Sobre este asunto, Peter Singer haría bien en escuchar la sabiduría de algunos pueblos. Apoyándose en esta idea, Nueva Zelanda ha dotado recientemente al río Whanganui del mismo estatus jurídico que una persona, abriendo así una vía a la defensa de sus intereses frente a los tribunales[18]. Este reconocimiento venía siendo exigido desde hacía decenios por los miembros de la tribu Whanganui, que pedían que el río Te Awa Tapua (su nombre maorí) fuese considerado una entidad viviente como cualquier otra. El texto de la ley incluye el agua, las riberas y las especies vivientes que las habitan, e incluso «el conjunto de elementos metafísicos» de esa zona natural. ¿Un río, objeto metafísico y sujeto de derecho? ¿Se ha visto acaso a un río quejarse o pedir una caricia? «Absurdo…». Los Whanganui han comprendido bien que nuestra relación con el medioambiente no depende exclusivamente de preceptos fijados con antelación, como la capacidad de sentir dolor o placer. Es un juego complejo de historia común y de representaciones que inducen relaciones diferenciadas con el mundo, variables según las culturas y las tradiciones. De igual modo que sería injusto privar a los Whanganui de esta nueva palanca jurídica, también parecería del todo ilegítimo forzar a las sociedades occidentales a convertirse al veganismo.
EL ENGAÑOSO ESPECISMO
Si el combate antiespecista puede ser calificado sin paños calientes de «ideológico» es porque retuerce el lenguaje con el fin de reforzar su nueva visión del mundo. La reforma de las mentes viene precedida por la de las palabras, por más que eso signifique deformar ciertas realidades. La propia palabra «especismo» es una invención fantasiosa que asimila casi la totalidad de la humanidad a una jauría sedienta de sangre. La consonancia de la palabra con «racismo» y «sexismo», y su relativa proximidad a los argumentos contra estas dos manifestaciones del odio hacia otros, hacen que cueste mucho someterla a la crítica: quien se alce contra el especismo se expondrá a ser llamado racista o sexista, ya que las tres luchas se presentan como «interconectadas», convergentes a juicio de los antiespecistas.
El neologismo «antiespecismo», que se ha propagado en Occidente en los últimos cuarenta años, solo ha obtenido un amplio eco en fechas recientes: en Francia, el diccionario Robert lo incorporó en 2017, y el Larousse en 2019. Los antiespecistas no se consideran a sí mismos ideólogos, sino deconstruccionistas en lucha contra una supuesta ideología que en realidad han creado ellos mismos. Para Peter Singer, el hecho de comer carne es también una «ideología de nuestra especie»[19] enraizada en «prejuicios milenarios»[20]. El filósofo australiano denuncia incluso «los camuflajes ideológicos de prácticas al servicio de intereses egoístas»[21]. Con este tipo de argumento, ¿cómo no asimilar cualquier comportamiento humano (el deseo que otra persona siente, las ganas de gozar de buena salud, la voluntad de desplazarse libremente, etcétera) como «un prejuicio egoísta»? ¿Dónde termina la legítima deconstrucción de comportamientos reprensibles y donde empieza la voladura de los cimientos, la culpabilización desmesurada, la negación de la realidad?
Estamos asistiendo a un vuelco sin igual de los valores ligados a nuestra relación con los animales que afecta incluso a la definición de las palabras. Aunque hasta Élisabeth de Fontenay, por lo demás muy comprometida en favor de la causa animal, califique la tesis de Singer de «verdaderamente extremista»[22], el diccionario Robert no parece haberle tomado la medida a la distorsión operada por los antiespecistas para imponer su ideología. Así, en la definición que el diccionario propone para los dos términos, es el término «especismo» el que es calificado como «ideología», mientras que del «antiespecismo» se dice meramente que es una «visión del mundo que recusa, oponiéndose al especismo, la noción de jerarquía entre las especies animales». ¡El mundo al revés! Hoy en día, son los omnívoros los que son conminados a justificar sus comportamientos, mientras los profesionales son atacados repetidamente por activistas enfurecidos. En un comunicado publicado a finales de junio de 2018, dieciocho mil carniceros y charcuteros franceses reclamaban la protección de las autoridades frente a adversarios cada vez más «violentos»[23].
En su libro sobre etnología de los activistas antiespecistas, publicado en 2013, Catherine-Marie Dubreuil subrayaba hasta qué punto los veganos estaban intelectualmente convencidos y eran hostiles a cualquier cuestionamiento de sus ideales. «El tono que emplean es el propio de quienes se creen irrefutables», decía[24]. Y con razón: Liberación animal de Peter Singer aspira a proporcionar, llave en mano, un sistema filosófico hermético a cualquier contradicción. Para los antiespecistas, este libro hace las veces de la Biblia, añade Catherine-Marie Dubreuil: «La posición de Peter Singer ha influenciado a los activistas franceses que, mimetizándose, se escudan en los mismos argumentos, casi palabra por palabra»[25].
Aparte de esgrimir neologismos, los antiespecistas proponen también modificar el sentido de las palabras corrientes. El lenguaje debe ser purgado de su prisma «especista»: matar a un animal para consumir su carne pasará a ser un «asesinato alimentario»[26], inseminar una vaca representará «una violación»[27]. Lo cual significa, concretamente, que los ganaderos y los veterinarios en activo deberían comparecer ante un tribunal acusados de violación en grupo; y los consumidores deberían comparecer también acusados de asesinato.
Nadie ha mostrado mejor que George Orwell que las ideologías comienzan precisamente con la invención de una neolengua. Su distópica novela 1984 arrojó luz hace tiempo sobre una de las caras del siglo XX, tanto desde el prisma totalitario más sangriento como de los neologismos embrutecedores de un capitalismo que nada parece detener. Casi tres siglos antes que Orwell, el filósofo británico John Locke ya había pensado sobre la cuestión de la relación entre las palabras y el poder. En su Ensayo sobre el entendimiento humano, Locke reflexionaba sobre el nacimiento de lenguaje y sobre su «imperfección» intrínseca. No obstante, un útil de comunicación que permite conectar a los seres humanos entre sí, el lenguaje, no puede ser modificado a demanda:
El empleo común regula bastante bien el significado de las palabras para la conversación ordinaria […] Nadie tiene derecho a establecer el significado preciso de las palabras, ni a determinar qué ideas debe cada uno relacionar con esas palabras[28].
Locke estima en cualquier caso que en filosofía —y solamente en ese ámbito— es necesaria una definición precisa de las palabras, para paliar la imperfección de los términos más complejos. Es a este ejercicio al que se entrega la filósofa francesa Corine Pelluchon en Tu ne tueras point[29] [No matarás], a propósito del asesinato. Allí explica por qué el término «asesinato» no puede aplicarse a los animales. Según esta especialista en Emmanuel Lévinas, falta en la noción de «asesinato alimentario» la idea de «transgresión». La transgresión no existe en tanto en cuanto la estructura del asesinato pone en relación especies diferentes. «La esencia del asesinato está en la voluntad de un individuo de suprimir a otra persona por no querer verle ni oírle más, para arrebatarle su vida y eliminarlo del mundo», apunta Pelluchon. Sacrificar a un animal no implica la negación de otro en tanto que otro; matar a un animal no afirma nada. Dar muerte no es asesinar en todos los casos. La filósofa concluye pues que el asesinato alimentario no existe: «No puedo querer matar sino a mi prójimo»[30]. Autora de un Manifiesto animalista aparecido en 2017, esta experta en ética difícilmente será sospechosa de favoritismo antropocéntrico. Y es por eso que damos la bienvenida a su propuesta, a la vez atenta a la causa animal y respetuosa con los conceptos filosóficos, que hace frente a los excesos verbales de otros.
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