Llevaba unas semanas viéndome con Juan, íbamos al mismo instituto. Era un año mayor que yo e iba a otra clase. Era la primera vez que tenía este tipo de relación con alguien del sexo opuesto, por lo que aparecían en mí sentimientos totalmente nuevos. Por las mañanas me levantaba con la ilusión de verlo, así que pasaba largos minutos pensando en qué ponerme, qué quería contarle o qué me contaría él. Nos veíamos en los descansos del instituto y a la salida íbamos un rato a un parque cercano, donde juntos compartíamos sueños sobre nuestro futuro, luego me acompañaba a casa.
Yo vivía en una parte nueva de la ciudad; estaba repleta de parques, jardines y viviendas. Era una zona tranquila a la vez que concurrida: institutos, colegios, bares, pubs, restaurantes. Durante la semana era una zona bastante bulliciosa, llena de estudiantes, mientras que durante el fin de semana transcurría algo más tranquila, con gente que paseaba o simplemente iba a cenar por allí.
La ciudad donde vivía era pequeña lo que me permitía ir caminando prácticamente a cualquier punto. Además, a mí me encantaba pasear, así que casi siempre iba andando adonde fuera que tuviera que ir.
Ingenuidad perdida
Era el día de mi santo, que coincide con el viernes de Semana Santa, día de procesiones, con las calles repletas de gente rebosante de alegría. Habíamos ido a mi restaurante preferido y habíamos comido en la terraza, ya que hacía un día primaveral maravilloso. Era uno de mis días preferidos del año, en el que se unía el calor al olor del azahar de los limoneros. Venía también mi abuela materna, como era tradición, lo que hacía que me sintiera feliz porque era de las pocas veces al año que nos juntábamos toda la familia. Además, ese año parecía que estábamos todos de buen humor, lo cual lo hacía aún más especial. Había estrenado un vestido azul y verde, regalo de mi madre, junto con unas gafas de sol que me habían comprado mis hermanas, hacía tiempo que soñaba con ellas.
La comida se alargó más de lo previsto, así que regresamos a casa cerca de las cinco. Yo había quedado con unas amigas para ir a dar una vuelta por la tarde; quería cambiarme de ropa para ir más cómoda pero no tuve tiempo, pues había quedado en recoger a Lucía a las cinco. Llegué a casa, dejé la chaqueta que llevaba y me fui hacia la casa de Lucía. Ella vivía a unos quince minutos caminando, luego las dos nos dirigimos hacia el parque donde nos encontraríamos con el resto de amigas. Para mi sorpresa, cuando llegamos estaban hablando con un grupo de chicos bastante más mayores que nosotras. Siempre me ponía algo nerviosa cuando tenía que conversar con un chico que no conocía, no sabía bien de qué hablar, así que al principio me quedé apartada del grupo con Lucía, hablando; pero al rato se acercó uno de ellos y empezó a charlar con nosotras. Llevaba una cerveza en la mano y nos ofreció beber, yo le dije que no tomaba cerveza lo cual hizo que se mofara de mí. Me sentí estúpida a la vez que enojada con él por reírse de mí; además, sin permiso me cogió las gafas de sol y me enfadé aún más. Pasados unos minutos me contó que estudiaba industriales, así que poco a poco me fue cayendo mejor hasta que al final pasamos toda la tarde charlando sobre su carrera y lo que yo quería estudiar.
Cuando se hizo la hora de volver a casa, le pregunté a Lucía si volvía conmigo, me dijo que ese día sus padres la dejaban regresar después de las diez, así que lo haría más tarde. Yo comencé el recorrido de vuelta, el mismo que solía tomar cuando estaba en esa parte de la ciudad. Crucé el centro de la ciudad encontrándome con mucha gente por la calle. Tuve que hacer un pequeño cambio en mi ruta porque me crucé con la procesión de la tarde del Viernes Santo. Decidí ir por la zona de la universidad que hay en el centro de la ciudad, donde había muchísimos estudiantes en los bares de alrededor. Pensé que quizá era hora de proponer a mis padres que me retrasaran la hora de vuelta: ya tenía quince años.
Me iba acercando a la zona del río, pero seguía encontrándome mucha gente por la calle; había mucha algarabía. Conforme me acercaba al puente que tomaba para cruzar me llegó nuevamente el olor a azahar. Me agaché para coger unas cuantas flores que había en el suelo; se las llevaría a mi madre, le gustaba ponerlas en agua, el olor duraba toda la noche y dejaba un aroma muy agradable.
Acababa de cruzar el río, me quedaban quince minutos para llegar. Tenía que pasar por una zona donde había varios pubs. Conforme me iba acercando podía oír el ruido de la música en el interior de los locales, se oía el alboroto de la gente en algunos de ellos. Me di cuenta de que, en ese momento, no había muchas personas por la calle, aunque podía distinguir bajo la luz amarilla de las farolas una pareja a bastantes metros de mí que se alejaba y el ruido de un coche que acababa de pasar. Sabía que en unos minutos estaría en casa, además era un recorrido que había hecho cientos de veces.
De pronto escuché vagamente la voz de un hombre y pude ver de reojo su figura al salir de uno de los pubs, justo cuando yo acababa de pasar por delante. Aceleré el paso. Sentí cómo mi corazón empezaba a latir más rápido, mi respiración se aceleró. Presté un poco más de atención a lo que decía, aunque no podía oír con claridad sus palabras sí distinguí algunas sueltas:
—…Mujeres… iguales… merecen… —Pude escuchar a duras penas.
Noté que mi corazón se aceleró aún más. Empecé a andar más rápido y me di cuenta de que casi no podía ver ya a la pareja que iba delante de mí. Oí pasar por la carretera otro coche que iba rápido. Apreté con fuerza mi bolso contra mi cuerpo. Aceleré el paso. De nuevo escuché su voz que seguía diciendo algo, aunque seguía sin distinguir claramente sus palabras. El tono de su voz era de desprecio y me pareció que, por sus movimientos torpes, estaba bebido. Aunque había unos metros de distancia entre los dos, pensé que si él aceleraba el paso me podría alcanzar, por lo que me puse más nerviosa. Por un momento pensé en ponerme a correr, pero como vi que se había detenido mientras buscaba algo en sus bolsillos, decidí cambiar mi ruta. Retrocedí unos metros para ir por una calle en la que sabía bien que habría gente, pues había varios bares. Esto suponía que tenía que andar unos metros más para llegar a casa, pero no me importaba. Caminé unos minutos, enseguida pude escuchar voces. Me crucé con una pareja con sus tres hijos, lo cual me tranquilizó. Escuchar sus voces y sus risas hizo que me relajara todavía más. Empecé a caminar más despacio, mi respiración se ralentizó, volviendo a una cierta normalidad. Un chico de mi edad chocó contra mí con su bicicleta, le sonreí. Creo que nunca me he sentido tan contenta cuando alguien me ha atropellado con su bici..
Para llegar a casa tenía que dejar atrás la zona de terrazas y alcanzar una parte del barrio menos concurrida por ser Semana Santa, donde se encuentran los institutos y viviendas. Debía cruzar un jardín que estaba justo enfrente de mi instituto, a unos metros de mi casa. Conforme avanzaba me cruzaba con menos gente por la calle, las risas y voces iban disminuyendo. La luz de la calzada era nuevamente la amarillenta de las farolas. Sentí que otra vez el corazón volvía a palpitarme algo más rápido, así que apresuré el paso, apreté mi bolso contra mí de nuevo; pensé que en unos minutos llegaría a casa. Sabía que mis padres estaban allí; eso hizo que me sintiera algo más tranquila.
Estaba llegando al jardín donde la luz de la noche siempre es muy tenue a la vez que escasa; apenas podía distinguir los troncos de los árboles de los bancos. Avivé un poco más el paso. Había unas farolas cuya luz a duras penas podía atravesar las ramas de los árboles. Había pasado por ahí muchas veces, incluso de noche.
Escuché un ruido y me asusté. Me volví… Vi una sombra que se abalanzaba sobre mí… El sonido del golpe al caerme al suelo… La sensación pesada del cuerpo encima de mí… El olor a alcohol…
No sé cuánto tiempo estuve en el suelo ni qué más sucedió. Lo siguiente que recuerdo fue levantarme y salir corriendo en dirección a la zona de los bares. Sabía perfectamente que cerca había gente. Llegué corriendo a un restaurante al que solía ir con mi familia. Entré. Supongo que estaba muy agitada porque uno de los camareros me preguntó si estaba bien. Solo le pregunté dónde estaba el teléfono público. Quería llamar a casa. Me señaló que estaba junto a una pared lateral. Me di cuenta de que no tenía mi bolsito así que