La mente, es decir, la visión contemporánea del universo, de la historia de la Tierra, de la vida y de la existencia humana fue, en gran parte, codificada a lo largo de casi un siglo. Ahora nos es urgente despertar el corazón para que sienta, se compadezca, se solidarice y ame la Tierra, sus ecosistemas y a todos los seres, nuestros compañeros en esta andadura terrestre. Por sí sola, la mente no dispone de todos los instrumentos para vencer la crisis actual. Necesita el apoyo del corazón, responsable de movernos a la acción y a emprender la búsqueda de los mejores caminos para nuestra salvación. Por eso hablamos de los derechos del corazón, que deben ser proclamados y vividos en función de nuestra propia supervivencia.
La dimensión del corazón fue descuidada por la modernidad. La razón analítica, la razón instrumental y la tecnociencia buscaban, como método, el distanciamiento más radical posible entre la emoción y la razón, y entre el sujeto pensante y el objeto pensado.
Todo lo que tuviera relación con el mundo de las emociones, de los afectos, de la sensibilidad, en una palabra, del pathos, oscurecía la mirada analítica y “objetiva” sobre el objeto. Así pues, debía ponerse bajo sospecha, controlarse e incluso reprimirse.
Lo que ocurrió fue que la propia ciencia superó esta posición reduccionista, ya sea a través de la mecánica cuántica de Bohr/Heisenberg, de la biología al estilo de Maturana/ Varela, o de la tradición psicoanalítica reforzada por la filosofía existencial (Heidegger, Sartre y otros). Estas corrientes evidenciaron el involucramiento inevitable del sujeto con el objeto. La objetividad total es una ilusión. En el conocimiento intervienen siempre los intereses del sujeto, las emociones y los afectos que experimenta el ser humano en su relación con los otros. Aún más: hoy estamos convencidos de que la estructura fundamental del ser humano no es la razón, sino el afecto y la sensibilidad.
Daniel Goleman aportó una prueba empírica con su texto La inteligencia emocional. En él afirma que la emoción precede a la razón. La primera reacción ante cualquier realidad es la emoción, y solo algunos segundos después despierta la razón. Sobre el mismo particular, Michel Maffesoli escribió Elogio de la razón sensible. En Vers une sobriété heureuse, Patrick Viveret se pronunció a favor de una sobriedad feliz, basada en el acuerdo entre la razón mental y la inteligencia del corazón. Adela Cortina escribió Ética de la razón cordial, y el brasileño Muniz Sodré ha abordado el tema en varias de sus obras.
El concepto se comprende mejor si pensamos que los humanos no somos simplemente animales racionales, sino más bien mamíferos racionales. Hace más de 200 millones de años, cuando surgieron los mamíferos, nació también el cerebro límbico, responsable del afecto, el cuidado y la “amorizaciónˮ. La madre concibe y carga dentro de sí a la cría, y una vez que nace la rodea de cuidados y de caricias. No fue sino en los últimos cinco o seis millones de años cuando surgió el neocórtex cerebral, y hace tan solo 200 mil años lo hizo el tipo de cerebro que tenemos hoy y que se expresa por medio de la razón abstracta, la conceptualización y el lenguaje racional.
En la actualidad, el gran desafío radica en dotar de centralidad a lo que hay de más ancestral en nosotros: el afecto y la sensibilidad, cuya mayor expresión se encuentra en el corazón. Para decirlo con claridad, lo que importa es rescatar al corazón y sus derechos, tan válidos como los derechos de la razón, de la voluntad, de la inteligencia y de la libido.
En el corazón está nuestro centro, nuestra capacidad de sentir profundamente; en él se encuentran también la sed de amor y el nicho de los valores.
Nuestra intención dista mucho de dejar de lado a la razón, pues nos es imprescindible para discernir y para priorizar los afectos sin sustituirlos. Si no aprendemos a sentir a la Tierra como Gaia, si no la amamos como amamos a nuestra madre, y si no la cuidamos como cuidamos a nuestros hijos e hijas, difícilmente la salvaremos.
Sin la sensibilidad, la operación de la tecnociencia será insuficiente. Pero una ciencia con conciencia y con sentido ético puede encontrar salidas liberadoras para nuestra crisis. Por eso es importante reinventar al ser humano integral, en el que se conjuntan cabeza y corazón, sentimiento y razón, música y trabajo, poesía y técnica.
El objetivo de nuestro texto es invitar a las personas a que aprendan a sentir y a unir la razón, generalmente fría y calculadora, con el afecto, cálido e irradiador. De esta amalgama nacerá, casi espontáneamente, nuestro deseo de cuidar todo lo que está vivo y es frágil e importante para la vida humana y la existencia en el planeta Tierra.
El corazón posee sus propios derechos y su propia lógica. No ve tan claro como la razón, pero su mirada es más profunda y certera. Conocemos mejor cuando amamos. Y amamos más intensamente cuando nuestro conocimiento es más lúcido y menos prejuiciado.
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