Más allá de la ampliación del mercado de consumidores de un sistema de producción obsesionado por producir más mercancías –que está en una etapa boyante–, en términos sociales, la juventud encuentra las ‘señas materiales o culturales de identidad’. Ser joven en la década del sesenta se define a partir de los bienes que se consumen y del abismo generacional que se crea con los mayores.
Junto al aumento de la conflictividad intergeneracional lo que más destaca Hobsbawm es la imposibilidad de comprender las experiencias pasadas; los jóvenes no sienten lo que han vivido sus mayores. Desde las experiencias de la guerra [ocupaciones y resistencias] hasta las relacionadas con la economía y el mundo del trabajo [consumos, desocupación, inflación], la edad de oro del capitalismo ensancha la brecha que separa a los jóvenes de sus padres. Tanto la concepción de la vida como sus experiencias y expectativas se tornan distantes e incluso irreconciliables.
La eclosión de la juventud es protagonista de la revolución cultural planetaria. La presencia histórica de los jóvenes se siente en distintas partes del orbe a pesar de la división bipolar del mundo y de las diversas fracturas geopolíticas. El ambiente que respiran hombres y mujeres de las ciudades empieza a estar determinado por las actuaciones de los jóvenes y por la manera como estos disponen del tiempo de ocio en su condición de trabajadores o estudiantes. La juventud se masifica en el consumo y se hace iconoclasta; instala al individuo como la medida de todas las cosas, con las presiones de los grupos de pares y lo que la moda impone en el comportamiento.
Los jóvenes rechazan los valores de la tradición y se interesan por prácticas culturales de sectores más bajos o excluidos de la sociedad. El uso de nuevos lenguajes, las formas de vestir y la visibilización de prácticas homosexuales son parte de la experimentación de nuevas sensibilidades y maneras de estar en el mundo con referentes normativos distintos a los tradicionales. La iconoclastia se expresa en grafitis plasmados en muros y pancartas de estudiantes, de la mano de consignas políticas, expresiones de sentimientos y deseos privados. La liberación personal a través del sexo y el consumo de sustancias prohibidas está relacionada con la liberación sexual. En muchos casos las apuestas de los jóvenes no son las de instituir un nuevo orden social, sino las de ampliar los límites de comportamientos socialmente aceptados. Las aspiraciones son en nombre de la autonomía del deseo y de un individualismo egocéntrico26.
La juventud es un campo de confrontación de intereses y poderes no solo por su definición como ‘etapa’ de la vida, sino por el control en la toma de decisiones. Los límites generacionales experimentan en la década del sesenta un momento cumbre: emergen con fuerza nuevas prácticas, lenguajes y acciones; se hace visible un sujeto histórico hasta ese momento concebido como incapaz, que no es ni niño ni adulto. Esta emergencia juvenil, con todos sus rasgos y variedades, cubre el planeta cuestiona la sociedad en su totalidad. Como resultado de estos procesos se genera una serie de rupturas y movimientos tanto en el plano social como académico: los jóvenes comienzan a ser estudiados y representados de diferentes formas, a propósito de la figuración que alcanzan como sujetos políticos en las protestas universitarias.
Las dificultades para redimensionar el significado de la juventud provienen, en alguna medida, del desconocimiento de las particularidades de esta experiencia en sí misma y de la relación con otras experiencias que componen la trayectoria vital. El sociólogo italiano Alberto Melucci sostiene que, para acercarse al mundo juvenil desde el conocimiento social elaborado por adultos, hay que empezar por despojarse de la pretensión de imposición de categorías y perspectivas propias de la madurez. La única manera de pensar la condición de juventud no es otra que la de establecer un diálogo atento con los mismos jóvenes a partir de una actitud de escucha. Este diálogo y reconocimiento debe darse tanto con los jóvenes de la actualidad como con aquellas generaciones juveniles que propician una ruptura en la década del sesenta del siglo pasado.
La reflexión de Melucci va mucho más allá de la constatación de que la juventud se define socialmente de manera relacional. En primer lugar, sugiere que la difícil aprehensión sobre lo que le acontece a la población considerada joven se debe a que en la sociedad posindustrial dejan de existir los ritos de iniciación, mientras que en las sociedades tradicionales están muy bien definidas las etapas de la trayectoria vital de cada ser humano. La contemporaneidad se caracteriza por haber eliminado las barreras entre estas condiciones: “este paso acontece de manera casi inadvertida, o bien los individuos piensan que aún son niños sin darse cuenta que han crecido”. Ser joven depende ya no tanto del tránsito hacia una nueva condición, en el que la sociedad y la familia intervienen explícitamente, sino que ahora se define por las pautas de consumo o la apropiación de ciertos códigos de comportamiento27.
La inexistencia de fronteras temporales entre la infancia y la vida adulta no significa que desaparezca la juventud, en el fondo lo que está en juego es el problema de la identidad de los jóvenes. Para Melucci lo que está en vilo es la capacidad que tienen las nuevas generaciones para responder a la pregunta ¿quién soy yo?, interrogante que se formula con mucha fuerza durante la juventud. Para la respuesta, el autor propone que frente a la expansión de oportunidades que el presente ofrece a los jóvenes, la sociedad en general y los adultos en particular deben enseñarles a ellos la experiencia de los límites. El ensanchamiento de la juventud –aquella idea y realidad de los adultos juveniles que se niegan a envejecer– presenta un escenario en el que todo es posible y muestra a los jóvenes con un halo de aparente omnipotencia y con cierto aislamiento y despreocupación.
La construcción de la identidad juvenil, pensada no desde esencialismos que remiten a progresos lineales y visiones estáticas de una condición tan dinámica como la juventud, entraña la redefinición de la perspectiva temporal. Alberto Melucci considera que la estructuración del tiempo en la actualidad implica a todas las personas, sin importar edad o condición. Son los jóvenes –incluyendo el periodo de adolescencia como primer momento de esta condición– quienes experimentan más radicalmente las transformaciones que la sociedad actual plantea respecto de la temporalidad. A diferencia de las sociedades tradicionales, en la juventud el proyecto de vida y la biografía particular son cada vez menos predecibles, toda vez que se tiende hacia la autorrealización individual y a una dependencia con las tendencias predominantes, más allá de cualquier ligadura con el pasado y, en general, con cualquier determinación exterior. Todo puede reconocerse, todo se consigue probar, todo logra ser imaginado, son las consignas de los jóvenes contemporáneos. Estos definen su tiempo a partir de factores cognitivos, emocionales y motivacionales, cuyo resultado general no es otro que el de vivir en un presente ilimitado que suele provocar frustración, aburrimiento y abulia28.
El análisis sobre la condición juvenil no solo implica repensar su situación en el mundo actual, tal y como lo propone Melucci. El trabajo de trascender la concepción biologicista ha llevado a pensar en una noción que repara en los ejercicios de creación que los jóvenes acometen en diferentes contextos. Como se dijo líneas arriba, la noción de cultura juvenil entraña una visión más amplia sobre el quehacer y ser juvenil, ya que reconoce apuestas estéticas, éticas y políticas como productoras de nuevas formas de comunicación, de existencia y de saberes singulares. De acuerdo con Manuel Roberto Escobar la emergencia de la cultura juvenil puede ser entendida como una respuesta de la resistencia al biopoder, encargado de amoldar los cuerpos y la vida de las poblaciones. Prácticas culturales distintas y nuevos lenguajes harán parte de la autoconstitución de la subjetividad juvenil y no de la definición externa de una identidad estereotipada29.
La concepción de los jóvenes como una población que no está necesariamente en tránsito hacia la adultez, pero que todavía no alcanza la madurez necesaria, y que tampoco corresponde a la infancia, está siendo revaluada de forma sistemática por las ciencias sociales. Este cambio reconoce modificaciones sustanciales en el ámbito político. Si se le ve al joven como un sujeto protagónico, capaz de producir y reelaborar significados y símbolos sociales, las políticas o decisiones que se tomen respecto de este llegan a propiciar el fortalecimiento de esta condición, en lugar de intentar su control. Que la academia se preocupe por construir una visión más compleja y rica de la condición juvenil lleva en algunos lugares del país a que las políticas públicas dejen de ocuparse de la llamada “socialización” del agenciamiento