El miedo es el sentimiento más arcaico. Incluso en los organismos primitivos existen dos movimientos fundamentales, casi reflejos: el acercamiento (como respuesta a la búsqueda de recursos o de placer) y el alejamiento (como respuesta a la necesidad de protección frente a un peligro). De este modo, podemos considerar el miedo como la madre de todos los demás sentimientos dolorosos: la vergüenza procede del miedo a la mirada de los demás; la tristeza, del miedo a una carencia duradera; la ira, del miedo al fracaso o a la humillación… Si lo pensamos bien, siempre albergamos algún miedo (o varios) a algo, sea cual sea nuestra edad, o el momento de nuestra vida.
LAS CRISIS DE ANSIEDAD
Christophe: La proyección al plano virtual y a escenarios catastróficos improbables, con la impresión de rozar alguna forma de locura (y por tanto el miedo a volverse loco o loca) son elementos constantes en las crisis de ansiedad. Uno pierde el control de sí mismo, y la mente nos inflige padecimientos que, en el fondo de nuestra conciencia, sabemos que son absurdos y que los hemos creado nosotros mismos. Pero el cuerpo sí que cree en ellos, no distingue entre lo virtual y lo real. Para él todo es auténtico, y entra en pánico, como un espectador cuando ve en el cine una película de terror a pesar de saber que se trata de una ficción.
Alexandre: Las imágenes fantasiosas de mapaches rabiosos me incapacitaban. Me encontraba desarmado, en lucha contra ideas, contra fantasmas, contra la nada. No hace falta decir que, cuando te enfrentas a la ansiedad, los razonamientos no se sostienen. ¿Por qué la lógica no nos convence, cuando la evidencia de los hechos debería triunfar? Por no hablar de los vanos intentos de quien, con los medios de que dispone, trata de neutralizar un miedo irracional: «¡Mírate de pies a cabeza! ¿Acaso ves el más mínimo rastro de una mordedura?». ¡Lamentable impotencia de las demostraciones frente a la mente desbocada, cuando esta induce a tomar otros derroteros!
Matthieu: ¿Por qué la razón no consigue ejercer influencia alguna en unos miedos tan estrambóticos? La causa aparente de la ansiedad —sentarse por casualidad encima de un mapache rabioso— no se sustenta por ningún lado, pero no basta con decírselo a uno mismo. Así pues, hay que identificar la verdadera causa de esa ansiedad que ha cristalizado en forma de mapache. Cuando invitamos a la persona a observar y analizar sus miedos, nos damos cuenta de que su componente principal es por regla general el miedo a la muerte. Si conseguimos identificar la causa profunda, podemos esforzarnos por buscar un remedio u otro, aunque sea algo que esté lejos de ser fácil. A falta de subsanar la causa profunda, podemos favorecer una «descompresión» del miedo, acompañando por ejemplo a la persona a un lugar manifiestamente exento de peligro —una terraza con vistas a un extenso paisaje de montaña, o a un mar en calma—, sugiriéndole que dé varias respiraciones profundas, que acto seguido una su espíritu con el cielo grande y luminoso, con el paisaje que se extiende hasta el infinito, y que deje que sus pensamientos perturbadores se desvanezcan en ese espacio. Con todas estas acciones, podemos alejar más fácilmente nuestros tormentos.
Si no es posible llevar esto a cabo, también podemos visualizar estos paisajes, o cualquier otra situación apaciguadora, por la cual la mente escape por un tiempo al encogimiento producto del miedo y al estado de alarma enloquecedora que engendra.
Christophe: La mayor parte de las veces, no nos damos cuenta de que las personas que sufren ansiedad han abandonado nuestro mundo por otro que no obedece a las mismas reglas. En ese mundo virtual, el tratamiento de la información es muy diferente: si un peligro no representa más que una posibilidad entre un millón, la persona se ve absorbida por ella como si la aspirasen. Ya no funciona en esa persona la misma lógica que entre las personas que no padecen el trastorno de ansiedad. Todos los esfuerzos que podamos realizar para ayudar a tal persona deberán centrarse en reconducirla al mundo real. Aunque sea por medios muy tontos: caminar, contemplar la naturaleza, trabajar, salir, hacer cosas, hablar con amigos; todo esto contribuye a volver a echar el ancla en la realidad. Es por esto por lo que las crisis de ansiedad que nos asaltan durante la noche son las más violentas: estamos solos y no podemos protegernos mediante la acción o la distracción. Por fortuna, existe también la meditación: no hay por qué sorprenderse, puesto que meditar no es reflexionar con los ojos cerrados, sino que durante la meditación se implica el cuerpo entero. Cuando uno medita, presta atención a su respiración, se reconecta con su propio cuerpo, escucha los sonidos a su alrededor. El cuerpo, aun en medio de la ansiedad y el azoramiento, está siempre inmerso en lo real, nunca en lo virtual.
En tu caso, Alex, estabas en un retiro, con todas las vías posibles de acción y de interacción cortadas. Conozco no pocos pacientes míos que han sufrido crisis de ansiedad durante retiros espirituales o de meditación. En el pasado, cuando no existían los protocolos adaptados a los pacientes (tales como la MBCT o la MBSR1), muchos de nuestros pacientes con ansiedad o con depresión deseaban meditar y se iban a realizar retiros vipassana, o zen… ¡Uno de cada tres sufría una crisis in situ! Y es que los maestros zen o vipassana no son terapeutas, y en ocasiones son además bastante duros y exigentes.
Pero ¿cómo lo superaste? ¿En qué momento tuviste la impresión de volver a la realidad?
Alexandre: No supe encontrar los recursos interiores capaces de vencer la ansiedad. Una vez más, la sanación vino del exterior. Por otra parte, ¡he aquí mi sanador, en carne y hueso…! En plena noche, desperté al bueno de Matthieu, que me convenció de que corría tanto peligro de sentarme inadvertidamente encima de un mapache rabioso como de que me cayera un meteorito en la cabeza… Tu dulzura, tu tranquilidad, tu voz sonriente, a miles de kilómetros de allí, dieron buena cuenta de mis terrores.
Matthieu: Sentarse encima de un mapache dormido en el bosque… probablemente habrías sido la única persona en el mundo a la que le pasara tal cosa. ¡Y además, rabioso…!
Alexandre: En aquella ocasión me comunicaste una enseñanza muy profunda: contemplar la naturaleza, dejar de considerarla como un enemigo, como una presencia hostil, como un peligro permanente. Estoy seguro de que eso fue lo que me tranquilizó.
Matthieu: El mundo entero se aparece a veces como un enemigo potencial. De hecho, es nuestra mente la que se convierte en nuestro peor enemigo: «Sucede en ocasiones que agranda de tal forma las dimensiones del lago imaginario que lo rodea», escribió Charles Ferdinand Ramuz, «que ya no es capaz de cruzarlo».
Alexandre: La locura de la actividad mental sin objeto recupera cierta lógica para servir de contraargumento a la voz de la razón. Proceso verdaderamente diabólico que es decididamente un quebradero de cabeza para todas aquellas y aquellos que tratan de tranquilizar a la persona que sufre de miedo. No obstante, uno haría mal en abdicar. Recuerdo con inmensa gratitud al doctor Olivier, amigo mío, al que llamaba y quien me mostraba elementos científicos con que oponerme a los delirios de mi imaginación.
CÓMO LIBERARSE DE LA ANSIEDAD
Matthieu: Tengo una amiga, muy equilibrada y serena en la vida cotidiana, que me reveló que se despierta a veces en plena noche presa de una angustia persistente sin una causa clara, una especie de ansiedad difusa. Tenemos siempre la opción de observar este tipo de ansiedad y comprobar que está vacía de existencia auténtica: no es más que una poderosa construcción de la mente, comparable a una gran nube de tormenta. Con un poco de entrenamiento en la meditación, es posible mirarla cara a cara y desmontar su poder aparente. La parte de nuestra mente que observa la ansiedad no está angustiada, simplemente es consciente. Ciertamente no es fácil, en plena crisis de ansiedad, acceder a esta parte de la conciencia no angustiada que observa la angustia, pero la alternativa existe. En tal caso, disponemos de un espacio en el seno de la conciencia que no es presa de la ansiedad. Como un pie que aguanta una puerta entreabierta. Si conseguimos