Aunque estos proyectos sean muy diversos, todos ellos actúan, en expresión del escritor español Amador Fernández-Savater, como “mensajeros de una nueva narración del mundo”. (9) Un hilo verde da vida a toda esta historia: el reconocimiento de que nuestra vida depende de las plantas, los animales, el aire, el agua y los suelos que nos rodean. La filósofa Joanna Macy describe la aparición de este nuevo relato como el “Gran Cambio”, una profunda transformación en la manera en que percibimos lo que somos y un despertar ante el hecho de que no podemos ser ajenos a la Tierra entendida como un complejo formado por sistemas vivos. (10) Desde los virus sub-microscópicos a las vastas redes del subsuelo que soportan los árboles, este nuevo relato ve a la Tierra entera animada por interacciones complejas entre las formas vivas, las rocas, la atmósfera y el agua. Explicado así, tanto por la ciencia como por la filosofía, no puede contemplarse el planeta como una reserva de recursos inertes. Al contrario: los suelos sanos, los sistemas vivos y las maneras en que podemos ayudar a regenerarlos ofrecen un “por qué” a la actividad económica que no aparece en el relato dominante. El tipo de crecimiento que tiene sentido en esta nueva historia, es la regeneración de la vida en la Tierra.
La noción de una economía viva puede sonar muy poética pero algo vaga. ¿Dónde está su manifiesto?, se preguntará cualquiera, ¿quién está al frente de todo eso? Pero son preguntas pasadas de moda. El relato que hace Macy, una transformación que, por otra parte, se manifiesta de forma tranquila, es coherente con la manera en que los científicos explican cómo cambian los sistemas complejos. Cuando se acumulan muchas alteraciones, intervenciones y perturbaciones a lo largo del tiempo, el sistema alcanza un punto de inflexión; de pronto, en un momento que es difícil predecir, una pequeña descarga de energía desencadena una liberación aún mayor, o un cambio de fase, y cambia todo el sistema en su conjunto. La sostenibilidad, en otras palabras, no es algo que pueda ser dirigido o exigido a los políticos; es una condición que emerge a través de pequeños incrementos, pero que supone un cambio brusco en muchas escalas diferentes. “Todas las grandes transformaciones han sido impensables hasta que finalmente han tenido lugar”, confirmaba el filósofo francés Edgar Morin. “El hecho de que un sistema de creencias esté profundamente arraigado no quiere decir que no pueda transformarse”. (11)
Este es un libro optimista, pero no de una manera ingenua. Si debo convencer a alguien de que lo que está por venir es el presagio de esa nueva economía que necesitamos de forma tan urgente, debo analizar antes las poderosas pero ocultas razones por las que no es posible volver a la normalidad.
Energía
En 1971 un geólogo llamado Earl Cook evaluó la cantidad de energía “obtenida del medio ambiente” por distintos sistemas económicos. (12) Cook descubrió que quien vive en una ciudad moderna necesita unos 230.000 kilocalorías diarias para que su cuerpo y su alma sigan unidos. Cifras llamativas si se comparan con las del cazador-recolector de diez mil años atrás que necesitaba unas 5.000 kilocalorías cada día para salir adelante. Esa brecha entre vidas simples y complejas se ha ampliado a un ritmo acelerado desde 1971. Si se tienen en cuenta los sistemas, las redes y los artefactos que forman la vida moderna (coches, aviones, fábricas, edificios, infraestructura, calefacción, refrigeración, iluminación, comida, agua, hospitales, sistemas de información y sus correspondientes gadgets), un neoyorquino o un londinense de hoy “necesitan” sesenta veces más energía y recursos que el cazador-recolector de antaño. Dicho de otro modo: los ciudadanos estadounidenses gastan en la actualidad más energía y recursos físicos en un mes de la que necesitaron nuestros bisabuelos durante toda su vida.
Si pensáramos racionalmente, todo esto nos parecería alarmante, pero no lo hacemos. Simplemente ignoramos el hecho de que todas estas “necesidades” dependen de flujos crecientes de energía barata e intensa. Las creencias nos dicen una cosa, pero las matemáticas y las leyes de la física sugieren todo lo contrario. El crecimiento exponencial de cualquier cosa tangible o del consumo de energía no puede continuar de manera indefinida en un universo finito. Como explica con paciencia Tom Murphy, profesor de física norteamericano, incluso si la tasa futura de crecimiento energético en nuestra economía se redujera a un nivel inferior al actual, seguiríamos multiplicando esas cifras por 10 cada 100 años; en 275 años llegaríamos a 600 veces nuestras cifras actuales de consumo. Sin duda, puede argumentarse que el crecimiento económico no depende del crecimiento de la energía y que podría seguir a ese ritmo hasta el infinito. Pero no es así. El dinero que se multiplica produce siempre impactos físicos en la economía de la Tierra. “La energía es la capacidad para trabajar; es el elemento vital de cualquier actividad”, explica el profesor Murphy. “Pensemos en ello: mantener un crecimiento del PIB de forma indefinida a partir de una dieta fija de energía significaría que cualquier cosa que requiera energía se convierta en una parte cada vez menor del PIB, hasta que alcance un valor insignificante. Pero la comida, el calor y la ropa nunca serán necesidades insignificantes. Hay mucho sitio para las actividades económicas que utilizan menos energía, pero eso no es lo mismo que reducir la intensidad energética a cero”. (13) Es imposible un crecimiento indefinido del PIB. (14)
El mundo no está en riesgo de quedarse sin energía, ni a corto, ni siquiera a medio plazo. En rigor no nos enfrentamos a una crisis de la energía sino a una crisis de la exergía, (15) es decir, nos enfrentamos a la escasez de una energía muy concentrada y fácil de obtener que pueda utilizarse sin problemas para impulsar la actividad económica. En su forma más dinámica, la economía termo-industrial creció gracias a un petróleo que, si no brotaba literalmente del suelo, se extraía sin esfuerzo mediante máquinas movidas igualmente por petróleo. Desde entonces, hemos esquilmado los combustibles de fácil acceso y la extracción de energía se hace más difícil y más cara cada año. Para empeorar las cosas, este mundo hecho por el hombre se ha vuelto mucho más complicado; basta pensar en todas las redes informáticas, los sistemas aéreos y los sofisticados hospitales que para mantener “el sistema” en funcionamiento usan más energía de lo que hubiera sido necesario hace apenas una generación por un servicio más sencillo pero igualmente eficaz para cualquiera de nosotros.
Con el ánimo de saber por donde van los tiros fui al Palacio de Westminster en Londres. Habían invitado a Charles Hall, un profesor de ecología norteamericano, a que diese una conferencia sobre el retorno energético por energía invertida (Energy Return on Energy Invested, EROEI). Según decía, el principio central de esta idea es que se necesita energía para obtener energía, y si ese proceso supone un gran esfuerzo, y por tanto, un coste importante, no se invertirá en ello y no será posible disponer de la energía necesaria que haga funcionar el sistema. El profesor Hall nos mostró cómo a través del tiempo ha variado el número de barriles de petróleo que se obtienen para la actividad economía, por cada barril invertido en la extracción:
1930 | 1:100 |
1970 | 1:25 |
1990 | 1:15 |
Hall señalaba que la mayoría de las soluciones energéticas que se pregonan hoy día, desde las arenas bituminosas en Alberta a los paneles solares en España son inferiores al umbral 1:15 por debajo del cual la inversión nunca es rentable. Y para concluir señalaba que “no se puede tener una economía sin energía. ¡La energía hace que funcione el sistema!”, y recordaba a Tom Murphy cuando añadía que los “combustibles de mala calidad significan un crecimiento de mala calidad”. Nunca olvidaré el silencio que siguió a su exposición. En ese momento, un veterano miembro del Parlamento se puso de pie, agradeció el profesor Hall su “interesante presentación” y añadió, “pero, por supuesto, para un político electo, reducir la riqueza es algo imposible de vender”, y se sentó. A continuación, el profesor Hall, el científico, dijo que él era un hombre de números, que no era un político, y se sentó, también. Finalmente, nos fuimos todos a casa.
Los optimistas de la tecnología creen que la energía renovable propiciada