A decir verdad, el propósito que me llevó (en 1940) a «profesar» en la orden histórica, para mí hasta entonces marginal, fue el sugerir algún procedimiento de unir a los españoles que no consistiese en coserlos a puñaladas, en lanzarlos a la guerra «cibdadana», según decía en el siglo XV don Alonso de Cartagena. Mas ¿cómo crear convivencias sin bucear hasta el fondo en la razón de haber sido la vida secular de los españoles radicalmente inconvivible?17.
En este contexto, estando en California en los primeros meses de 1967, no debió de dar crédito al abrir un día la revista barcelonesa Destino y encontrarse que un periodista católico, José Jiménez Lozano, lo citaba haciendo suyas sus tesis en un artículo titulado «Dos catolicismos diferentes». Así se lo dijo a Marcel Bataillon18. La sorpresa irá a más: en mayo, le llega la noticia, a través de Jorge Guillén, de que este mismo periodista ha escrito un libro entero basado en su obra:
Aquí tengo un librito, modesto y animoso, Meditación española sobre la libertad religiosa, de un paisano mío, más aggiornato que Maritain, cuyo prudente Paysan de la Garonne acabo de leer. José Jiménez Lozano no solo le cita a usted muchas veces. Es que su visión de la historia religiosa española tiene dentro, ya asimilada, la visión de usted19.
En cuanto Castro llega a Madrid en julio de ese año, compra esta obra de Jiménez Lozano y la lee con tanto asombro como entusiasmo, según sabemos por la carta que le expide inmediatamente al autor el 24 de julio20. No era para menos. Jorge Guillén había acertado en su juicio: un intelectual católico español abrazaba el armazón teórico de su producción historiográfica para reflexionar sobre la intolerancia religiosa en España. Con independencia de criterio e indiscutible valentía, Meditación española sobre la libertad religiosa buceaba en la llamada «Edad conflictiva» para explicarse el siglo XX. Partiendo de las tesis de Castro sobre historia de España, ponía de manifiesto la necesidad de devolver al sentimiento religioso español su originalidad y esa dimensión de generador de libertad —nunca de ejercicio arbitrario del poder o constricción de la conciencia— que a la vez tiene como base el respeto y defensa de la libertad humana:
La imbricación de nuestro sentimiento religioso con sentimientos de toda clase: patrióticos, sociales y hasta económicos creo que necesita este deslinde y explicación de los que este libro es solo un apunte o esbozo. Pero esta necesidad era sobre todo urgente ahora en esta circunstancia en la que un tema como la libertad religiosa ha levantado toda una llamarada de pasiones en cristianos sinceros, sin duda alguna, pero no suficientemente avisados de su propia contextura mental y sentimental que no les permite ver que la libertad humana, de la que la libertad religiosa es solamente la expresión más profunda, es el principio básico del cristianismo y su gran fermento en el universo pagano de opresiones y tabúes que asfixiaban el espíritu humano hasta la venida de Cristo21.
José Jiménez Lozano (nacido en 1930) era un cristiano «de chaqueta», expresión que usaban los franceses para señalar su carácter de laico cristiano. No fue nunca un intelectual católico al uso, si con esto se quiere aplicar una etiqueta-tópico (o, casi mejor, un mero prejuicio) que lo encasilla demasiado y habría que usar con suma cautela. Para lo que ahora nos importa, baste decir que el título de uno de sus primeros libros (Un cristiano en rebeldía22) y el de su sección en el semanario Destino («Cartas de un cristiano impaciente») dan un poco la medida de su inquietud religiosa, según ha recordado ya más de un crítico23. Si el título del primer libro señalaba el carácter de cuestionamiento y crítica sobre un estado de la cristiandad hispánica, el elegido para la sección de la revista catalana le hermanaba con su admirado poeta francés Charles Péguy, del que recogía la frase, tal y como ha señalado Joseba Louzao24. De esta manera, se situaba en gran medida —y seguirá siendo así durante el resto de su vida— como un outsider, o, mejor, como un pensador libre, resistente a los encasillamientos25. Entre los intelectuales católicos del tardofranquismo (Laín, Tovar, Marías, Aranguren…), se ha dicho que parece «un francotirador sin retaguardia que lo arrope»26. Si es verdad que no se vinculó a ninguna escuela o grupo, su pensamiento se perfila, su sensibilidad se conforma y sus creencias se personalizan en diálogo con autores y escritores que le sirven para agudizar sus meditaciones y relatos. Este epistolario es ejemplo paradigmático del influjo de Américo Castro en su pensamiento y en la revisión del sentir religioso de los españoles. En otras palabras, evidencia un ejercicio de diálogo que se apoyó en el encuentro personal para profundizar en los hallazgos y confluencias. «[Jiménez Lozano] no es un escritor cómodo —apuntaba Martín Descalzo en prólogo de Un cristiano en rebeldía— leyéndole, uno siente que toda el alma se le pone en pie»27.
A este respecto, la crítica ha especulado sobre el significado de que Cinco horas con Mario esté dedicado precisamente a Jiménez Lozano. Parece seguro que Miguel Delibes, su mentor literario y su jefe en el periódico vallisoletano El Norte de Castilla, se inspiró en su amigo para más de un rasgo del difunto protagonista de su novela, en el que también hay mucho del propio autor y no poca imaginación. Así se lo confiesa Delibes a su editor, Josep Vergés, en una carta del 7 de agosto de 1966: «Comoquiera que Mario responde en ciertos aspectos al carácter y trayectoria de Jiménez Lozano, he decidido dedicarle el libro; [pon] simplemente: a JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO»28. Y también a Javier Goñi en una entrevista:
No eres el único, no, que se fija en la coincidencia de las iniciales de mi nombre y apellido con las de Mario Díez, el protagonista de la novela, pero Mario tiene más de Jiménez Lozano…, sí, efectivamente, es a él a quien dedico la novela…, de él, de Pepe, creo que tiene los principios, y de mí, la superficialidad, que esas teorías son muy hermosas, pero a la hora de la verdad Mario era un intelectual poco riguroso, por lo que no cabe buscar un paralelismo ajustado entre él y Jiménez Lozano, al que, como sabes, le tengo puesto en un pedestal y cuya categoría intelectual no puede ser comparada con la de Mario… ¿las anécdotas?, muchas de ellas son mías29.
Hay que darle la razón a Ramón Buckley cuando asegura que Cinco horas con Mario «no es una novela sobre el concilio [Vaticano II], pero sí sobre el impacto que tuvo el concilio en la sociedad española y, más concretamente, en el seno de una familia burguesa de Valladolid»30. Pero todo contemplado —habría que agregar— desde una perspectiva como la del Jiménez Lozano que había cubierto momentos culminantes del concilio para El Norte de Castilla y Destino, y que, ya en 1965, ha terminado Meditación española sobre la libertad religiosa. En efecto, cuando Carmen, ante el cadáver de su marido, proclama que prefiere «la muerte» antes de «rozarse con un judío o un protestante», o cuando Carmen reivindica la Inquisición («¿Es que también era mala la Inquisición, botarate? Con la mano en el corazón, ¿es que no crees que una poquita de Inquisición no nos vendría al pelo en las presentes circunstancias», llega a decirle), parece como si Delibes estuviera novelando páginas de Jiménez Lozano sobre la concepción castiza del cristianismo español31. Meditación española sobre la libertad religiosa, que, en un principio, su autor pensaba darlo a la luz en la editorial Nova Terra, le entusiasmó tanto a Delibes que le recomendó a Josep Vergés que lo publicara él en Destino y sin demora32. En verdad, los libros de estos dos amigos castellanos periodistas de El Norte de Castilla, Meditación española sobre la libertad religiosa y Cinco horas con Mario, publicados el mismo año (1966) y en la misma editorial (Destino), en las colecciones La Espiga y Áncora y Delfín, se iluminan mutuamente. Así pareció entenderlo también Elisa Lamas, quien visitó a los dos periodistas de El Norte de Castilla a principios de 1967 y escribió una crónica de la conversación mantenida que giró en torno dichas publicaciones. La periodista se alegraba de que existiese un grupo tan vivo en una ciudad como Valladolid y describió a Jiménez Lozano en expresivos términos:
A todo esto, miro a José Jiménez Lozano, que me tiene intrigada. No sé bien el motivo, pero me parece un personaje