–Qué horror –exclamó Bethany, sin poder disimular su emoción–. ¿Su sobrina va a vivir con usted?
–Yo soy el único pariente que tiene en el mundo y pienso cuidarla lo mejor posible.
La niña, con los carrillos llenos de plátano era la viva imagen de la felicidad. Además de alguna mancha verde en el babero, estaba muy limpia, con un vestido rosa adornado con ositos y un lacito rosa en el pelo.
Estaba en mejores condiciones que su tío, desde luego, pensaba Bethany. Nicholas parecía haberse puesto lo primero que había encontrado aquella mañana y no había tenido tiempo de afeitarse. La sombra de la barba marcaba su mandíbula cuadrada, dándole un aspecto de pirata tan atractivo que Bethany tenía que disimular su admiración. Una admiración mezclada con el deseo de ayudar a aquel hombre que parecía no saber qué hacer con una niña de diez meses.
Bethany había ido allí con un solo propósito: convencerlo de que la dejara escribir un artículo sobre la casa de muñecas de su familia. Pero, ¿cómo podía decirle aquello cuando él acababa de descubrirle una tragedia personal de tal magnitud?
–Creo que debería marcharme –insistió ella–. Podemos hacer la entrevista en otro momento.
–Maldita sea, no tiene por qué sentir pena por mí –exclamó él de repente, dejándola helada–. Me las arreglaré, no se preocupe. Sólo tengo que acostumbrarme –añadió, intentando controlar su temperamento–. Cuando usted ha entrado aquí, portándose con naturalidad, ha sido como un soplo de aire fresco. Al menos quédese para tomar una taza de café. Usted misma ha dicho que lo mejor es hacer otras cosas para que Maree se sienta independiente.
–De acuerdo, una taza de café –sonrió Bethany.
–¿Cómo le gusta?
–Solo y con una cucharada de azúcar –contestó ella, sentándose en un taburete frente a la encimera, que estaba llena de platos y vasos de la noche anterior. Bethany sonrió, imaginando que él ni siquiera habría desayunado.
–¿Qué? –preguntó él al verla sonreír.
–No me extraña que esté tan cansado si no ha desayunado.
–No tengo tiempo de nada últimamente.
–Si quiere, puedo prepararle una tortilla –dijo ella, sorprendiéndose a sí misma.
–Pues…, si no le importa, me encantaría. Mientras tanto, yo limpiaré un poco esto –dijo él. Bethany empezó a preparar el desayuno con aprensión. No sabía por qué se estaba tomando tanto interés y no debía engañarse a sí misma sintiendo compasión por aquel hombre. O quizá simplemente estaba retrasando el momento de decirle la verdadera razón de su visita. Pero, fuera cual fuera la razón, era demasiado tarde. Mientras batía los huevos, Nicholas colocaba los platos en el lavavajillas, echando un vistazo de vez en cuando sobre la pequeña–. Me parece que no estaba equivocado –sonrió él, cuando unos minutos más tarde Bethany puso sobre la mesa una tortilla de aspecto excelente–. Si además de saber cómo tratar a los niños sabe cocinar, es usted un hada madrina.
–Gracias.
Un perverso orgullo impidió a Bethany explicar que lo único que sabía cocinar eran tortillas. Su hermano Sam la llamaba «la maga de la cocina» porque nadie sabía nunca lo que iba a salir de sus ensayos culinarios y, casi siempre, lo que salía era algo quemado. Para desafiar las bromas de sus hermanos, se había especializado en tortillas y podía hacerlas de todas clases. Servida con una ensalada, su tortilla de queso podría pasar cualquier prueba.
Y estaba pasándola en aquel momento, mientras Nicholas se comía con apetito los cuatro huevos, sin miedo aparente al colesterol.
–Está buenísima –dijo el hombre, entre bocado y bocado.
Bethany se colocó un paño sobre el hombro y tomó a Maree en brazos para hacer que eructara. Siete eructitos más tarde, puso a la niña en brazos de su tío.
–Los dos tienen aspecto de haber comido bien –sonrió.
–Yo diría que hemos tenido suerte de encontrar un hada madrina, ¿verdad, Maree? –preguntó él, jugando con la cría sobre sus rodillas. La niña reía encantada–. ¿Lo ve? La experta en hadas madrinas está de acuerdo conmigo.
Bethany sintió en ese momento una punzada en el corazón. La imagen de aquel hombre apretando a la niña contra su fuerte pecho desnudo era demasiado dolorosa para ella y tuvo que darse la vuelta.
–Si no le importa, voy a hacer un poco más de café.
El simple acto de preparar el café y buscar las tazas la tranquilizó y, cuando se volvía para preguntarle a Nicholas cómo quería el suyo, sus manos habían dejado de temblar.
Pero no debería haberse preocupado, porque en los minutos que había tardado en hacerlo, los dos, la niña y el hombre que la sujetaba contra su pecho se habían quedado dormidos.
Capítulo 2
VAYA –susurró Bethany, apoyándose sobre la encimera. Era una imagen tan encantadora que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Pero la niña no era lo único que la emocionaba, tenía que admitir mientras tomaba su café. Nicholas Frakes también ejercía un extraño efecto sobre sus emociones. Cuando había planeado aquella entrevista, no se había imaginado que el hombre al que iba a entrevistar exudaría tal magnetismo animal. Era tan… tan masculino.
En la superficie era todo lo que ella odiaba en un hombre: físicamente imponente, lo que la hacía sentir pequeña y vulnerable; desordenado, cuando a ella le gustaba tener cada cosa en su sitio. Y tan atractivo que podía ser candidato al título de Mister Universo.
Aunque era cierto que Nicholas tenía algunas cualidades que lo redimían. No todos los hombres habrían aceptado la responsabilidad de adoptar a una niña tan pequeña ni se habrían empeñado en cuidarla personalmente. Pero seguía siendo demasiado grande y demasiado desordenado para su gusto y estar a su lado le hacía desear hacer cosas absurdas como cocinar y cuidar de su hija.
¿Qué le estaba pasando?, se preguntaba, sacudiendo la cabeza. Haberse encontrado con Nicholas Frakes cuidando de una niña era algo que no esperaba y había distorsionado su percepción de las cosas. Y también le estaba haciendo olvidar que él había aceptado la entrevista porque no sabía cuál era el tema en el que ella estaba interesada. Nicholas creía que La Casita Del Niño era una revista sobre niños y, cuando se enterase que, en realidad, era para fanáticos de las casas de muñecas, probablemente la echaría de su casa con cajas destempladas.
Aquel pensamiento fue suficiente para que volviera a recuperar la cordura. Hacerle la entrevista a Nicholas sería imposible hasta que él se despertara, así que podría echar una mano mientras tanto. Incluso podría beneficiarla si él decidía echarla de su casa, pensaba mientras se disponía a fregar los platos. Cuando buscaba el cubo de la basura se encontró con dos cestas llenas de ropa sucia y suspiró.
Afortunadamente, no tuvo problema para encontrar el detergente y poner la lavadora. Pero tendría que ponerla tres veces, pensaba mirando en las cestas. ¿Aquel hombre tan famoso no tenía a nadie que limpiara la casa por él?, se preguntaba. ¿O estaría esperando que lo hiciera la modelo con la que vivía un tórrido romance?
Quizá ella era quien lo había convencido de que adoptase a Maree. Quizá le estaba dando a él todo el crédito, pero podría haber sido idea de su novia.
Como para probar su teoría, Bethany encontró una blusa de seda en el fondo de una de las cestas. Tenía que ser de la modelo, que debía estar haciendo una sesión fotográfica en alguna parte, pensaba Bethany, maldiciendo en voz baja por haber sido tan ingenua. Si hubiera usado la cabeza desde el principio, se habría dado cuenta de que un hombre no se acuesta entre sábanas de seda negra si va a dormir solo, reflexionaba mientras cerraba la lavadora de un portazo.