–Yo me ocuparé de los pacientes que están en la cama, Kate –dijo, sin mirarla–. Tú ocúpate de los ambulantes. Nos vemos aquí luego.
Al parecer, ese día se había llevado su bastón de mando, pensó Kate.
Había ancianos residentes por todas partes; caminando por los pasillos con muletas, andadores, o arrastrando los pies; en el cuarto de estar, jugando a las cartas o viendo la televisión. Todos parecían bien atendidos, pero la mayoría estaban tristes y les daba lo mismo si los vacunaban o no, aunque presentaban obedientemente el brazo o el hombro. Kate empezaba a pensar que no iba a dar abasto cuando Guy se reunió con ella.
La sala pareció animarse en cuanto entró. Una anciana le preguntó si era nuevo.
–Es agradable ver a un hombre en perfecto estado; casi todos están hechos polvo por aquí.
Otra anciana, que había sufrido la amputación de una pierna, le preguntó si le saldría otra, «porque, por lo demás, estoy muy sana».
Guy le contestó que no creía, pero que, ya que parecía estar llevándolo tan bien con la que le quedaba, no pensaba que le hiciera falta. La anciana se quedó tan satisfecha con la respuesta que accedió a ser vacunada.
–Porque ha sido usted muy amable y me gusta corresponder cuando puedo.
Una de las que se negó en redondo fue la mujer más anciana de la residencia. Tenía ciento dos años y le funcionaba perfectamente la cabeza.
–No, gracias, doctor –dijo–. Me ha ido muy bien hasta ahora sin eso, así que, ¿por qué tentar al destino?
Mientras Kate y Guy se preparaban para irse, éste dijo:
–Ha sido una experiencia gratificante.
No rió ni hizo ninguna broma a continuación.
De hecho, a Kate le pareció pensativo, incluso sombrío. Tal vez se estaba imaginando a sí mismo a esa edad y no le gustaba lo que veía.
–¿Tienes que hacer llamadas antes de comer? –preguntó Guy mientras ella se preparaba para entrar en su coche.
–No. Ya es muy tarde. Iré a casa a comer y luego volveré. No tengo nada urgente hasta las dos.
–Yo tampoco –tras una pausa, Guy añadió–. ¿Qué te parece si comemos juntos?
–¿Fuera? –Kate apenas pudo ocultar la sorpresa que le produjo la sugerencia de Guy.
–Sí, fuera, en algún restaurante.
–¿Porque es mi cumpleaños? –preguntó Kate, sin demasiada delicadeza.
–Si hace falta un motivo, ese puede valer –Guy la miró directamente a los ojos–. Podríamos ir a Melbridge Arms, beber algo en el bar y luego pasar al restaurante. Fui allí hace un par de días y me pareció excelente.
–Gracias. Me encantaría. Eres muy amable, Guy –dijo Kate, recuperando los modales.
–Soy un hombre amable –dijo Guy, haciendo un amago de reverencia que sirvió para hacer reír a Kate y hacerle perder la ligera vergüenza que sentía por haberse comportado como una adolescente en su primera cita.
El Rover de Guy estaba aparcado delante del Volvo, de manera que Kate lo siguió hasta el hotel en que habían decidido comer.
Hacía un bonito día de octubre, y, por primera vez desde que se había levantado, Kate se sintió algo animada. También tenía hambre, y Mike parecía haberse esfumado de su cabeza.
Pero regresó unos veinte minutos después, mientras comían un delicioso solomillo con patatas y guisantes. En tono despreocupado, Guy preguntó:
–¿Y qué pasó con Mike Merrow?
Kate sintió una inmediata punzada acompañada de una oleada de ansiedad. Era una pregunta que no esperaba que Guy le hiciera, pero ahora que la había hecho debía mentir o, al menos, no contarle la peor parte, como había hecho con todo el mundo. Nadie, excepto su madre, conocía la dolorosa verdad.
–Le salió un trabajo interesante en Boston y se fue –dijo, sin exagerar la animación de su tono de voz para no despertar sospechas.
–¿Y tú no quisiste ir con él?
–No –Kate logró sonreír a pesar de la mentira que estaba diciendo–. No quería trabajar allí.
–Creo recordar que os conocíais desde hacía bastante tiempo –Guy alzó su vaso y dio un trago a su vino.
–Vivimos juntos dos años y medio, pero nos conocíamos desde hacía un año antes. Supongo que eso es bastante tiempo.
–Tanto como lo que duran algunos matrimonios en estos días.
–¡Qué comentario tan cínico, doctor Shearer! –bromeó desesperadamente Kate. Sintió un inmenso alivio cuando Guy cambió de tema y le habló de su padre.
–Se va a casar de nuevo, ¿puedes creerlo? El otro día me sorprendió con la noticia. Se va a casar con una de sus escritoras. La boda es el mes próximo –dijo Guy, sonriente.
–Veo que te satisface.
–Estoy encantado. Se conocen ya hace un tiempo. Jean es una escritora de novelas policíacas que publica bajo el nombre de C.P.Shaw. Tiene la misma edad que mi padre. Sus libros no se convierten en best seller, pero no le va mal, y es una mujer interesante. Ya hace ocho años que mis padres se divorciaron, así que nadie va a poder decir que se ha precipitado casándose de nuevo. Es como yo… un viejo pájaro cauteloso.
Kate pasó por alto aquel comentario.
–¿Tu madre… Sylvia lo sabe?
–Sí, y aunque se quedó asombrada al enterarse, se alegra de que sea con Jean. Se conocieron en una fiesta literaria antes del divorcio. Es curioso las vueltas que da la vida, ¿no? Vista de lejos, parece que tiene un patrón determinado, o algo así.
Aunque Kate no estaba precisamente convencida de aquello, asintió. Luego hablaron un rato de literatura y después de cine y televisión, y de los papeles que solía interpretar la madre de Guy en ésta.
–Estaba magnífica en aquel drama médico que solían poner los sábados por la noche. Si le dieran un papel adecuado, ¿crees que lo aceptaría ahora? –preguntó Kate. A veces pensaba que Sylvia no tenía suficientes cosas que hacer y eso le hacía preocuparse más de lo debido de los asuntos de los demás.
–No. Está decidida a no volver a actuar. Esta vez quiere dedicarse por completo a su matrimonio. Creo que hace bien. Tiene casi sesenta años y no es fácil encontrar primeros papeles para actrices de esa edad. Además, ya actúa suficiente en la vida real –Guy dijo aquello en tono despreocupado, pero con un matiz de enfado–. ¡Está contando a la mitad de Melbridge las hazañas de su heroico hijo!
–¿Te refieres a lo del aeropuerto? La verdad es que te comportaste como un héroe, Guy. Actuaste sin pensar en ti mismo –dijo Kate, bajando la mirada hacia el muslo de Guy. El doctor Grainger se había ocupado de quitarle los puntos. John le había sugerido que se pusiera en manos de un médico que no fuera su pariente. Era lo mejor. La enfermera Sue se sintió muy decepcionada cuando lo supo. Según dijo, bromeando, claro está, le habría gustado tener al guapo médico bajo su protección.
–¿Qué vas a hacer para celebrar tu cumpleaños? –preguntó Guy.
–Voy a salir esta tarde con unos amigos –Kate no quiso aclarar que los «amigos» eran todo chicas. No quería que Guy pensara que no podía conseguir compañía masculina cuando la ocasión lo pedía.
Ya fuera, bajo los árboles junto a los que se hallaban aparcados los coches, Kate agradeció a Guy la invitación a comer.
–Lo he pasado muy bien –dijo, mientras