—Lo hará muy bien contra Carter —afirmó Cannon—. Y que no os preocupe su manera de entrenar. Armie se motiva de manera diferente, eso es todo.
Siempre, de manera incondicional, podía contar con Cannon. Como la única persona que sabía por qué había rehuido fama y fortuna, Cannon lo entendía. No estaban emparentados, pero en la práctica funcionaban como verdaderos hermanos.
Lo cual constituía la segunda y fundamental razón por la que no podía, no debía, desear a Merissa como la deseaba. Cannon protegía a la gente que quería. Y a su hermana la quería muchísimo.
—Se está haciendo tarde —añadió Cannon—. No querrás hacer esperar a Yvette.
Contento del cambio de tema, Armie sacó su móvil.
—Será mejor que haga un par de llamadas para informar a las damas de que no me reuniré con ellas después de todo.
Stack miró a Denver.
—Si eso lo hubiera dicho cualquier otra persona, habría pensado que era un farol.
—El solitario… —ironizó Denver.
Armie se alejó sabiendo que tenían razón.
Merissa Colter se apoyó en el mostrador de la cocina con una copa de vino en la mano, viendo cómo Yvette preparaba una bandeja de carnes frías y quesos.
—¿Seguro que no quieres que te ayude?
Yvette le lanzó una sonrisa alegre.
—No hay tanto que hacer. Además, te has acicalado tanto esta noche que no quiero que corras el riesgo de mancharte.
Mirándose, Merissa replicó:
—Menudo cambio, ¿no?
Yvette asintió con una sonrisa astuta y se limpió las manos en el delantal.
—Es bueno para una chica cambiar de aspecto de cuando en cuando. Y con esas piernas tan largas que tienes, el conjunto que llevas te queda fenomenal.
—Me lo compré con Vanity —Vanity, la mejor amiga de Yvette y en aquel momento la mujer de Stack, era una fanática de la moda—. Fue ella la que insistió en las botas.
—Con tacones —precisó Yvette, animada, ya que Merissa siempre llevaba calzado plano—. Me gusta.
—Lo malo es que soy tan condenadamente alta…
—Como una modelo.
—No sé —dijo, porque más bien solía sentirse desgarbada, no una modelo.
—Confía en mí —le aseguró Yvette mientras colocaba las últimas lonchas de queso en la bandeja—. Causarás sensación. Dejarás a todo el mundo con la boca abierta. Eres muy alta, sí, pero con una figura estupenda.
Merissa casi se atragantó al oír aquello.
—Pues mi talla de sujetador es bastante pequeña….
Un sonido llegó hasta ellas desde el umbral de la cocina y Merissa alzó la mirada para descubrir a Brand, Miles y a Leese mirándola con una sonrisa. Los tres fantásticos, musculosos, muy atractivos.
Pero ninguno de ellos era Armie.
Lo que sentía por ellos, y viceversa, no era en absoluto romántico. Aun así, un rubor se extendió por su rostro. Al fin y al cabo, acababan de oírla hacer un comentario sobre su busto…
Mirando a su alrededor en busca de un arma, Merissa agarró una bayeta y se la lanzó.
—¡Fingid que no habéis oído nada!
—Demasiado tarde —Leese atrapó la bayeta y la dejó sobre el fregadero—. No sé qué es lo que echas de menos, pero yo te aseguro que no te falta de nada —se volvió hacia los otros dos luchadores—. ¿Estoy o no en lo cierto?
—Por supuesto.
—Definitivamente.
Avergonzada, pero agradecida al mismo tiempo por el comentario, Merissa se echó a reír.
—Sois mis amigos. Estáis obligados a decir eso.
—Es la verdad. Te lo juro —insistió Leese antes de sacar tres cervezas de la nevera y lanzar una a Brand y la otra a Miles.
Recorriéndola con una pecaminosa mirada, Brand se alejó hasta el otro extremo de la cocina.
—¿Y ese conjunto? —arqueó una ceja—. Es muy sexy.
De repente se sintió muy expuesta con su suéter ancho de escote de pico, el pantalón ceñido y las botas de tacón.
—¿Lo ves? —intervino Yvette—. Estás despampanante. ¿A quién le importa que no tengas una talla grande de sujetador?
A ella, sí.
—Insisto en que no te falta nada —remachó Miles. Tanto Brand como él eran morenos de pelo, pero Miles tenía los ojos de un verde claro, siempre estaba sonriendo… y flirteaba con cada mujer que se le ponía a tiro—. Confía en mí.
Leese se pasó una mano por su pelo negro azabache, con un brillo juguetón en sus ojos azules.
—Yo soy más bien de traseros —le guiñó un ojo, como indicándole que el suyo satisfacía sus requisitos.
Era un milagro que pudiera pensar en algo rodeada como estaba por tipos tan atractivos. Su vida habría resultado mucho más fácil si hubiera sentido por alguno de ellos lo mismo que sentía por Armie.
Yvette empezó a echarlos entonces a todos de la cocina.
—La estáis avergonzando. Fuera de aquí.
—Solo estábamos reforzando su autoestima —protestó Brand.
Los hombres se marcharon a regañadientes. Una vez que volvieron a quedarse solas, Yvette seguía sonriendo con un cálido brillo de alegría en los ojos.
Merissa supo entonces que estaba pasando algo. Tanto su hermano como Yvette estaban demasiado alegres. Dejando a un lado su copa, preguntó:
—¿Se puede saber qué os pasa a Cannon y a ti?
Tarareando por lo bajo, Yvette sacó un cuenco y lo llenó de patatas fritas.
—No sé qué quieres decir.
—Oh… oh.
Justo en aquel momento, Armie asomó la cabeza por la cocina.
—Hey, Yvette… —se interrumpió en seco cuando descubrió a Merissa.
Impresionado, Armie recorrió su cuerpo con la mirada, absorbiendo cada detalle. Su pecho se dilató en un lento suspiro. Merissa no se movió. Verlo le producía un efecto completamente distinto que el que experimentaba con otros hombres, como por ejemplo aquellos que acababan de hacerle comentarios sobre su ropa. Esta vez, sin embargo, se trataba de Armie. No quería que su opinión le importara tanto… Pero le importaba.
Demasiado tarde, la mirada de Armie regresó a su rostro y se quedó ya allí. Apretó la mandíbula. Sus oscuros ojos parecían consumirla y, justo cuando sintió que se iba a desmayar por la falta de oxígeno, él se volvió para marcharse.
Claramente Armie no había esperado verla y tampoco lo había querido. Eso le dolió.
Fue Yvette quien lo detuvo.
—¡Armie! Pasa. ¿Qué te apetece beber?
De espaldas a ellas, se quedó inmóvil. Flexionó los músculos de los hombros… y los relajó luego deliberadamente antes de volverse. El calor de sus ojos se había trocado en indiferencia y su arrogante sonrisa casi convenció a Merissa de que se había imaginado la tensión anterior.
—No quiero nada.
Merissa resopló escéptica. No había