La suerte de Omensetter. William H. Gass. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: William H. Gass
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412305975
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Me tengo que ir. Aquella es mi mamá. Se enfadará un montón si me ve.

      Pero ¿y qué pasa con el gato de Kick?

      Me tengo que ir.

      Pero si no he llegado a la historia. Tampoco has oído lo de la rata. Verás, había una rata gris particularmente grande, grande como una bota tal vez, tal vez más grande, y aquella rata no le tenía miedo a nada.

      Caray. Pero me tengo que ir. Me tengo que ir.

      Pero la rata. Esa fue la rata que le mordió a Kick en la nariz. ¿Recuerdas? Fue el desafío de la pelea.

      Adiós.

      Organizaron una pelea entre el gato de Kick y la rata grande como una bota… una carrera y una pelea… entre los vagones, en los muros… bigote contra bigote… duraría hasta la noche. Tendrías que haber oído el modo en que el viento pasaba por entre sus zarpas. Organizan… Así que voy a organizar… Bueno, parecía un chico simpático, uno de esos que nuestros días han perdido. Demasiado joven para la historia de May Cobb. ¿Y cómo se iba a aprender ahora su historia? Imagina crecer en un mundo en el que solo los generales y los genios, solo los imperios y las empresas, tuviesen historias, ni tu pueblo ni tu abuelo, ni tu casa ni Samantha, ninguna de las cosas que amas. No, no he terminado con Bob Stout. Chico, tus propias hojas te impiden ver el tronco. Podría organizar una de piratas. Fuego en Hen Woods. El tío Simon, el sicomoro viejo y nudoso, ardiendo y rompiéndome el corazón. Podría organizarlo. Pero el chico se había ido, arropado por su madre. Aun así lo recuerdo todo. El gato de Kick. Gotitas de leche por toda la mandíbula. Omensetter agitando los brazos en una danza. Tendrían sin duda que servir para algo. No. Un lote raro. No podría ni subastarlas. No obstante, supongamos que se vendieran. ¿Sería capaz él de soportar de nuevo la vida con aquel tiempo apacible, con aquel cielo púrpura y aquella neblina rezagada, las nubes que burlaban al sol, el ocaso que ahondaba los caminos y se tendía en las vías hasta el amanecer? O así parecía entonces, cuando su carne era joven.

      La mantequera se vendió. Y la cuna. No vio quién se hizo con ella. Todas las herramientas desaparecieron. La soga. Las conservas. Incluso botellas de soda vacías mates por el polvo. Sam Peach había limpiado la parte de atrás y barrido un lateral. Sofás. Sillas. La fila de señoras estaba vacía. Era por el calor. El cielo era de un azul ausente. ¿Ese tipo era el hijo de Sam Peach? ¿Era posible? Primero, Pike. Veamos. Luego, Meldon, Rush y Furber. En la del Redentor. Después de eso, Huffley, y Peach. Oh, estaba desfasado. Bueno, no se parecían en nada. Faroles. Sombrillas de satén y borlas. Y ahora platos y molinillos de café y tazas. La multitud estaba con él al frente. Parecía más pequeña. Más platos decorados por Lucy Pimber. Molinillos de pimienta. Copas de cristal color arándano. Tazones de cristal tallado. Ropa de cama. Alfombras. Sábanas. Toallas. Colchas. Trapos hechos con ropas viejas. Que perezcan con el propietario. Qué sensato. Samantha. Hermana. Ella vendería hasta los huesos de él. ¿Cuánto sacaría por los huesos?

      Israbestis se levantó con esfuerzo. Trepar un árbol tan alto que pudieras ver Columbus desde él, qué maravilla. Fue la suerte de Omensetter. Una historia no, una enfermedad. Él nunca viviría a sus relatos. Henry Pimber también murió de la suerte de Omensetter, de una forma u otra, decían todos. El chico murió de eso, el bebé. ¿Cuánta suerte tuvo él?, ¿cualquier otro?

      Ya que me preguntas, ese pastor está loco. ¿Te quieres callar? En aquel jardín, por dios, de acá para allá, de acá para allá, no hace más que caminar.

      Bien, le dije al viejo Harris, si usas el corazón de ese modo se te va a parar, dijo el doctor Orcutt, pero si no lo haces se te obstruirá sin más, te mueres igualmente y no tienes ni que esforzarte. El doctor se dio una palmada en el muslo.

      Tott, has cerrado tu casa. En efecto, has cerrado tu casa. No te puedes olvidar, y no te atrevas a recordar.

      Recuerdo quién decía válgame. En aquel jardín, válgame… Sí. El negrito. Curioso… Omensetter era negro, era marrón, marrón oscuro como una olla de carne en salsa. Israbestis rio entre dientes. Luego Furber, que era negro por sus ropas, pequeño y negro, aunque de piel muy pálida… oh, muy… muy pálida… una luna, dijo alguien, donde antes hubo estrellas.

      Al alargar la mano el grifo estaba caliente. Buscó los ladrillos, consciente del sudor. Sus ojos revisaron cada hoyo y cráter. Vio su escupitajo costroso y plano en el polvo y volvió a escupir encima un escupitajo algodonoso. Apartó los tallos de las caléndulas e inspeccionó todos sus pétalos dorados. La fragancia acre le aclaró la nariz. Rebuscó con paciencia por sus hojas. Ahí, junto a su pie en la acera, sobre esos zancos que eran sus patas finas como hilos, se alzaba el guijarro. Israbestis se encorvó y la araña huyó de pronto. La persiguió por la acera con su pulgar, atizando. A punto estuvo de escapar a su alcance, lo cual habría sido una pena, porque ambos estaban solos en el mundo, pero bajó el pulgar y las patas surgieron como rayos en torno a este. Luego se curvaron poco a poco hacia arriba. Capum, acabas capum, dijo Israbestis, sintiendo cómo el cemento le calentaba el pulgar.

      Qué está haciendo, señor, matando arañas, dijo una chiquilla. Sí. Matando arañas, susurró Israbestis, levantándose.

      Bien. Odio las arañas. Se te suben encima.

      Sí.

      Son repugnantes.

      Sí. Repugnantes, dijo Israbestis Tott.

      EL AMOR Y LA PENA DE HENRY PIMBER

      1

      Brackett Omensetter era un hombre ancho y feliz. Sabía silbar como silba el cardenal rojo en la nieve espesa, o zumbar como zumba el tímido blanco al salir de su refugio, o ser la alondra que ante el cielo sofoca una risita. Conocía la tierra. Metía las manos en el agua. Olía el olor limpio del abeto. Escuchaba a las abejas. Y reía con una risa profunda, fuerte, amplia y feliz siempre que podía, que era a menudo, un buen rato y con alegría.

      Le dijo a su mujer: cuando llegue la primavera nos iremos a Gilean en el Ohio. Que es un lugar estupendo para el chico que estás gestando. El aire es puro.

      Así pues, cuando la nieve se hundió en silencio en los arroyos; así pues, cuando los lechos de los ríos estaban marrones e imperiosos; cuando el viento rondaba hambriento las ramas desnudas de los árboles y las nubes eran serpentinas; entonces Omensetter dijo: se acerca el momento y hemos de prepararnos.

      Lavaron la carreta. Plancharon sus ropas de los domingos. Les trenzaron el pelo a sus hijas. Hicieron todo aquello que no importaba. Les hizo sentir bien.

      Cepillaron al perro. Apilaron con esmero la leña sobrante del invierno. Se dieron los unos a los otros una buena cantidad de pellizcos en el trasero. Todo cuanto no importaba y les hacía sentir bien, lo hicieron.

      Llovió una semana. Después Omensetter dijo: parece que estamos listos, ¿nos vamos?

      Apilaron sus pertenencias en la trasera de la carreta. Las amontonaron, unas encima de otras: flameantes cobertores con pompones y colchas recosidas con retales, orondas bolsas de ropa y sacas de zapatos y labores y un mantel de lino con manchas que los platos siempre ocultaban; dos sillas con peldaños, un taburete y una mecedora Boston, un banco de trabajo de roble bastante duro y elocuente, una mesa de hojas abatibles cuyo tablero tenía caras e iniciales grabadas por alguien que no conocieron jamás; jarras, una vista enmarcada del río Connecticut, unas botas de agua; y en cajas: cucharas de madera y sartenes y las tapas del fogón y paños para mangos de recipientes y cacerolas, una cubertería de hojalata y unos medallones chapados en níquel y un mondadientes, en alguna parte, con un fino baño de oro y una delicada cadena, un grabado a media tinta de san Francisco dando de comer a las ardillas, varias herramientas para moldear el cuero, dos cálices de peltre y trece vasos para la gelatina, siete libros (tres de ellos obras sobre pájaros del reverendo Stanley Cody); una colección de anillos de juguete en latas de tabaco y de collares de arroz enhebrado, piedras ambarinas y figuras diminutas de porcelana y perros y gatos y caballos estampados en metal y dos húsares de plomo con sombreros altos y las armas torcidas