ACU | Después de ese periodo vinculado a Essex, iniciaste una breve etapa como comisario y coordinador de programas para la Casa de América en Madrid y después en la Americas Society de Nueva York. ¿Qué ofrecían unos espacios como esos y cómo se plantea el programa en una institución en la que, a diferencia de tu anterior experiencia, no se trabaja en torno a una colección?
GPB | La Casa de América fue una experiencia interesante porque fue casi lo contrario a Essex. De un contexto en el que se tomaba muy en serio la investigación académica y había una cierta sensibilidad poscolonial, el Madrid de ese momento estaba fascinado consigo mismo y esta era una institución oficial a la que iba poquísima gente del medio artístico. Sin embargo, pudimos hacer cosas muy interesantes: por allí pasaron todos los importantes pensadores del momento y pude trabajar directamente con muchas personas que eran mis ídolos: Luis Camnitzer, Ticio Escobar, Virginia Pérez-Ratton, Gerardo Mosquera y tantos otros. Aprendí mucho en el proceso. La tranquilidad con la que España asumía su papel (neo)colonizador en ese momento hacía que fuera posible montar proyectos interesantes sin que nadie se preocupara demasiado por sus contenidos. Americas Society fue muy diferente porque fue la inmersión en un sistema de poder y política estadounidense que mal conocía. De nuevo, es una institución que ha contribuido mucho al conocimiento en su larga historia, pero sufría de un cierto prejuicio de parte del medio latinoamericanista, principalmente por su perfil político en la Guerra Fría.
ACU | Haciendo recuento… Essex, Madrid, Nueva York, después Texas para ser curador durante seis años de arte latinoamericano en el Blanton Museum of Art y posteriormente de la Colección Patricia Phelps de Cisneros a la que llegaste en 2008. ¿Cuál consideras que es el cometido de un comisario que, como tú, se ha vinculado en varias ocasiones a colecciones? ¿Es posible trabajar desde una idea tan amplia como la de arte latinoamericano?
GPB | Siempre he estado en contra de ese término de «arte latinoamericano» como un término que signifique nada más que una abstracción geográfica, como lo puede ser Europa o Asia. Creo que el momento en que se trata de utilizar el término como si fuera un término artístico o cultural, la cosa se complica. Tanto el Blanton como la CPPC son colecciones con una misión educativa, y con un telón de fondo de investigación en su formación y uso. Eso hace que su papel como generadoras de conocimiento haya sido importante. En términos generales, en los Estados Unidos los latinoamericanistas se dividen en dos campos: los integracionistas y los separatistas. Los separatistas defienden la diferencia y la unidad conceptual del arte latinoamericano, y buscan tener sus propias instituciones o alas en los museos (Museo del Barrio, Museum of Fine Arts Houston, Museum of Latin American Art Long Beach, Galeria de la Raza, etc.). Los integracionistas, entre los que me cuento, pensamos que, si bien el arte latinoamericano es un campo específico de investigación, es más interesante ponerlo a dialogar con la historia del arte global para poder entenderlo mejor y no simplificar hasta el punto de incluir a Diego Rivera y Hélio Oiticica, por ejemplo, en una misma exposición por ser ambos latinoamericanos. Entonces pienso que las colecciones se deben fundamentar en un proceso de investigación y con una misión política muy clara de por qué existen y dónde se ubican en un campo más amplio.
ACU | Más allá del vínculo con estas instituciones, en 2018 comisariaste la 33 Bienal de São Paulo para la que seleccionaste, como punto de partida, a un grupo de siete artistas que trabajaron no solo en su propia representación, sino en la configuración del programa y la selección del resto de participantes. Teniendo en cuenta el cuestionamiento permanente de un formato como el de las bienales y analizando las ediciones que en São Paulo han pretendido dar un giro a la estructura de este evento, ¿cómo surge la idea y cuáles han sido las razones que llevaron a ensayar este modelo de comisariado?
GPB | Me preocupa la sobredimensión del papel del comisario en el sistema del arte contemporáneo actual. Cuando surge el modelo actual del comisario activo y autoral hace un par de décadas, generalmente era con personas que vivían el arte de manera intensa y estaban cerca de los artistas. Pienso en Walter Hopps, Harald Szeemann, Paulo Herkenhoff, y otros. Hoy es posible hacer un máster en estudios curatoriales con veintipocos años sin haber conocido a un artista, y solo estudiando a otros comisarios. Como resultado creo que tenemos un panorama muy aburrido de muestras temáticas en las que (en los peores casos) los artistas ilustran los temas que plantean los comisarios. Creo que es una manera muy limitada de entender el arte, casi como un producto utilitario e intercambiable, o panfletario. Desde finales del siglo XIX los artistas se han organizado para crear sus propias exposiciones, y creo que es una historia que debemos repensar porque es muy rica y estimulante. De hecho, estoy impresionado por cómo los siete artistas curadores de la bienal (Mamma Andersson, Antonio Ballester Moreno, Sofía Borges, Waltercio Caldas, Alejandro Cesarco, Claudia Fontes y Wura-Natasha Ogunji) propusieron maneras muy interesantes y originales de pensar sus exposiciones dentro de la bienal.
ACU | Además de esta cita, realizaste en 2007 la VI Bienal del Mercosur en la que ya se trabajaba en una ampliación del campo de acción del artista, la importancia del programa pedagógico y la reivindicación del afecto como herramienta de trabajo. ¿Cómo se relacionan en tu investigación ambas bienales y de qué manera este modelo que propones afecta a tu práctica como curador lejos de estas dos citas?
GPB | Cada proyecto curatorial sale de un contexto específico y de unas preguntas muy puntuales. En el caso de Porto Alegre, la bienal buscaba cuestionar su relación con la región del Cono Sur, que desde la segunda edición funcionaba de una manera burocrática, con un comisario por país sin una mayor articulación del proyecto global. La sexta edición pretendía un modelo dinámico para poner en diálogo la producción local con la internacional, entendiendo que la geografía cultural no corresponde siempre con la nacional. Entonces a través de seis exposiciones diferentes se trataba de poner diferentes metodologías en práctica para tratar esa cuestión. Otro aspecto importante fue dar prioridad al proyecto educativo, que siempre fue importante pero no integrado al proyecto de comisariado. Entonces invité a Luis Camnitzer a ser el primer curador pedagógico, como parte integral del equipo. Algunas de estas cuestiones fueron relevantes para el proyecto de São Paulo, sobre todo en cómo se distribuye el poder y cómo se piensa en la relación con el público visitante, pero hay otras cuestiones, como la geopolítica, que son menos relevantes porque ya São Paulo las ha trabajado mucho a lo largo de su historia.
ACU | Entiendo que el hecho de estar vinculado a la CPPC pudo suponer un condicionante a la hora de aceptar el encargo de São Paulo. ¿En qué medida puede y debe uno separar ambas actividades para que los intereses de un trabajo no se vean condicionados por los de otro?
GPB | Son dos actividades muy diferentes. En una dirigía una institución con una misión a largo plazo, sin espacio físico y sin un público visitante, y en la otra preparaba un evento puntual al que asisten cientos de miles de personas. La CPPC es una institución que se piensa en red, y trabajamos en alianza con la Getty, el Reina Sofía, Hunter College y muchos otros. Mi trabajo principal como director de la CPPC era cuidar de esas relaciones y de una colección, y eso tiene relativamente poco de trabajo autoral. En la CPPC nunca comisarié un proyecto con la colección contemporánea, que ha tenido sus propios curadores (más notoriamente Sofía Hernández Chong Cuy, hoy directora del