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En las páginas de Hierba mora encontraréis muy viva la imagen del patchwork. Un libro hecho a base de retales, fragmentos, ideas y pensamientos con una intención cristalina: que las mujeres, y no solo las protagonistas de este libro pongan en valor sus vidas, también nos enseña la gran necesidad de que ellas tengan un cuarto propio, donde ellas puedan ser de una vez por todas ellas mismas. Una narrativa propia. Un lenguaje propio. Un universo propio. Todo ello, sin necesidad de ocupar y alcanzar un lugar dominante dentro de los lugares y universos liderados y protagonizados principalmente por el género masculino. Recientemente, Elena Ferrante afirmó en una entrevista que «los hombres que no leen nuestros libros nos niegan el don de la universalidad.» Hierba mora es el ejemplo perfecto de que quizás no necesitamos formar parte de esa universalidad predominante y que es creída ignorantemente única, sino que fuera de esa aprobación, autoras como Teresa Moure crean un universo infinito, propio y único, una narrativa fuera de estos «universales» que construye un espacio precioso a su manera, y que sirve como primera vereda para empezar otros nuevos universos propios a las demás. Quizás, como cuenta una de las protagonistas aquí, en Hierba mora, tenemos que empezar a negar esa historia validada como universal y única, y ahí justo en la negación propia, creed y estad seguras de que comenzará al fin el érase una vez del nuevo relato. Quizás, por eso, porque creo en esos nuevos relatos que comienzan y que se sirven de otras narrativas, de los márgenes y de nuestras lenguas y acentos, desde estas páginas quiero regalarle a Teresa la palabra almazuela para Hierba mora. Es una palabra que ni siquiera aparece ya en el diccionario, y que se refiere a un tejido, generalmente una manta, un paño, una colcha o una prenda de vestir, que se elabora de forma artesana a base de coser trozos más o menos rectangulares de otros tejidos y prendas, como ropa antigua, para darles una nueva vida a base de reutilizarlos. Las almazuelas son la cara visible de un trabajo textil tradicional hecho por las mujeres de muchas casas de los pueblos de las montañas de La Rioja, en concreto en la sierra de Cameros. Y las traigo aquí porque las almazuelas antes se escondían, no se enseñaban, porque ponían de manifiesto la falta de recursos de las familias. Desde hace unos años, las mujeres las lucen orgullosas colgando de sus balcones y ventanas, enseñando sin pudor su herencia y memoria. No dejaba de pensar en ellas terminando este libro, en esas veredas nuevas y vitales que se abren al sentirse orgullosas y reconocer de dónde venimos. Fue precioso descubrir que hay una almazuela de tierras y lanas en la imagen de la cubierta de la primera edición en gallego de este libro (Herba moura; Xerais, 2005). Porque Hierba mora, como patchwork, como almazuela, como espejo, es un canto a la vida y a la libertad, a la genealogía que se creía muerta o dormida. Hierba mora también es un fabuloso espejo, un cristal que nos muestra todas las que fuimos y nos hicieron posibles, las que nunca llegamos a conocer, las que están aquí, pero también todas las que podemos ser. Porque podemos ser y escribir lo que queramos, que la suerte de la escritura es vivirla, quererla, sentirla y este libro está hecho de puro amor y sentimiento por la literatura. Hierba mora es una constelación, una galaxia propia, un sortilegio, un conjuro, un magnífico canto.
MARÍA SÁNCHEZ, noviembre del 2020
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