Y junto a esta figura se ha citado también la del refugiado o la del migrante económico (Pinder, 2011: 178) como representantes de este tipo de sujetos altamente móviles, pero subordinados. Las experiencias derivadas de este tipo de movilidades de nuevo son muy contrastantes respecto a las vividas por las élites globales. En buena parte de los casos, estos desplazamientos internacionales se producen al margen de la legalidad, habiendo que superar una gran serie de obstáculos policiacos y abusos, y en unas condiciones inseguras e indignas (Elliot y Urry, 2010: 6). Es llamativo que algunos de los espacios globales, para el alto consumo y el disfrute de las élites móviles del presente, han sido construidos por este tipo de migrantes económicos en unas realidades que rompen cualquier estándar de derechos humanos, como ha sucedido en Dubái con los trabajadores hindúes y paquistaníes (Elliot y Urry, 2010: 114).
Existe también para la literatura revisada una tercera figura que, con su amplia movilidad, sufre al mismo tiempo un proceso muy acentuado de marginación: el vagabundo. En el contexto de las ciudades neoliberales presentes, que intentan revalorizar sus espacios urbanos de forma que sean atractivos dentro del mercado internacional de los altos consumos para las clases altas, se observan no pocas medidas públicas y policíacas que suponen una auténtica persecución de las clases pobres. Así sucede con los procesos de “gentrificación”, que tienen como finalidad la “rehabilitación” de espacios urbanos decadentes: estos procesos suelen suponer el desarraigo forzado de las poblaciones locales, normalmente inmigrantes, clases trabajadoras, población envejecida, etc., para iniciar proyectos corporativos, culturales o comerciales que atraigan a las élites globales. Muchas de estas poblaciones pierden sus lugares de residencia y engrosan esas filas de los vagabundos. Al mismo tiempo, se imponen las llamadas políticas de cero tolerancia a la inseguridad y que a la larga suponen una auténtica persecución de poblaciones informales y sin techo. En ese contexto de reconversión de un espacio urbano plural y múltiple, en un espacio consumible para las clases medias y altas, se articulan políticas de control social, de vigilancia y supervisión policial (Peck, Theodore y Brenner, 2009: 58) que arrinconan cada vez más a las poblaciones de vagabundos, que viven una constante huida respecto a los agentes de la represión.
Así, desde la literatura revisada, tanto en el caso de los viajeros pendulares, de los refugiados, de los migrantes o de los vagabundos, se tiene el mismo cuadro. Sujetos que habrían decidido no moverse, pero a quienes se les mueve el suelo que tienen bajo sus pies (Bauman, 2010: 115). El orden productivo presente, con sus incertidumbres económicas, con los constantes procesos de inversión y de desinversión urbana, ocasiona que ningún sujeto pueda permanecer quieto porque sus condiciones socioespaciales de vida tienen fecha de caducidad. Hablamos así de movilidades forzadas, de la misma forma que discutíamos antes de los confinamientos forzados. Son expresiones y comportamientos muy diferentes, pero que están caracterizados por el mismo sentido impuesto y heterónomo. Para estos sujetos periféricos del presente, su relación con la movilidad cobra siempre el mismo sentido forzado. Así es como Bauman concluye (2010: 121) que estos sujetos quizá hubieran preferido moverse a otra parte, o acaso no hacerlo en absoluto, pero el mundo actual de las movilidades políticamente desiguales se lo impide.
Aun con la recuperación de este análisis en términos políticos que permite observar el ensalzamiento de una élite móvil global que impone la subordinación a otras clases sociales a través de las (in)movilidades forzadas, sin embargo, como señalé, la literatura revisada sigue presa de la mirada hegemónica; esta literatura es incapaz de contemplar otras formas de vivir y de practicar la movilidad más allá de los modelos ejemplarizantes de altas movilidades de los hombres de negocios, ejecutivos, profesionales y académicos altamente cualificados, o de los contramodelos penosos de los confinados, los marginados, los refugiados o los vagabundos.
El estudio que sigue intenta matizar este tipo de lecturas simplificadoras, y aportar luz sobre cómo esas otras posiciones subordinadas pueden fraguar su identidad desde la vivencia de sus movilidades periféricas, que no necesariamente han de ser deshabilitadoras. En primer lugar, precisaré la manera como se construyen políticamente las movilidades e inmovilidades para el caso de El Salto, una población periférica en el sur del Área Metropolitana de Guadalajara, México. Además, la particular investigación ayudará a reformular dos hipótesis sostenidas hasta el momento, pero que se muestran inválidas. Por un lado, la hipótesis de que en las sociedades presentes el patrón de las movilidades constituye una lógica imperante que ha desplazado otras formas posibles de relacionarse con el espacio, de vivirlo y de construirse una identidad en todo este proceso. Por otro lado, la hipótesis de que las poblaciones periféricas viven forzadamente sus relaciones con sus movilidades, que carecen de la oportunidad de decidir y determinar tanto sus confinamientos como sus viajes y desplazamientos. Al mismo tiempo que refuto estos supuestos con la evidencia obtenida, intentaré ofrecer una especie de bastimento teórico que sirva para soportar la forma como vivimos y describimos la construcción de nuestras identidades sobre un continuo de movilidades.
1 Hay que entender el particular “realismo” desde el que se escribe este libro. Es un realismo enteramente alejado de la escuela positivista de la ciencia, y muy próximo del realismo organicista de Whitehead (1978) donde los acontecimientos comportan un proceso teleológico de materialización y de “prehensiones” respecto de un mundo circundante e histórico.
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