A esta preciosa nómina de jóvenes poetas se une hoy Jesús Torres Beato y yo me alegro de estar escribiendo este prólogo para celebrarlo. La poesía de Jesús requiere —como todas— de un masticar lento y una buena digestión. Sus imágenes (acumulativas, expresionistas, rebosantes de color y significado) son una magnífica carta de presentación que, como migas de pan abandonadas en el camino, marcan ese rumbo poético que Jesús ya empieza a trazar. Es sabido que todo primer libro deja entrever las mimbres que van haciendo al poeta —y eso es bueno, porque demuestra la hondura de sus lecturas y su asimilación—, pero al mismo tiempo debe estar ya presente en estos primeros poemas el despuntar de una voz propia, esa chispa personal, ese síntoma de identidad lírica que le propiciará al autor un hueco entre los poetas (y los lectores) de su generación. En este sentido, la voz de Jesús —deudora de grandes como Octavio Paz o Juan Carlos Mestre entre otros— sabe elevarse nítida a lo largo del poemario y deja señales de una frescura inusual en el discurso y una luminosidad especial en las imágenes. Más allá de eso cabe señalar el virtuoso manejo del ritmo que define a Jesús. No es sencillo —a una edad poéticamente temprana— aventurarse en poemas narrativos más o menos largos, sin que el armazón se venga al suelo. Jesús lo consigue con prodigiosa facilidad y ordena los elementos del poema para que asciendan siempre en la dirección correcta. Es decir, el poeta sabe a dónde nos quiere llevar y el tipo de emociones que busca generar en el lector. Eso no es poca cosa.
Nos encontramos por otro lado ante un libro compacto, sin fisuras, algo que denota dos virtudes no muy corrientes en un poeta primerizo: la paciencia y la pulcritud. Se pueden advertir en el ordenamiento y, sobre todo, en el tono macerado de los poemas que Jesús ha trabajado el libro durante largos años hasta entregar a la imprenta el fruto exacto de su esfuerzo. El abecedario de la golondrina no es una colección de poemas más o menos cohesionada, sino un libro que se sabe libro y por eso mismo se le ofrece al lector en bloque, sin pausas ni compartimentos estancos.
Me gustaría, para terminar, salirme de lo estrictamente poético y recordar al jovencísimo chaval que hace años, después de una lectura de poemas que realicé en Marbella, se acercó a la mesa y se presentó. Se llamaba Jesús, era un poco tímido, muy amable y quería ser poeta. Tenía una mirada limpia y honesta, y al instante supe que no iba de farol. Pues bien, Jesús, ya estás aquí. Este libro te da el pistoletazo de salida. Tus lectores celebramos desde hoy la fiesta de tu poesía. Las páginas que vienen a continuación dan buena cuenta de ello. Que tu golondrina, como aquellas de Bécquer, tenga un vuelo lejano y fructífero, pero lento, sin prisas, que requiere la poesía aves de vuelo pausado.
Alejandro Pedregosa
ESO DIGO YO
¿Y para cuándo
Juegos Olímpicos
a la lluvia,
a dos llamitas de fuego solitarias
o al viento?
¿Cuándo darán el Premio Cervantes a un punto de sol
que, alegre,
da chispeantes taconazos en la plazuela
y baila desgarrando su alma diminuta
ante el público ciego?
¿Cuándo quedaremos tú y yo a tomar café con leche con el viento?
«Inmóvil en la luz, pero danzante».
Octavio Paz
LA PALABRA
He dejado por todos los ríos y los trenes
instantes de mi vida a la palabra.
La palabra.
La que sabe a antiguo y la moderna;
la que tiene forma rectangular y la redonda;
la transparente;
la que paseaba en una diligencia,
aspa de luz, bahía de mis sueños,
y ahora se pierde en los aviones,
los trenes, el jazz o tu cuerpo.
Gas, relámpago,
explosión en dos mundos divididos.
Es mi sangre
la palabra,
la que brota en el jardín soleado tras el primer bostezo del día
(ayer vi una brizna de hierba llamada oportunidad…).
Astro errante, camino;
la que sueña tu sueño en las llamas verdes del silencio;
la que nace en el viento de mi pensamiento.
Niebla, flor de nubes,
frescor de melodía.
Es trigo
la palabra.
La letra A cae de mi lengua al suelo y crea agua.
La letra M rebota en las esquinas y es ya un pájaro.
La letra O cae hacia arriba y es un sol amarillo y diminuto
la palabra.
Ábreme una palabra con forma de cerveza.
Estoy saboreando la espuma en mis oídos.
Colorea una taza de violeta al pronunciar la palabra violeta,
que la nube que cruza en mitad del cielo sienta tu mirada.
Atraviesa la palabra tiempo con un cúter y escucha atentamente
su crujido.
Estrella rota en la noche,
galeón a la deriva,
pinta las calles color de ánimo,
color de día alegre para muchacha triste.
Pero vamos,
habla
o se seca la palabra.
Di cóndor, di hoguera o profecía,
dile puta o Virginia.
Abre tu camisa,
hola, soy médico:
con un relámpago de sílabas invisibles despertarás de tu infarto.
Tras haber sido pronunciadas,
las palabras
desaparecen como pompas en el aire:
redondas, inquietas, infantiles.
En la radio de mi corazón suena un himno: You’ll never walk alone.
Palabra.
«En la torre amarilla, dobla una campana».
Federico García Lorca
CAMPANAS
Se ha marchado: el reflejo de una cometa en un charco.
Camino cabizbajo por la acera,
sin destino pero con perfume,
entre semáforos como burdeles.
El altavoz repite: llega el afilador.
Y mi aliento: atrapado en lanzas sucias
con punta de madera carcomida.
Sueño