El proceso de globalización y auge del neoliberalismo
El proceso de globalización, apoyado en las nuevas tecnologías de la información, unificó el mundo como un gran mercado de consumo, sostenido y sustentado por los medios masivos de comunicación, y generó fuertes cambios en la subjetividad. El neoliberalismo retira al Estado de su función protectora. El ciudadano queda a la intemperie. Se deterioran las instituciones y la subjetividad es dominada por los medios masivos de comunicación, mientras crece el mercado de consumo como gran regulador de la conducta. Un mercado que ya no es moderado por las instituciones, como antes, y que necesita que cada sujeto, a cualquier edad, sea un consumidor.
Los cambios culturales de la posmodernidad coincidieron en lo económico con el pasaje al neoliberalismo, un sistema excluyente y amenazante con el que no hay garantías de estabilidad y proyección del futuro sino incertidumbre y falta de certezas. Así, en detrimento del rol protector del Estado y las instituciones tradicionales, como la familia y la escuela, se instalaron el mercado de consumo y los medios masivos de comunicación como gran factor estructurante de la personalidad. Se resquebrajó el concepto de autoridad desde el punto de vista social y el mercado de consumo aprovechó los rasgos de simetría del niño con el adulto para convertirlo en un gran consumidor inserto en un sistema regido y formateado por los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías, fenómeno que en la actualidad se profundiza cada vez más.
Aunque en este momento, año 2020, haya en el país un gobierno que intenta correrse de las políticas neoliberales, todavía subsiste el poder de los grandes grupos económicos y el establishment financiero, dueño de los grandes medios de comunicación que formatean las mentes de los sujetos para que, incluso, vayan en contra de sus propios intereses.
Sabemos de las terribles desigualdades existentes en el planeta en materia económica. Ya en 2015, Oxfam advirtió que el 1 % de los ricos del mundo acumularía al año siguiente más riqueza que el 99 % restante (BBC, 2016). Y a comienzos de 2020, en vísperas del Foro Económico Mundial de Davos, la organización informó que los 2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseían más riqueza que 4.600 millones de personas, el equivalente al 60 % de la población mundial (Oxfam, 2020). Esto demuestra una permanente profundización de las diferencias, como quedó expuesto con obscenidad durante la pandemia de COVID-19 que comenzó en 2020.
No obstante, el neoliberalismo sigue insistiendo en el achicamiento del Estado, el libre acceso a los capitales transnacionales, el resguardo a la privatización de los servicios públicos y en privilegiar los intereses del sector financiero por encima de cualquier otro. Su objetivo permanente es que el Estado vele exclusivamente por sus intereses de clase, se retire de su rol de garante de los derechos sociales básicos y delegue su capacidad reguladora en el libre mercado, responsabilizando a los individuos y su “capacidad” para acceder a la salud, educación y seguridad social. Un objetivo que en tiempos de coronavirus hizo crisis y estalló por los aires, haciendo más evidente que nunca la necesidad imperiosa de contar con un Estado presente y regulador como la única forma de proteger a los ciudadanos.
El deterioro de la función paterna
Todas las corrientes psicoanalíticas, en sus diversas conceptualizaciones, comparten la importancia otorgada a que se cumpla la llamada “función paterna”, que tiene como objeto separar a los hijos de la madre a través de la formulación de la ley de prohibición del incesto. Pero pocos autores hacen hincapié en que una de las principales consecuencias de que se verifique esta función es que los hijos pueden volver a entregarse al vínculo materno sin miedo a quedar atrapados. Esto, a su vez, posibilita la capacidad de entrega a muchos otros vínculos, al objeto vocacional, a la pareja exogámica y al mundo del trabajo y el dinero.
La aceptación de la función paterna permite también el acceso a una posición activa, al abandono de la pasividad; desarrolla la capacidad de insistencia; permite la aceptación de las diferencias, el acceso al pensamiento abstracto y simbólico, el aprendizaje sistemático, y la protección frente al mundo externo. Si la función paterna no se cumple, los hijos van a intentar separarse igualmente de la madre y lo van a hacer a través del maltrato, la violencia, la distancia, la desconexión emocional, los accidentes y la obsesividad, entre otros muchos síntomas y/o enfermedades psicosomáticas.
El debilitamiento de la función paterna es un proceso ya anunciado por Lacan en su texto de 1938, La familia, donde muestra su preocupación por la declinación social de la imago paterna ante el papel acrecentado de la madre o de la mujer (Lacan, 2003). En este proceso influye sin duda el resquebrajamiento del modelo de autoridad patriarcal, pero también la vigencia de mitos autoritarios que impiden a los padres y las madres armar modelos de autoridad verdaderamente inclusivos y participativos. También incide la falta de respaldo a la autoridad de los padres en un mundo cada vez más peligroso e incierto.
La primera de las causas mencionadas (el resquebrajamiento del modelo patriarcal) es una transformación que comenzó con el ingreso de la mujer al mercado de trabajo durante las dos guerras mundiales: esto quebró la ecuación del dominio del paterfamilias sobre la mujer y los hijos, sustentado hasta ese momento en el poder económico. El Mayo Francés, en 1968, donde los hijos se rebelaron al poder de los padres con consignas como “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, etcétera, estableció un hito, un salto cualitativo en ese proceso de debilitamiento. Se generó a partir de entonces un proceso de liberación de las costumbres, de flexibilización de los roles familiares y un gran cambio en los vínculos que pasaron a ser mucho más cercanos y demostrativos, especialmente con los hijos, aunque todavía subsistan en las sociedades actuales las diferencias de género y fuertes rasgos patriarcales en las relaciones de pareja. Aquel cambio coincidió con el comienzo de la globalización y el neoliberalismo, que necesitan un mundo imaginario de iguales donde todos sean consumidores.
La segunda de las causas, referida a los mitos autoritarios, se relaciona con la crianza compartida por el hombre y la mujer, en la que, aunque subsistan diferencias en el compromiso real de ambos sexos, la autoridad ya no se puede establecer por decreto. Debe ser una construcción de la pareja en la que ambos consensúan y aprenden a trabajar en equipo, estén juntos o vivan separados. Sin embargo, este es aún el punto neurálgico de la cuestión, no solo por la dificultad de que haya coincidencia entre padres separados, sino por la vigencia de viejos mitos autoritarios que afectan la construcción de los nuevos modelos de autoridad. Entre ellos, en especial, se cuenta el mito de la no descalificación de la palabra del otro –particularmente, de la paterna– que lleva a inhibir el permiso interno para intervenir ante situaciones de maltrato o violencia. La conclusión es que los hijos terminan expulsando a aquel que interviene con violencia y aliándose con el que calla o no participa suficientemente, o se someten a la violencia, que todavía es predominantemente paterna. Para evitar este tipo de alianzas, los padres deben aprender a pedirse ayuda mutuamente delante de los hijos para habilitar un modelo de autoridad verdaderamente compartido, que renuncie a la omnipotencia de colocarse en el lugar de la ley, en lugar de construirla o transmitirla. Pero para eso hay que renunciar al viejo modelo, donde la palabra del otro debe ser respetada a cualquier costo. Por otro lado, lo que se observa en la vida cotidiana de las familias actuales es que la madre –o quien cumpla la función– puede dar una indicación o una orden repetidamente, sin lograr que el hijo la cumpla. Pero si la misma proviene del padre, la respuesta será mucho más inmediata, simplemente por ser el otro de la diada madre-hijo, con quien el miedo a quedar atrapado no existe; esto, salvo en el caso de padres simbiotizantes (en general simbiotizados por sus propias madres). Esta facilidad podría ser aprovechada en un nuevo modelo de autoridad en el que la percepción y pedido materno sean tomados y confirmados por el otro paterno o quien juegue ese rol.
El tercer factor, la falta de respaldo a la autoridad de los padres, tiene que ver con el mencionado debilitamiento del Estado en su función protectora. Esto, a su vez, deteriora al resto de las instituciones, como la familia y la escuela, que se ven obligadas