JC | Creo que después de ese momento de incertidumbre inicial, uno simplemente va haciendo, y los proyectos, como bien dices, se van sucediendo. En mi caso responden directamente a preocupaciones personales, experiencias y cuestiones vitales que permean totalmente los proyectos que voy realizando. No creo en las líneas demasiado marcadas, ni en los departamentos muy estancos, así que nunca he intentado tener una «línea de investigación» concreta, ni una posición fija. Lo que pienso hoy puede diferir totalmente o incluso oponerse a lo que piense mañana, y creo firmemente que debe ser así. De hecho, no termino de estar del todo cómodo con la noción de carrera, y quizá prefiero hablar de práctica. Me parece muy importante ser capaz de construir una práctica que tenga un sentido, que sea honesta con uno mismo, con lo que uno piensa, que desarrolle ideas y marcos teóricos, pero también estructuras y dinámicas de trabajo, formas de hacer y lugares donde hacerlo. Para mí lo más importante del trabajo curatorial es esa relación con el artista de la que hablábamos. Una de mis mayores preocupaciones —si no la mayor— es poder generar espacios y momentos para que los artistas puedan desarrollar sus proyectos de la mejor forma posible, tanto a nivel teórico y conceptual como a nivel formal y de producción. Hablamos de condiciones materiales e intelectuales, de ideas y formas, de recursos y afectos, de poder trabajar juntos y que cada proyecto produzca una experiencia de vida significativa para ambos y para quien sea que tenga relación con ello.
De todas formas, últimamente he estado pensando bastante en la dificultad que entraña poder desarrollar un discurso curatorial más o menos coherente siendo curador independiente. Por un lado, existe cierta insistencia en que cada proyecto que hagamos sea algo nuevo, cuando seguramente lo que me interesaría sería poder continuar con la investigación que comencé en el anterior. Además, uno nunca termina de decidir del todo qué es lo que viene después, ya que depende mucho de que alguien te lo encargue, o de que propongas algo en determinado sitio y funcione, y el tipo de formato que tenga —una exposición individual, colectiva, un ciclo de performance, un programa público, una publicación…—. No depende solamente de ti. Como tampoco la temporalidad misma de los proyectos: no soy yo el que termina decidiendo las fechas, sino un acuerdo con la institución o espacio en el que esté trabajando. Por otro lado, cada uno sucede en un contexto distinto, un espacio distinto, con ritmos distintos, equipos distintos, formas de trabajo distintas. Y además está la cantidad de cosas que debes estar haciendo y pensando a la vez para poder llegar a fin de mes. Así que más que pensar un programa y desarrollarlo (como podría suceder si trabajas en una institución, o cuando llevas un programa en un espacio o proyecto independiente, aunque obviamente también ahí existen particularidades y dificultades que influyen en su desarrollo), tendría que ver con poner en diálogo los intereses, ideas y formas de trabajo que quiero desarrollar con las posibilidades que voy encontrando o se me van presentando.
Por supuesto, la independencia, como veremos en algunas de las conversaciones, tiene también sus ventajas en contraposición a tener una posición fija. El hecho de poder organizarte tú mismo el tiempo, como dice Manuela Moscoso en su entrevista —aun teniendo en cuenta los condicionantes que comentábamos—, o la posibilidad de trabajar en contextos geográficos diversos, no son cuestiones menores. Quizá tengamos tiempo más adelante de volver sobre ello. Pero ¿cómo se va desarrollando para ti esa práctica, cómo evoluciona y cómo intentas desarrollarla desde tu posición personal y profesional?
ACU | Creo que coincido bastante contigo en que esa práctica que enfrentamos no termina de adquirir una forma definida —y voy a evitar también decir «carrera», del mismo modo que tú lo has hecho y Tamara Díaz Bringas lo hace en la conversación que mantuvimos—. Antes me producía bastante vértigo enfrentarme a esa pregunta de «¿cuál es tu línea de investigación?», ya que me llevaba a sentirme un comisario a medias, como si jamás me hubiese planteado cuál era esa línea casi obligatoria que todos debemos definir. Es cierto que hay cuestiones que albergan un peso mayor que otras y creo que tiendo a pensarlo todo en función de su fragilidad, como si pudiese no haber ocurrido nunca. También la relación que establezco con los y las artistas, que suele rebasar lo profesional, convirtiéndose casi siempre en un acompañamiento que se mantiene aun cuando no existe un proyecto marcado en el calendario. Por otra parte, también el hecho de pertenecer a un contexto como el gallego afecta mucho al modo en que articulo mis conexiones con la tradición y con la posibilidad de que las cosas cobren la forma que cobran debido al lugar en el que nos hemos criado. Intuyo que he ido estableciendo una lista de intereses que se amplía y se reformula no a diario, pero sí cada poco tiempo. Esto no quiere decir que me arrepienta de haber afrontado algunos proyectos del modo en que lo he hecho. Creo que es inevitable sentirse más identificado con algunos que con otros, pero asumo que todos me han llevado al lugar en que estoy y espero que los próximos me sigan empujando a la duda del mismo modo.
Comparto también esa imposibilidad de asumir cierta continuidad debido a nuestra independencia como comisarios. Quizás tampoco la idea de independencia sea del todo cierta, ya que en realidad lo que enfrentamos es esa multidependencia que hemos abordado en una de las cápsulas introducidas a lo largo del libro. Los formatos, efectivamente, jamás son los mismos. A pocas instituciones importa en profundidad lo que has estado haciendo antes, más bien se utiliza como justificante a la hora de llamarte para hacer algo, pero raras veces recibes una llamada que diga: «Oye, nos interesan mucho esos tres proyectos que has realizado sobre —lo que sea— y nos gustaría saber en qué punto se encuentra esa investigación». Creo que una a una vamos marcando en nuestro currículum una serie de siglas y parece que eso es a todo lo que se puede aspirar. Por otra parte, tengo la sensación de que la otra opción sería concursar y dirigir una institución, algo que no solo exige una excelencia como comisario o comisaria, sino un compendio de aptitudes entre las cuales, cada vez más, está la de saber lidiar con algunos políticos o la de saber más de burocracia que de nuestra propia práctica. En este caso entiendo cuando un artista te habla de estar demasiado expuesto. Creo que en esos lugares nos sobreexponemos a la opinión de un público que raras veces reflexiona sobre la dirección que toma una institución y, muy a menudo, carga de manera implacable, incluso cuando no se ha preocupado por informarse o cuando ni ha puesto un pie, ni ha participado de lo que esa institución ofrece. Creo que pertenecemos a una generación en la que toda opción de estabilidad se ha vuelto difusa. Yo me planteo más veces la opción de dejar de hacer esto que la de optar a la dirección de algún espacio. Creo que nos hemos convertido en burócratas también y da la sensación de que todas esas exposiciones son siempre necesarias. ¿Tú cómo ves esto dentro de diez años?
JC | Pues no sé cómo lo veo en diez años, la verdad es que el mundo está en semejante momento que hablar del futuro a medio plazo se me hace difícil. Tampoco me lo planteo demasiado, pero sí coincido contigo en que pertenecemos a generaciones que rara vez conocen lo que es la estabilidad. A veces me parece que llegamos tarde a la fiesta. Y repasando un poco las conversaciones que hemos realizado para el libro, te das cuenta de que curadores y curadoras de generaciones algo mayores accedieron rápidamente a puestos de responsabilidad en instituciones artísticas que entonces se estaban creando en el contexto, y con unos presupuestos nada desdeñables. Después, tras la crisis, muchos de esos centros han desaparecido y los que quedan sobreviven con presupuestos escasos, cuando no paupérrimos. A las generaciones que comenzamos a trabajar entonces nos ha tocado enfrentar un escenario donde la precariedad