Efectivamente, lo queramos o no, ya se está anunciando también una mundialización bajo el signo de la ética, del sentido de la compasión universal, del descubrimiento de la familia humana y de las personas de los más diferentes pueblos, como sujetos de derechos que no dependen del poder económico y político de los pueblos o del dinero de su bolso, ni del color de su piel, ni de la religión que profesan. Estamos todos bajo el mismo arco-iris de la solidaridad, del respeto y de la valorización de las diferencias y movidos por el amor que nos hace a todos hermanos y hermanas.
La mundialización se hará también en la esfera de la política que deberá reconstruir las relaciones del poder, ya no en la forma de dominación/explotación de las personas y de la naturaleza, sino en la forma de la mutualidad biofílica (= reciprocidad entre los seres vivos) y de la colaboración entre todos los pueblos, base de la convivencia colectiva en la justicia, en la paz y en la alianza fraternal/sororal con la naturaleza. Ésta deberá organizarse alrededor de una meta común: garantizar el futuro del sistema Tierra y las condiciones para que el ser humano pueda continuar viviendo y desarrollándose, como lo ha venido haciendo desde hace cerca de 10 millones de años.
Por fin habrá, seguramente, una mundialización de la experiencia del Espíritu en el desarrollo de las energías espirituales que se extienden por todo el universo, trabajan la profundidad humana y las culturas y refuerzan la sinergia, la solidaridad, el amor a la vida a partir de los más amenazados y la veneración del Misterio que penetra en todo y en todo resplandece, misterio al que se da culto en la oración, en la contemplación y caminando bajo su luz.
Estamos ante un experimento sin precedentes en la historia de la humanidad. O creamos una nueva luz, o vamos al encuentro de las tinieblas. O seguimos el camino de Emaús del compartir y de la hospitalidad, o experimentaremos el camino del Calvario, el descenso solitario al infierno en cuyo portal Dante Alighieri escribió: «Dejad toda esperanza, vosotros los que entráis”
7. LA HORA Y EL TURNO DEL ÁGUILA
La construcción de la nueva civilización en el tercer milenio pasa por un gesto de valor extremo. El valor de hacer camino donde no hay camino. Ya y ahora. En los momentos cruciales de la prueba mayor, ¿dónde encontraremos inspiración? ¿De dónde vamos a sacar los materiales para la nueva construcción?
Debemos imbuirnos de la esperanza de que el caos actual pronostica un nuevo orden, más rico y prometedor de vida para todos. Bien lo expresaba en verso Camões (1524-1580):
“Después de tormentosa tempestad, lúgubre noche y silbante viento, trae la mañana serena claridad, esperanza de puerto y salvamento”.
Pero para que este salvamento ocurra, necesitamos tener muy clara la convicción de que este futuro necesario no se hará a partir de los principios que organizaron el pasado, que nos pusieron en el callejón sin salida actual. Quien todavía persista en creer en ellos, trabaja en un profundo equívoco. Y esta vez no hay tiempo para ensayos, equívocos y errores. Pues no habrá tiempo para correcciones.
En contextos así debemos recurrir a las grandes metáforas, cuyo sentido emerge cristalino. Volvamos a contar la historia de un educador y líder político de la pequeña república de Gana, en el Africa Occidental, James Aggrey (+1927), que fue citada en nuestro primer libro El águila y la gallina: cómo el ser humano se hace humano. Vamos a transcribirla nuevamente, dada su belleza y su densidad.
“Era una vez un campesino que fue a la selva cercana a coger un pájaro para mantenerlo encerrado en su casa. Consiguió coger un aguilucho. Lo colocó en el gallinero junto con las gallinas. Comía maíz, igual que las gallinas, aunque el águila fuese el rey/la reina de todos los pájaros.
Después de 5 años, este hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. Cuando paseaba por el jardín, dijo el naturalista:
-Ese pájaro no es una gallina. Es un águila.
-En efecto –dijo el campesino– es un águila. Pero yo lo crié como gallina. Ya no es un águila. Se ha trasformado en gallina como las otras, a pesar de las alas de casi tres metros de envergadura.
-No –replicó el naturalista– Es y será siempre un águila, pues tiene un corazón de águila. Ese corazón hará que un día vuele a las alturas.
-No, no –insistió el campesino– Se convirtió en gallina y jamás volará como águila.
Entonces decidieron hacer una prueba. El naturalista tomó el águila, la levantó muy alto y, desafiándola, dijo:
-Puesto que realmente eres un águila y perteneces al cielo y no a la tierra, ¡abre tus alas y vuela!
El águila se quedó parada en el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a su alrededor. Vio las gallinas allá abajo, recogiendo los granos, y saltó junto a ellas.
El campesino comentó:
-¡Ya le dije, se ha convertido en una simple gallina!
-No –volvió a insistir el naturalista–. Es un águila, y un águila será siempre un águila. Vamos a probar nuevamente mañana.
Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al tejado de la casa. Le susurró:
-¡Águila, puesto que eres un águila, abre tus alas y vuela!
Pero cuando el águila vio abajo a las gallinas, que picoteaban en el suelo, saltó y se fue junto a ellas.
El campesino sonrió y volvió a la carga:
-¡Ya se lo dije, se ha convertido en gallina!
-No –respondió firmemente el naturalista–. Es un águila, poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a probar todavía una última vez. Mañana la haré volar.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Cogieron al águila, la llevaron fuera de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, a lo alto de una montaña. El sol naciente doraba las cimas de los montes.
El naturalista levantó al águila muy en alto y le ordenó:
-¡Águila, puesto que eres un águila, puesto que perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela!
El águila miró a su alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva vida. Pero no voló. Entonces el naturalista la agarró firmemente, muy en la dirección del Sol, para que sus ojos se pudiesen llenar de la claridad solar y de la inmensidad del horizonte.
En ese momento, abrió sus potentes alas, graznó con el típico Kau-Kau de las águilas, se irguió, soberana, sobre sí misma, y comenzó a volar, a volar hacia las alturas, a volar cada vez más alto. Voló... voló... hasta confundirse con el azul del firmamento...
Y terminó exclamando:
-¡Hermanos y hermanas, mis compatriotas! ¡Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios! Pero hubo personas que nos hicieron pensar como gallinas. Y muchos todavía piensan que somos realmente gallinas. Pero somos águilas. Por eso, compañeros y compañeras, abramos las alas y volemos. Volemos como las águilas. Jamás nos contentemos con los granos que nos arrojan a los pies”.
Anticipando una reflexión que detallaremos a lo largo del libro, ya podemos decir: todos nosotros tenemos, de una u otra manera, una dimensión-gallina y una dimensión-aguila dentro de nosotros.
La dimensión-gallina, es el sistema social imperante, nuestro tipo existencial, nuestra vida cotidiana, los hábitos establecidos y el horizonte de nuestras preocupaciones. Son también las limitaciones, los encuadramientos y formaciones histórico-sociales que, cuando se absolutizan, se