Olivia se quedó paralizada un momento, tratando de recuperar el aliento. Él la adelantó y salió del despacho sin esperarla. Parpadeando, ella lo siguió.
Tarek llegó hasta el ala donde estaban sus aposentos, mientras ella lo seguía obedientemente. Abrió la puerta de su suite de par en par.
Olivia había estado en muchos palacios durante su reinado. Pero todos palidecían ante el esplendor del palacio de Tahar. Los aposentos del sultán eran enormes y suntuosos.
El baño no estaba apartado del dormitorio. Una gigantesca bañera y varios espejos podían verse desde donde ella estaba en la puerta.
–No me extraña que no pudieras encontrar una cuchilla de afeitar. Aquí cabría todo un ejército.
–Solo uno pequeño – puntualizó él.
–Supongo que tienes razón – repuso ella con una sonrisa–. Bien, si yo fuera una cuchilla de afeitar, me escondería en un cajón – indicó, y lo miró, esperando encontrar una muestra de humor. Pero él seguía serio como una roca.
Meneando la cabeza, Olivia se adentró en la sala y se dirigió al lavabo. Se agachó y, en uno de los cajones, encontró un neceser con un equipo completo de afeitado.
–Lo tengo – dijo ella, sacó el neceser de cuero y lo colocó sobre la encimera de azulejos.
Cuando, acto seguido, Tarek se quitó la camisa, Olivia se quedó allí parada con los ojos muy abiertos. Estaba cautivada. Por su fuerza. Por sus músculos. Por su piel dorada cubierta de vello oscuro. Y por el halo de fuerza y ferocidad que irradiaba su cuerpo.
Él avanzó con la agilidad de un depredador.
Ella era su presa, se dijo Olivia. No podía correr. No podía esconderse. Así que esperó.
Sin embargo, se recordó a sí misma que debía mantener el control. Respiró hondo.
–¿Era necesario que te desnudaras?
–Sí – afirmó él, arqueando una ceja. Sin decir nada más, sacó el contenido del neceser.
Olivia contempló fascinada sus movimientos, directos, capaces y llenos de armonía. Para ser un hombre tan grande, tenía la agilidad de un felino. Y manejaba la cuchilla con la precisión de un arma.
No tenía por qué quedarse allí para presenciar cómo se acicalaba, se dijo ella. Pero no fue capaz de apartar la mirada. Tampoco él se lo pidió.
Era una sensación muy extraña, sentirse clavada al suelo, incapaz de centrar la atención en nada que no fuera el hombre que tenía delante.
¿Era tan fácil apegarse a alguien cuando se había pasado tanto tiempo aislada?
Olivia sintió un nudo repentino en la garganta al pensar en su casa vacía de la infancia. Para escapar a ese tipo de soledad, siempre había luchado por encontrar amigos, buscarse un lugar en el mundo, tener un marido. Sin embargo, no había servido de nada, porque había terminado de nuevo sola. En un palacio, en vez de un ático neoyorquino, pero sola.
Allí, tenía a Tarek. Tenía un objetivo. Una tabla a la que aferrarse en el océano, mientras que antes había flotado a la deriva.
Tarek abrió el grifo, tomó agua con las manos y se salpicó la cara. Las gotas le cayeron por el cuello, por el pecho. De pronto, ella tuvo sed. Mucha sed.
Hipnotizada, se quedó viendo cómo se pasaba la cuchilla con la misma maestría con que le había visto sujetar la espada.
Si le había resultado imponente con barba, la cara que se escondía debajo era impresionante. Era una belleza fiera como el desierto. Dura, ruda. Desde su nariz afilada a sus labios sensuales. Sin la competencia de la barba, las cejas parecían más fuertes, más oscuras y hacían que sus ojos negros resultaran más poderosos e irresistibles.
¿Cómo había podido pensar que no era atractivo?, se preguntó a sí misma. Habían cambiado demasiadas cosas desde la primera vez que lo había visto hasta el momento en que lo había sorprendido de noche, en el pasillo, desnudo.
Cuando el sultán hubo terminado, se aclaró la espuma que le quedaba. Se enderezó y la miró.
Era como si estuviera delante de un hombre diferente, pensó Olivia. A excepción de aquellos ojos inconfundibles.
Tenía el pelo moreno mojado, suelto sobre los hombros. Iba a tener que cortárselo también, se dijo.
Olivia se acercó, mientras él la esperaba quieto como una roca. A ella le latía el corazón tan fuerte que apenas podía oír nada más. Titubeó un momento, pensando que tal vez fuera mejor contenerse. Pero ¿por qué? No había motivo para reprimir la atracción que experimentaba.
Quizá era porque hacía mucho tiempo que no había estado con un hombre. O porque se sentía sola. Aunque las razones no importaban. Su misión era casarse con él, después de todo.
La química era una poderosa razón para el matrimonio, se dijo.
Lo miró, intentando adivinar sus pensamientos. Pero no vio en sus ojos nada más que un abismo insondable. Aun así, como un niño atraído por un pozo sin fondo, continuó avanzando hacia él.
El sultán olía a limpio y a jabón. Incluso algo tan sencillo como eso le resultó a Olivia irresistible.
Sin embargo, Tarek era un extraño. Había esperado dos meses para darle a Marcus su primer beso y había esperado a tener un anillo de compromiso antes de entregarle su cuerpo.
Pero la fuerza irresistible que la empujaba a seguir avanzando era demasiado poderosa.
Tarek era un hombre y ella era una mujer. Punto.
Alargó el brazo y le rozó la mandíbula con la punta de un dedo. Su piel era suave como el terciopelo. Notó que él se tensaba bajo su contacto.
–Estás muy bien así – comentó ella, acercándose todavía un poco más.
Con el corazón latiéndole a toda velocidad y los pezones endurecidos, posó la palma de la mano en el pecho desnudo de él. Estaba muy caliente. Y muy duro. Bajó despacio, acariciándole los abdominales.
Atravesándola con ojos de fuego, el sultán le dio un empujón.
–¿Qué estás haciendo, mujer?
De pronto, esa misma pregunta la sofocó. ¿Qué estaba haciendo? Apenas conocía a ese hombre, se repitió, avergonzada.
Pero ¿por qué debía avergonzarse? Estaba cansada de renunciar siempre a sus deseos. Pocas veces había tenido tantas ganas de hacer algo como en ese momento. Ansiaba tocarlo, saborearlo. Y era una suerte sentir eso hacia el hombre con quien debía casarse.
–Te estaba tocando – repuso ella, sin amedrentarse–. ¿Tanto te sorprende?
–¿Para qué?
–Porque quería tocarte.
–No lo hagas.
–Si nos casamos, eso sería un problema.
–Si nos casamos, veremos qué hacemos entonces.
–Oh, no lo creo. Es mejor que tratemos con esa clase de cosas ahora – afirmó ella, y tragó saliva–. Yo espero que el nuestro sea un matrimonio real.
–No creo que pudiera ser falso – señaló él, y recogió su camisa del suelo para ponérsela–. Tendría que ser legal, por supuesto.
–El papeleo no es lo único a tener en cuenta. Tienes que interactuar con la persona con la que te casas. La química y la compatibilidad sexual son importantes.
–Si es importante para ti y yo decido que el matrimonio entre nosotros es la mejor opción, entonces me aseguraré de satisfacer tus necesidades.
Sus palabras sonaban tan desapasionadas que ella no supo cómo responder. Tarek hablaba como si no fuera algo importante para él. Sin embargo, según la