hierbajos que crecían entre los peldaños. Pero dicen que la sexualidad puede ser peligrosamente dionisiaca. En ninguna otra parte necesitamos orden más que en cualquier orgía. ¿Qué es la forma, en todo caso, sino un paraguas sostenido ante la total ausencia de nubes? Pelo ralo, cabeza desplomada, sonrisa como un arañazo en la cara… mis amigos se trajeron su imagen de una acampada, y lo que mejor recuerdo, los hierbajos que crecían entre los peldaños. Mis sensaciones eran tan de aficionado como su fotografía. Una manzana roja entre naranjas. Qué hermoso. Dios mío.
Recordemos cómo procede el desesperado Molloy:
Aproveché que estaba en la costa para aprovisionarme de piedras de succión. Eran guijarros pero los llamo piedras… Las distribuí por igual entre mis cuatro bolsillos y las iba chupando por turnos. Esto planteó un problema que al principio resolví del modo siguiente. Yo tenía, digamos, dieciséis piedras, cuatro en cada uno de mis cuatro bolsillos siendo estos los dos bolsillos de mis pantalones y los dos bolsillos de mi abrigo. Cogiendo una piedra del bolsillo derecho de mi abrigo y poniéndomela en la boca, la reemplazaba en el bolsillo derecho de mi abrigo por una piedra del bolsillo derecho de mis pantalones, que reemplazaba por una piedra del bolsillo izquierdo de mi abrigo, que reemplazaba por la piedra que tenía en la boca, en cuanto terminaba de chuparla. De manera que siempre había cuatro piedras en cada uno de mis cuatro bolsillos, aunque no exactamente las mismas piedras… Pero esta solución no me satisfacía del todo. Ya que no se me escapaba que, por una extraordinaria casualidad, las cuatro piedras en circulación podían ser siempre las mismas cuatro. En cuyo caso, lejos de estar chupando las dieciséis piedras por turnos, estaría en realidad chupando solo cuatro, siempre las mismas, por turnos.
Beckett es un hombre muy azul, y este es un pasaje muy azul. Al problema se le dedican varias páginas brillantes. La penúltima solución requiere que se guarden a la vez quince piedras en un bolsillo, y que se muevan al unísono: todas las piedras; esto es, las que no se están chupando. Se da, sin embargo, un fastidioso efecto secundario: el del peso de las piedras, en un costado, tirándole del cuerpo.
[…] sentía que el peso de las piedras me tiraba ora de un costado, ora del otro. Así que al abandonar la distribución equitativa, lo que abandoné fue algo más que un principio, fue una necesidad física. Si bien chupar las piedras de la manera expuesta, no al azar, sino con un método, era también una necesidad física, me parece. Tenemos pues aquí dos necesidades físicas incompatibles, en completo enfrentamiento. Cosas que pasan. Pero en el fondo me importaba un comino estar en desequilibrio, tironeado a derecha e izquierda, hacia adelante y hacia atrás. Y en el fondo me daba lo mismo chupar una piedra diferente cada vez o siempre la misma, hasta el fin de los tiempos. Porque todas tenían exactamente el mismo sabor.
De Sade en un harén de quintillizas no habría sido capaz de encarar de una forma más directa la cuestión de los pequeños nutrientes del amor, o el de la jodienda sin rostro, o el del tratamiento equitativo (piedras, esposas, judías, porciones de la anatomía, no lo olvidemos, por turnos), ¿y cómo podría uno describir mejor esa necesidad nuestra de un poco de seguridad en esta nuestra desdichada desagradable/desganada dificultosa/desordenada vida? Y entonces la resolución, cuando llega, ¿no es acaso un triunfo tanto de la voluntad como de la razón?
Y la solución que al final adopté fue la de tirar todas las piedras salvo una, que guardaba ora en un bolsillo, ora en otro, y que por supuesto enseguida perdí, o tiré, o regalé, o me tragué.
Como veremos, y nos avergonzaremos, porque no nos avergüenza decirlo, como ese caramelo de menta extraído del bolsillo que, del manoseo, se ha desprendido de su envoltorio, antes que nada revestimos nuestros sujetos sexuales. Es el motivo primigenio por el cual leemos… el único motivo por el cual escribimos.
Resulta por lo tanto apropiado que azul y revelar (blue/blow) hayan de ser –tan pronto como nos sea posible– del todo confundidos.
Así que, guardando uno en cada uno de mis cuatro bolsillos mientras otro lo mantengo en la boca, describiré cinco métodos comunes con los que se gana el sexo su entrada en la literatura… como a través de puertas acristaladas y ventanas apalancadas irrumpen los ladrones en nuestros sueños para violar a nuestras mujeres, robarnos las herramientas y vandalizar nuestros sueños. El más común, claro está, es el más desvergonzado: la descripción literal de material sexual –pensamientos, actos, deseos–; el segundo implica el uso de palabras sexuales de varios tipos, y verteré en los apropiados porches de vuestros oídos una de cada vil clase, pues pronunciar y alabar la letra impresa al oído es lo que el ojo adecuadamente alentado hace con gusto. El tercero puede considerarse, en cierto sentido, el corazón mismo de la oblicuidad, y la esencia por tanto del arte del artista –el desplazamiento–: el tránsito de