Gabriela:
“En primer lugar, la estética ya hecha, nos dio la posibilidad de identificarnos, de reconocernos, eso es nuestro. Ahí estamos nosotras, ahí están mis compañeras. Y por eso lo replicamos, la bandera, la remera, alguna que no pudimos llevar a cabo, pero algunas que sí, en los afiches, los pines. Las frases también estaban con la estética. Hubo cosas que se complementaron, como la Campaña ‘Feminización en las escuelas’. Se complementó, se alimentó con la gráfica. Respecto a los dibujos, me estoy tratando de acordar, no hubo gente que dijo, no me gusta. Hubo muy buena aceptación y eso se vio en que las compañeras usaban la estética. Hubo también distintas interpretaciones: ‘¿a ver qué es?, es una regadera, es un megáfono’. Me acuerdo ese dibujo, si era que se estaban llamando y convocando a otras compañeras o se estaba, regando, compartiendo el mensaje a otros lados. Estaba la idea de lo individual y lo grupal. No lo grupal como masa sino que había más grupalidad íntima. Estaba la charla entre amigas y es lo que recuperamos en esas charlas que como mujeres nos marcaron”. (Escuela Técnica 32)
Ambas propuestas sindicales tienen la espontaneidad de lo cotidiano y la alegría de lo construido. Alegría de los deseos mutuos, de comunicarnos, de aprender, de la capacidad de observarnos y crecer juntas. Gozan de la frescura de expresar ideas, la emoción de quien lo descubre o puede citar alguna cosa. Juntas tienen la esencia de los sentidos en el andar, en el conectarnos, en el pensarnos, en el sabernos, en el disfrutarnos y en poner el alma en revolución. Ambas vuelan con la imaginación de un feminismo grande e inmenso que tiene muchos lenguajes para ser construidos. Vislumbran un futuro de vida amplio y lleno de emociones y puertas para jugar. Ambas tienen el derecho a transitar un cambio que no cese nunca, que puedan integrar los sentimientos y el pensar para descubrir un mundo enorme, lleno de felicidad y derechos inclaudicables.
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Experiencias universitarias de apropiación y transmisión del espacio generizado
Griselda Flesler, Valeria Durán y Celeste Moretti
El siguiente aporte está estructurado en un recorrido que muta de la primera persona del singular al plural. Un pasaje del yo al nosotras tan propio de los feminismos contemporáneos.
“¿Y qué tiene que ver el feminismo con el diseño, Griselda?”, es la pregunta que escucho desde el año 2002 a propósito del tema de mi tesis de especialización.1 Casi veinte años atrás, no resonaba como esas preguntas a la investigación que se hacen en tono alentador, invitando e incentivando a profundizar y seguir adelante. Por el contrario, el tono era inquisitivo, condescendiente e incluso despreciativo. Pude articular la construcción de una respuesta –paradójicamente– con las herramientas que el propio campo del diseño me otorgó. En los talleres de diseño de la facultad aprendí principalmente tres cosas: valorar la originalidad de una idea, abrazar el desafío de materializarla y entender que un proyecto solo tiene sentido si modifica el estado de cosas y si se realiza de manera colectiva.
El estado de cosas del campo académico del diseño en Argentina de hace dos décadas definitivamente no habilitaba un cruce con el feminismo ni con los estudios de género. Algunas preguntas en torno a esta relación entre diseño y género ya habían sido formuladas por feministas anglosajonas de los departamentos de historia y crítica de la arquitectura y el diseño. El planteo que realizaban giraba en torno a un fuerte cuestionamiento de la definición de diseño y su posicionamiento dentro de una sociedad patriarcal, clasista, de supremacía blanca y heteronormativa.2
Ya en los primeros años de cursada como estudiante y luego como docente de su cátedra, Leonor Arfuch (1997) impulsaba el cuestionamiento a los modos en que el diseño funciona como proceso significante y fue éste el marco desde el cual partí para pensar lo diseñado como un espacio de construcción y reproducción de las relaciones de género.
Cuando el estado de cosas modificó los tonos inquisidores de aquella pregunta a modos lindantes con la corrección política, se pudo materializar un proyecto de diseño colectivo macerado durante mucho tiempo: la inclusión en la currícula de la materia DyEG (Diseño y Estudios de Género), para todxs lxs estudiantes de la FADU-UBA. Para ello fue fundamental contar desde un inicio con un equipo de compañeras docentes y amigas junto a las que diagramamos su contenido.3
Una fisura en el hormigón armado4
La materia Diseño y Estudios de Género surgió con el objetivo de propiciar un enfoque de las disciplinas del diseño con perspectiva de género. Un espacio que discutiera privilegios y desigualdades desde el campo proyectual, es decir, desde el proceso de materialización de un proyecto.
A partir de los estudios de género y queer, nuestra materia explora el rol de la arquitectura y los diseños en la experiencia de los cuerpos generizados. Además pone foco en las corrientes que han desarrollado una perspectiva crítica de las lógicas proyectuales basadas en un sistema heteronormativo, aquellas que discuten la “universalidad” y “neutralidad” de lo diseñado.
Desde 2017, la materia es electiva para todas las carreras de la FADU-UBA: Arquitectura, Diseño Gráfico, Diseño de Indumentaria, Diseño Textil, Diseño de Imagen y Sonido, Diseño Industrial y Licenciatura en Planificación y Diseño del Paisaje. En estos tres años se han llenado los cupos de todos los cuatrimestres, teniendo estudiantes de todas las carreras y de intercambio de universidades extranjeras. Creemos que nuestro desafío a diez años es formar profesionales que en su labor diaria vuelvan innecesaria nuestra presencia, volviendo transversal la mirada feminista en todas las prácticas del diseño.
Nuestra propuesta es enseñar un diseño basado en la porosidad de los bordes entre dualidades como materialidad/representación, adentro/afuera, privado/público y cuerpo/objeto. Aquello que es diseñado en base a estos binarismos instala modos heteronormativos de producción de sentido y subjetividad. Entonces nos preguntamos ¿cuáles son las condiciones de posibilidad que habilitan ciertas representaciones y vuelven impensable otras? ¿Cómo se organizan y utilizan el espacio y los objetos en relación al género y las sexualidades? ¿Existe el derecho a la ciudad sin una identificación sexual y genérica legible? ¿Son todas las identidades genéricas igualmente bienvenida en el espacio público? ¿Quiénes portan el privilegio de ser leídos como “normales”?