Un cambio imprevisto. Eugenia Casanova. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eugenia Casanova
Издательство: Bookwire
Серия: HQÑ
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413752983
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La mujer estuvo ojeando las revistas y varios libros de bolsillo hasta que se decidió por algunos. Compró también aperitivos y un paquete de pañuelos de papel. Cuando depositó su cargamento sobre el mostrador preguntó:

      —¿Tiene también unos auriculares y un cargador para el móvil? —Nieves le dio lo que pedía, la mujer pagó su cuenta y se marchó.

      —¿Y cargadores para el ordenador? —preguntó Valentín—. Me he dejado el mío en Madrid y se me ha acabado la batería.

      —Vender no vendo, pero mi hijo es informático y tiene varios portátiles. Si hay alguno que le vaya no tendrá inconveniente en dejárselo, además, uno de estos días ha de ir a Jaca y si usted quiere le puede traer uno.

      —Pues sí, se lo agradecería. Me decía usted que, lo que mal empieza, mal acaba, y que los padres no debieron casarse —el escritor retomó el tema que le interesaba.

      —Sí, señor. Resulta que, Juan, el padre, era novio de Amelia, la hermana de la madre; pero un buen día, pues que se encaprichó de Lucía, la madre, y ella se enamoró de él, que por cierto tenía muy buena planta. El caso es que Lucía se quedó embarazada. Amelia se pescó el gran berrinche, renegó de su hermana y se fue a vivir a Barcelona. Resumiendo, un drama. El padre de ellas, que se oponía al matrimonio, sufrió un ataque y murió, y Juan y Lucía se casaron.

      En este punto entró en el comercio un grupo numeroso de jóvenes montañeros, y como no cabían todos, porque el espacio era pequeño, otro grupo quedó en la calle esperando su turno. Viendo que había pocas posibilidades de continuar la conversación, Nieves le sacó de la trastienda un cargador para que lo probara en el ordenador y quedaron en continuar charlando en otro momento. Él abandonó el lugar y regresó en la bicicleta hasta la casa. Poco antes de llegar se cruzó con una mujer que pedaleaba en dirección opuesta. Reconoció en ella a la que entró en el bazar de Nieves poco antes que el grupo de turistas. No la había visto en su vida, y aquella tarde, en poco tiempo, habían coincidido dos veces, y en ambas ocasiones le había mirado con fijeza. ¿Quién sería aquella mujer? ¿Otra admiradora como Nieves? ¿O sería una de esas obsesivas tipo Misery? Eso sería lo único que le faltaba, como si su vida no fuese ya bastante deprimente. Empezó a inquietarse, pensó que se estaba volviendo paranoico, no todo el mundo tenía que ser malo ni desear hacerle daño. Tomó una inspiración profunda para tranquilizarse; lo más probable era que fuese una simple turista que no le conociera, y su encuentro una coincidencia.

      El atardecer era fresco y sereno e invitaba a disfrutar de la belleza del entorno, de la majestuosidad sobrecogedora de los Pirineos, del verdor de la tierra, de la pureza del aire y de la paz inmensa que reinaba sobre todo. Estuvo caminando. Sin pensar. O al menos lo intentó, necesitaba que su espíritu empezara a recomponerse, retomar de nuevo su vida, pero no sabía cómo. Al cabo de un rato, más sereno, regresó a la casa y llamó a Marina.

      Su exmujer andaba atareada aquella noche y cuando vio en el teléfono la llamada no pudo reprimir un gesto de fastidio. Tenía prisa y pensó en no contestar, pero cambió de opinión. El pobre Valen estaba tan solo. Últimamente le había llamado varias veces para pedirle perdón. Por lo visto sentía la necesidad de redimirse. Era cierto que se portó como un canalla. Pero, a pesar de todo, le inspiraba cierta compasión. A ella y a sus hijos les había ido mejor sin él, pero él no conseguía salir del agujero en el que se había metido. Contestaría, aunque solo fuese para decirle que la llamara en otro momento. Tanto arrepentimiento también resultaba fastidioso. Pero había decidido no sentirse responsable de la situación de su exmarido. Al fin y al cabo, estaba cosechando lo que había sembrado.

      —Buenas noches, Valen, ¿qué te pasa ahora?

      —Solo quería pedirte perdón.

      —Ya. Hablamos en otro momento, ¿vale? Ahora me tengo que ir.

      —Estoy en los Pirineos, en la casa de Javi.

      —Muy bien. Disfruta, creo que aquello es precioso. Valen, te tengo que dejar, me están esperando.

      —¿Los chicos están bien?

      —Sí, ahora tengo que colgar. Cuídate.

      Marina cortó la comunicación, dio un suspiro y se volvió hacia el hombre que la esperaba.

      —Era Valen. Dice que está bien.

      —Me alegro —dijo Javi—. Y tú estás muy guapa esta noche.

      —Gracias. Y tú tan amable como siempre

      Capítulo 4

      El bazar de Nieves rebosaba de turistas que regresaban a su lugar de origen, comprando souvenirs, cuando entró Valentín con intención de retomar la conversación que habían dejado a medias el día anterior. Pero no estaba ella tras el mostrador, sino su marido, Maximino, hombre de pocas palabras que le informó de que su mujer llegaba más tarde. Decidió hacer tiempo, compró el periódico del día y fue a desayunar a una cafetería. La mujer de la tarde anterior también estaba tomando café allí. ¿Otra coincidencia? Pensó incómodo. Se miraron un instante, hasta que el escritor bajó la mirada e intentó centrarse en la lectura del diario sin conseguirlo, aunque la observaba de vez en cuando con disimulo. Morena, corriente, ¿cuántos años tendría? No era vieja ni muy joven, él era muy malo calculando la edad de las mujeres, casi nunca acertaba; Olga, por ejemplo, le pareció más joven cuando la conoció. Una zorra, el peor error de su vida, no se explicaba cómo Héctor se pudo enamorar de ella. Aunque en descarga del muchacho debía reconocer que aquella chica era muy lista, que tenía un físico espectacular, que rezumaba sensualidad y que sabía manejar a los hombres; a él mismo también le volvió loco. Dobló el periódico, pagó su consumición y abandonó el local. Vio a Nieves acercarse desde el otro extremo de la calle llevando una bolsa en cada mano, se acercó a ella y la ayudó con su carga.

      —Buenos días, Nieves, permítame que le ayude. La estaba esperando.

      —Buenos días, don Valentín, aquí traigo todos sus libros para que me los firme, si no le parece mal.

      —Claro que no, será un honor, no creo que tenga muchos seguidores como usted —contestó el escritor entre halagado y divertido.

      —No es por hacerle la pelota, don Valentín, pero usted escribe muy bien. Todos sus libros son muy buenos. A mí me gustan mucho.

      —¿Todos? ¿Hasta los dos últimos?

      —Pues la verdad, voy a serle sincera, cuando los leí me quedé un poco decepcionada. Pero cuando meses después los volví a leer los disfruté. Yo creo que es una cuestión de expectativas, los otros me habían gustado tanto que estos últimos, por comparación, salían perdiendo.

      —Nadie me había dicho que son malos con tanta elegancia. Gracias, Nieves.

      —Yo, para mí, que no estaba usted en un buen momento, don Valentín.

      —Es usted muy perspicaz. —Y para no continuar profundizando cambió de tema—: Y olvídese del don Valentín, por favor, mis amigos me llaman Valen y me tutean. Quisiera que fuésemos amigos. Me ronda una idea por la cabeza y me gustaría poner tu nombre en los agradecimientos de mi próxima novela.

      —Cuenta conmigo, Valen —respondió ella entusiasmada.

      Entraron en la tienda y Maximino se marchó. La mujer hizo pasar al escritor a la trastienda y le invitó a sentarse en la mesa camilla. Valentín tomó asiento y abrió uno de los libros con la intención de dedicarlo y firmarlo.

      —Deja eso para después. Esto no tardará en llenarse de gente y no podremos hablar. Ayer no pude terminar de contarte lo del asesinato. Ya te dije que fue la niña quien mató a su padre. ¡Pobre criatura! En el pueblo sospechábamos que él debía de zurrar a Lucía, pues a pesar de que ella vestía siempre con pantalón y manga larga, la cara se la veíamos marcada. Claro que esas cosas no se cuentan, y ella siempre decía que se había dado un golpe. Por lo visto, la hija había intentado otras veces evitar que el padre pegara a la madre, y lo único que conseguía era llevarse buenos