A medida que los años y las generaciones van pasando, el hombre sigue “evolucionando” y este proceso hace que cada vez obtenga mayores logros que ayudan a mejorar su calidad de vida sobre el planeta: ha conseguido mejorar la calidad de los alimentos, prolongar la cantidad de años de vida que la media de la población alcanza, así como infraestructura, acceso a energía y otros, especialmente basado en un constante ritmo de progreso tecnológico que ha tenido, desde la segunda mitad del siglo XX al presente, un crecimiento vertiginoso como nunca la humanidad ha visto.
Esta evolución se ha transformado en un constante crecimiento de la cantidad de bienes que el hombre necesita para hacer frente a sus nuevas modalidades de vida, aunque este crecimiento tiene obviamente sus límites, que están impuestos por el carácter finito del planeta y la cantidad de recursos naturales que en él se encuentran. En su constante avance y en pos de conseguir cumplir con el mandato que impone esta forma de vida que ha adoptado, basada en un sistema económico cuyos pilares son innovación tecnológica, producción y consumo, está experimentando en carne propia la realidad que muestra escasez de recursos y los problemas que origina su accionar mayormente irresponsable en el planeta.
Obviamente que el crecimiento constante del número de habitantes, que hoy se estima cercano a los 7700 millones y que para 2050 los organismos internacionales prevén en alrededor de los 9700 millones, permite preguntarnos de qué manera, y en este mismo planeta, semejante cantidad de personas podrán satisfacer sus crecientes necesidades, con el limitado número de recursos, para poder mantener un nivel digno de vida que les provea, por lo menos, los elementos necesarios mínimos: acceso a salud, alimentación, vivienda, electricidad, etc. Aquí comienza nuestro mayor problema, y este consiste en poder balancear las necesidades por satisfacer con lo que poseemos en el planeta sin perjudicar a las generaciones venideras. Esto se llama “sustentabilidad”, tema que estamos discutiendo dentro de la sociedad y donde cada cual aporta su visión muchas veces tratando de interponer sus intereses personales sobre los colectivos. Esta forma de accionar hace que pongamos en riesgo la habitabilidad futura de la Tierra, y genera un estado constante de desigualdad, falta de inclusión y vulnerabilidad en toda la sociedad.
Disminuir la desigualdad y promover acciones de inclusión son temas clave para erradicar la pobreza, aunque la sensación que experimentamos es la de ser protagonistas de un verdadero “juego de sombras” dentro del cual las voluntades políticas (relaciones entre países) son las de lograr un consenso sobre la idea de crecer y desarrollarnos de manera sustentable. Pero la realidad del día a día parece demostrar que con la buena voluntad no alcanza. Prueba de ello es que el mundo crece económicamente (nivel de actividad), pero la percepción que tiene la población en general, el hombre común, es que tal crecimiento no es parejo o le resulta esquivo, de la misma manera que crece la sensación de vulnerabilidad.
En este trabajo, y con los elementos que desde la economía y otras ciencias contamos, trataremos de explicar por qué necesitamos ser “sustentables” y cuáles son los riesgos que estamos corriendo, a pesar de que conocemos las soluciones y los pasos que debemos adoptar. Nos enfrentamos a cuestiones relativas a desarrollo, crecimiento, cambio climático, uso de los recursos naturales, problema del suelo, crisis hídrica, contaminación del aire, seguridad alimentaria, generación de pasivos ambientales, innovación tecnológica y de qué manera nos adaptamos a ella, así como al constante estado de crisis en el que nos acostumbramos a vivir. Todo esto sin olvidarnos del gran tablero geopolítico del cual formamos parte, donde el multilateralismo como lo conocemos hasta ahora está cambiando y los liderazgos políticos también. Los roles de Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la aparición de China junto con otros países emergentes –como es el caso de India– y la realidad de América Latina impactan directamente en las cumbres del clima, poniendo en riesgo el Acuerdo de París.
Ya sabemos, y probado está, que la mayoría de los problemas que tenemos con el clima son ocasionados por el hombre y su accionar, y que es necesario disminuir de manera urgente la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) para limitar el aumento de la temperatura; de otra manera, la existencia futura en la Tierra será complicada. En octubre de 2018, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) emitió un informe donde prueba la urgencia que existe en frenar el aumento de la temperatura en el planeta. El mensaje del informe es preocupante: establece que limitar el aumento de la temperatura en 1,5 °C es posible solo si las emisiones de carbono se reducen a la mitad para 2030 y disminuyen a cero para 2050. Esto supone una gran transformación y un complejo problema económico y financiero por resolver en un plazo de tiempo muy corto, solo treinta años. Paralelamente, llevamos varias décadas de discusiones políticas en cumbres anuales sobre cambio climático y los logros obtenidos son muy pocos.
La lucha contra los efectos del cambio climático se da en un siglo XXI cuando todavía no tenemos definido cuál será el ámbito de poder en el que estaremos discutiendo la solución. Hoy estamos atravesados por una disputa entre la exaltación del nacionalismo y la vigencia del multilateralismo (un multilateralismo que nació después de la Segunda Guerra Mundial), la cual todavía debe dirimir los liderazgos. En nuestro planeta, históricamente, los liderazgos y el orden político y económico nunca han surgido de consensos pacíficos; siempre emergió después de luchas armadas, guerras comerciales, apropiación de recursos naturales, etc. Estamos tratando de establecer el orden global de este nuevo siglo, y todavía no hemos podido desplegar totalmente una hoja de ruta universal.
Lo cierto es que el planeta que habitamos es uno solo, que la naturaleza es la base del todo desde el inicio del universo y que siempre se ha adaptado para tratar de eliminar las amenazas que la ponen en peligro. Sin tener visiones apocalípticas, debemos entender que nos estamos convirtiendo en una amenaza para nuestro ecosistema, del cual también formamos parte. Lo positivo es que sabemos cuáles son las acciones que debemos realizar para mejorar nuestra estadía en este, nuestro planeta, y que tenemos las herramientas para llevar a cabo la transición a otros modelos productivos. Pero esa transición requiere un gran proceso de transformación en la producción de alimentos, generación de energía, transporte, etc., donde también se ponen en juego liderazgos geopolíticos. Necesitamos mejorar nuestro presente y asegurar el futuro de las próximas generaciones, y para ello debemos descarbonizar nuestra economía, siendo más eficientes y conscientes en nuestro accionar. Por esto, debemos transformar el concepto de sustentabilidad en un activo, ya que tenemos todas las posibilidades de hacerlo y dejar de utilizar el término como una palabra más que suena bien y solo expresa buena voluntad.
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